Almería

Monasterio de la Purísima (IX):Convivencia

  • Cohabitación. Al ser obligadas a abandonar su convento, en tres etapas diferentes Las Claras tuvieron que trasladarse al de Las Puras. Ocurrió, sucesivamente, los años 1810, 1835 y 1943

EN marzo de 1810 entró por la Puerta de Belén la nutrida columna del Ejército francés que, intermitentemente, ocupó Almería hasta septiembre de 1812. En mayo del primer año de invasión dejamos al general Belair y oficialidad platicando -nada amistosamente- con la abadesa (Antonia Mª de Santa Rosa Esteban de Valera), vicaria y discretas del convento habitado por 40 monjas, incluidas las dieciséis procedentes de las clausuradas comunidades de Toledo y La Mancha, y a la espera de que se incorporaran sus homónimas capitalinas de Las Claras.

Eran las dos de la tarde del 29 de noviembre de 1810 y habían acudido a inspeccionar si eran ciertas las denuncias malévolas asegurando de que ocultaban armas y que era un centro de conspiración, "que a los Locutorios acudían los desafectos a los invasores, y que por conducto de las monjas se mantenía correspondencia con Murcia, donde estaba el Ejército Español". El general y el subprefecto Francisco Javier de Burgos "registraron todo el convento y dirigiéronse a los Miradores altos (torre Mudéjar y Miramar) en donde estuvieron bastante tiempo registrándolos con la mayor atención, cuidado y escrupulosidad… Pero viendo el general que era una falsedad supuesta por los muchos inicuos que le adulaban… quedó completamente desengañado y enteramente complacido, y dirigiéndose a la R.M. Abadesa con la mayor cortesía le dijo: ¿En qué quiere que le sirva el General…?

CÁLIZ DE ORO

La conversación tuvo lugar en el refectorio, durante la ya distendida comida. La contestación fue del siguiente tenor: "Lo que quiero y encarecidamente suplico a V.E. es que habiendo yo venido a la Religión de muy pocos años y vivido ya en ella muchos… me conceda la gracia de que permanezca en mi Convento lo que me quedare de vida, y que mi cuerpo sea sepultado en él, lo que espero de su generosidad… ".

La generosidad fue más allá de permitirle seguir ocupando sus instalaciones a todas las consagradas, incluidas las monjas refugiadas y a las novicias expulsadas. Adelantaba que he tenido acceso a un manuscrito redactado por Sor Encarnación Cintas Alonso (1909-1993) en el que se señala buena parte de la historia conventual de los dos últimos siglos gracias al testimonio, por transmisión oral, de generación en generación, de sucesivas profesas, depositado en el archivo destruido. Ahí se amplían detalles del encuentro no recogidas por Bartolomé Carpente Rabanillo en "Breves apuntes de la Historia Eclesiástica de Almería (1918-1920)":

"Estaba el Convento (patios y claustros) totalmente lleno de soldados. La madre Abadesa, vicaria y las más ancianas comieron en el Refectorio con los más principales del Ejército y las otras monjas sirviéndoles. La Madre Abadesa al lado del General. Cuando este sacó un cáliz para beber y le ofreció a la Madre, ella dijo: ¡Que bonito!, ¿te gusta?, pues para ti, para que tú bebas, yo tengo más. Este es el cáliz que actualmente tenemos en la Comunidad, que decimos el Cáliz de Oro (…) También se ha dicho, pero sin seguridad, que los dos Copones de plata sobredorados, buenos y antiquísimos, pero ya muy deteriorados, y el incensario era también de ellos, de los franceses. Pero eso no estaba escrito (en el archivo) como las demás cosas".

Y proseguía sor Encarnación: "Y derechos de aquí se fueron a los barcos (desconocía que su venida a Almería fue por tierra), sin meterse con nadie ni hacer (sic) más barbaridades. Y desde el barco le mandó el General a la Madre Abadesa una imagen de la Santísima Virgen, tremenda de grande, con el Niño en los brazos, que era casi como un niño al natural; y la Santísima Virgen tenía una argolla por detrás (similitud total, apostillo, con la talla mariana de la Virgen del Mar) para ir sujeta al barco… La teníamos debajo de la ventana que hay en la Casica; debieron quemarla en la Guerra Civil Española, pues no encontramos nada de ella".

cohabitación

En tres ocasiones fueron obligadas Las Puras a convivir con Las Claras, pertenecientes asimismo a la obediencia seráfica franciscana, aunque en diferente grado de observancia. Las tres al ser desalojadas de su monasterio de La Encarnación. La primera, motivada por la invasión francesa que comentamos, ocurrió la noche del 9 de diciembre de 1810 ("acompañadas de nuestros Capellanes y de las personas Eclesiásticas de más consideración del Cabildo, Confesores y clérigos particulares") y se prolongó hasta septiembre de 1812. La segunda en abril de 1835, como consecuencia de la "desamortización de Mendizábal", en el que sucesivamente se convirtió en sede del Gobierno Político y Diputación Provincial al tiempo que hasta la iglesia conventual trasladaron la cercana parroquia de Santiago Apóstol, igualmente desamortizada y convertida en almacén de pertrechos militares. Sobre la amplia huerta que servía de medianera con la enfermería -lindante con la hoy calle Hernán Cortés- los franceses abrieron la calle Ancha (Jovellanos) como continuación de la Real de la Cárcel:

"… Nos persuadimos (escribía la responsable clarisa) que ya en este nuevo alojamiento estábamos tranquilas y libres de todo pesar; pero el haber de explicar por menor lo que padecimos en los tres años menos cuatro meses que permanecimos en él, se podría formar un crecido volumen".

Ciertamente, se podría ofrecer un crecido volumen con la versión de ésta sobre la común convivencia y las totalmente contrarias (y muy dolidas) de sus hermanas concepcionistas. Pero dado el tiempo transcurrido no tiene sentido entrar a detallar agravios ni a rebatir (por obvio) el convencimiento erróneo y sui géneris que Las Claras mantenían históricamente sobre la legal y escriturada propiedad de Las Puras. Por eso, lo aventurado por Carpente Rabanillo de que "durante ese espacio de tiempo fueron objeto de toda clase de atenciones y caritativos cuidados por parte de sus hermanas, las que compadecidas de su desgracia, se esforzaban por hacerles menos sensible la tribulación con que eran afligidas", no dejan de ser paños calientes, un piadoso ejercicio de buenas intenciones que no se ajustan ni de lejos a los hechos reales.

Finalizó las estancia durante el mandato de José Mª Carrión Orberá, partiendo las clarisas a su nuevo destino. El obispo las acomodó en unas casillas contiguas a la ermita de San Antonio Abad, habilitadas "para ser la morada de las referidas Monjas". El 15 de octubre de 1877, "recogidos sus vasos sagrados, sus ropas y demás efectos", se trasladaron al barrio de San Antón.

La tercera y última exclaustración tuvo lugar en la no menos incivil posguerra. En enero de 1943 el obispo Enrique Delgado Gómez decidió alojarlas en el Monasterio de la Purísima mientras durasen las obras de reconstrucción del suyo (incendiado por las turbas exaltadas). Advirtiéndolo a través de su sacerdote "que como este era grande, si queríamos nosotras que las mandara a nuestra Casa. A las monjas no les hizo mucha gracia, pero dijeron que sí". La estancia fue corta, menos de un año, ya que decidieron marcharse a Cieza (Murcia) a otro de su misma Orden

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