Almería

Monasterio de la Purísima (VII):Terremotos

  • Seísmos. Dos sucesos tan dispares entre sí como los movimientos sísmicos y la entrada de las tropas napoleónicas en Almería diezmaron su patrimonio y perturbaron la paz del convento

UN auténtico seísmo produjo entre la pacífica Almería la ocupación francesa en los albores del siglo XIX. Un bienio (1810-1812) tan intenso como desconocido por la gran mayoría y, lo más lamentable, por el equipo de gobierno municipal liderado por el alcalde Rodríguez Comendador y el concejal de Cultura (un lince en cambio a la hora de apropiarse de iniciativas ajenas), tan preocupados por los nubarrones que le acechan como indiferentes ante cualquier conmemoración histórica de relieve. Una auténtica paradoja al tratarse de un partido conservador, proclive teóricamente a las tradiciones. El año pasado concluía el bicentenario francés y aún me pregunto, y les pregunto a ustedes: ¿saben de algún acto promovido por el Ayuntamiento en relación con la efeméride?, ¿conocen su programación en el pasado 125º aniversario de la plaza de toros salvo hacerse el alcalde una foto en el patio de caballos?, ¿alguien recuerda actividades con motivo del 2º centenario de la Feria de Almería?, ¿y del 1º de Trinidad Cuartara Cassinello, el más genial arquitecto almeriense al alimón con Enrique López Rull?, menos mal que sí lo ha tenido en cuenta los Amigos de la Alcazaba. Para cuándo el reestreno del himno oficial de la Ciudad? ¡Y aún tienen la desfachatez de sacar pecho a cuenta de un pretendido éxito de su gestión cultural! Jesús, que tropa…

Naturalmente, dada la política aldeana que cultivan, pretender una repuesta razonada y sin altanerías, sería pedirle peras al olmo. No obstante, yo voy a continuar con las reivindicaciones porque es mi deber de ciudadano. Pese a que se hagan los suecos, nieguen la evidencia y miren para otro lado cuando nos cruzamos en el Paseo. Pero retomemos las cuitas de nuestras apreciadas concepcionistas y confiemos en que 2015 -fecha en las que conmemoran los 500 años de estancia- hayan reconsiderando tan erróneo proceder.

TERREMOTOS

Antes de abordar la invasión napoleónica, hacemos holgado hueco al capítulo de los terremotos, ya reales y no metafóricos: el mayor desastre natural -junto a las cíclicas riadas- para la provincia en centurias pasadas. La situación geográfica de Almería conlleva un relativo alto riesgo de sismicidad. Desde tiempo inmemorial hay documentados una sucesión de ellos hasta culminar en el devastador de 1522, con origen en las islas Azores y maremoto que alcanzó el mar de Alborán. Los estudiosos manejan cifras épicas: de IX-X grados en la escala Richter y 2.500 fallecidos, el 40% de la población.

A las diez de la mañana del 22 de septiembre la tierra tembló como anunciando el fin del mundo. Ríanse de Atila y los hunos: no dejó piedra sobre piedra. Las viviendas cayeron desplomadas y los recios muros de la Alcazaba se cuartearon hasta sus cimientos. Almería tardaría décadas en sobreponerse a la desgracia que no solo arruinó la ciudad murada y la economía sino que segó cientos de vidas humanas. Dos Reales Cédulas de Carlos Iº concedieron ayudas para su rehabilitación y exenciones fiscales a sus habitantes. La Almedina se abandonó, poblándose el arrabal de la Musalla como nuevo eje urbano, político-administrativo y comercial. Las Puras gozaron a extramuros de nuevos y distinguidos vecinos: catedral, hospital, Concejo municipal, aduana, plaza de toros y juego de cañas… Distintos testigos presentes o recientes a la tragedia nos dejaron su testimonio. Con la tinta teñida de luto se manifestaba el cronista Pedro Mártir de Anglería:

El terremoto ha sacudido la ciudadela (Alcazaba) y su insigne templo catedral, juntamente con todos los conventos, derribándolos por tierra y lanzando en pedazos sus sillares ¡Que horror!... De entre los edificios de la ciudad entera apenas si escaparon vivos dos; otros dicen que uno, supuesto que el otro ha quedado cuarteado. Cuando mayor y más sólida era la estructura de las casas, con más facilidad caían al ser sacudidas. Conjetura cual sería el llanto de los supervivientes, cuales los lamentos de los niños y de las mujeres entre tanta calamidad…

Desconocemos el número y filiación de las monjas fallecidas pero sí se sabe que las casas y torres que habitaban fueron arrasadas, obligándose a la reconstrucción del convento en la forma que hoy conocemos; conservando materiales del derribo e incorporándolos a la nueva edificación. De este seísmo perduró la noticia ya adelantada de la abadesa y una niña salvadas "milagrosamente" de entre los muros derruidos.

barraca

Aunque no quede memoria, también debió afectarles el de 1790, con epicentro en Orán y que abatió la iglesia-conventual de San Francisco (actual San Pedro). En cambio, está oportunamente documentado lo ocurrido en el transcurso del ya más cercano año 1804, dando principio el día 13 de enero. Afortunadamente no hubo víctimas que lamentar, pero el terror paralizó de nuevo a la población que, presurosa, abandonó sus domicilios: los ricos a sus haciendas en la vega y pueblos cercanos, y los más a las cuevas circundantes y descampados, donde se procuraron techo y cobijo. Al igual que hicieron las monjas puras, salidas de la rígida clausura para instalarse en el compás y seguidamente en una improvisada barraca alzada en la plazuela de La Fuente (actual de la Administración de la Renta), sobre el solar donde luego construyeron el colegio de La Inmaculada. Y así desde el 25 de agosto, día de San Luis, "a la hora de Tercia, durante la Misa Mayor", hasta "el 8 de octubre del mismo año que alentadas y vivificadas de auxilio superiores se entraba de día en la Clausura y de noche se salía al Compás".

Sus homónimas clarisas hicieron lo propio en tiendas de campaña de la Plaza Vieja. Los temblores, decreciente en intensidad, no cesaron hasta las vísperas de Navidad por más tedéums y rogativas a la Virgen y al Altísimo. Deberían leer la furibunda homilía pronunciada en la catedral por el canónigo Magistral Diego Carlón a los feligreses, culpándole de todos los males y como castigo a la relajación en las costumbres, atentatorias de la moral cristiana. La procesión con el pendón real en la fiesta de la Reconquista tuvo que celebrarse en el interior de la catedral, "por estar apuntaladas las casas del recorrido unas con otras, lo que impide el paso del estandarte".

En mérito atribuido a la Virgen del Mar por la ausencia de bajas humanas, el Ayuntamiento incoó proceso administrativo para declararla patrona de Almería, Huércal, Viator y sus arrabales. De todo lo anterior, el sacerdote-historiador Bartolomé Carpente Rabanillo cita un libro inédito de Fr. Francisco López y Castro en el que se relata todo lo acontecido: "Cosas notables del Real Convento de la Purísima de Almería, 1810", que estaba en su archivo y desapareció en los primeros meses de barbarie de 1936. Otro manuscrito se perdió o lo quemaron durante la furia iconoclasta desatada; este referido a la ocupación francesa (en la que nos detendremos mañana), siendo abadesa Sor Antonia María de Santa Rosa Esteban de Valera.

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