Almería

Dos amantes de la música interpretan un concierto lleno de matices en Mojácar

  • Begoña Olavide es pionera en recobrar la música del salterio y especialista en la música arábigo-andalusí Javier Bergia es autor y compositor con varios discos en el mercado

Estas cosas pasan muy de cuando en cuando, como las conjunciones planetarias o algo así. Era la tarde del pasado sábado en el Cortijo de la Media Luna, en Mojácar. La vacía chimenea de piedra hacía de natural decorado al pequeño escenario. Subidos en el entablado, a la derecha, frente al auditorio, Begoña Olavide toda ella vestida de negro, de color negro de gala; a la izquierda, Javier Bergia enfundada su garganta con un fular rojo, de color rojo concierto. Begoña Olavide pulsaba las cuerdas de un salterio; Javier, las de una guitarra. Las voces de ambos tenían sabor a caramelo de versos de Cernuda, de Calderón de la Barca, envueltos en celofán de música arábigo-sefardí, de boleros, de folclore.

Estas cosas pasan muy de cuando en cuando, como una aurora boreal en tierras del sur o algo así. De los veinte años que Begoña Olavide y su marido, el luthier Carlos Paniagua, llevan en Mojácar, siete los han pasado en Tánger. Se fueron para uno, se alargaron seis más, ya se sabe, Marruecos es así: ellos inventaron el tiempo, nosotros pusimos las horas. Su estancia en el país de enfrente se prolongó. Javier Bergia, del que dicen que es el mejor secreto guardado de la canción de autor español, volvió a pisar tierra mojaquera tras treinta y cinco años de poner su formación musical, su oficio, de producir discos a Luis Eduardo Aute, a Vainica Doble, Pablo Guerrero.

Tánger, al norte de Marruecos. En esta confluencia de culturas, Begoña se ahondó en la música andalusí, tanto que "aprendí árabe para poder cantar en este idioma. Allí organicé el Festival de Músicas del Mundo y Carlos llevó adelante importantes proyectos con brillantes músicos". De nuevo en casa, o sea, en Mojácar, Begoña Olavide volverá a cantar con el grupo 'Mudéjar 'a finales de este mes en los actos conmemorativos de los 525 años del Reencuentro de las Culturas Arábigo Andaluzas.

En medicina hablan de hallazgo cuando en una revisión rutinaria los médicos encuentran algo insospechado. Javier Bergia es un hallazgo musical, para muchos un cantautor de culto, para todos un referente en la historia de la música de este país que, tal vez, ha cometido el error de llevarlo a las marquesinas de los grandes conciertos. Edita disco cada dos años y en el penúltimo han participado Ismael Serrano, Olga Román y gente así, ilustres de la música.

En los años ochenta surgió en Madrid una generación de músicos herederos y negadores a la sazón de clásicas sagas anteriores. Aparecieron en el momento menos oportuno para los cantautores, cuando sobre estos pesaba el estigma de sus métodos y de sus virtudes como una losa imposible. Entre estos jóvenes valores se situó desde el comienzo y muy en primera línea Javier Bergia. Sus canciones, de la ironía a la pasión, del romanticismo al humor, del distanciamiento al compromiso, siguen proclamando un mundo razonable, un universo sonoro que destila melancolía, asumiendo de manera sencilla y nada forzada todos los géneros. Nadando contracorriente, Bergia ha demostrado ser un bálsamo frente a la vulgaridad, un corredor de fondo cuya soledad es cada vez más relativa.

Begoña Olavide era concertista de flauta. Conoció al luthier Carlos Paniagua. Él fue quien le descubrió el salterio, una tabla de cuerdas que se percuten con pequeñas mazas o plectros, igual que el qanún árabe o el cimbalón del Este europeo. Paniagua y Olavide son ahora marido y mujer. El salterio es un instrumento muy misterioso, no quedaba ningún ejemplar original, ni siquiera en museos, y hubo que reconstruirlo a partir de códices o esculturas. Begoña Olavide se acerca a las melodías seculares de la España árabe desde una perspectiva muy actual, sin hacer música antigua. Le fascina que los autores medievales sólo escribieran la melodía central de modo que permiten al intérprete un enorme margen de interpretación, como sucede con el jazz.

Estas cosas pasan muy de cuando en cuando, como las olas de hielo o algo así. En ésa tarde de sábado, Begoña y Javier, Javier y Begoña, mezclaron su talento, su virtuosismo, su sentimiento, su delicadeza, en un ejercicio de brillante sencillez que atrapó las emociones de cuantos asistieron a la fusión de dos conceptos de música unidos en un mismo objetivo, ni más ni menos que llegar al corazón. Y llegaron.

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