Almería

Sin los tristes biombos

En año 1974, Manolo del Águila recordaba su ciudad, a la que tanto quiso, en un precioso artículo que publicó en un libro, Almería del recuerdo. Con motivo del centenario de su nacimiento publicamos de nuevo, como homenaje, un resumen de aquellos recuerdos impregnados de amor y de nostalgia de otra época. Cualquier ciudad y más aún una ciudad milenaria como ALMERÍA, arrastradora de un acervo esplendoroso de recuerdos, de sucedidos y de acontecimientos de toda índole, formativos de su particular idiosincrasia, tiene una vida propia; vida que guarda una estrecha relación con la vida fisiológica de un ser humano, merece un respeto y una consideración estimativa que va más allá de la asepsia y del mantenimiento del orden público, merece amor... Un amor que incluye desde la contemplación lenta y sosegada de sus rincones; sus lugares más determinativos; sus perspectivas y su propia silueta…. ALMERÍA podía haber sido, cara al mar, la ciudad ochocentista más significativa de España, arropada por el enorme a tractivo de sus murallas; y cara a Europa y al mundo, por la variedad de sus frutos y por su contrastada geografía provincial que la permite. Podía haber sido ella misma y no otra; una ciudad con fisonomía singular con solo haber respetado lo que aportaba puliéndolo y redondeándolo, alejándole, con lógica estética, las proliferaciones urbanísticas inevitables a una ciudad que tiene que crecer por el imperativo de los tiempos. Entristece pensar como la tela de araña de los intereses personales ensuciaron y velaron, de una manera irremediable, una labor de siglos, y como, los fríos alfilerazos de la crematística siguen ensañándose en la nobleza de un paisaje.

Esa lámina de la Almería ochocentista, que, incluso trazada en buena parte a principios de este siglo obedeció a un concepto modernamente finisecular, la hemos conocido nosotros porque hasta bastante después del final de la Guerra Civil, se mantuvo su estampa peculiar con una gracia entrañable. Y junto a la propia estampa, subsistieron perezosamente, resistiéndose tal vez, muchas de las costumbres, quizás desfasadas para otras latitudes pero envueltas por una pátina de añejos contrastes que reavivaban el recuerdo en los ausentes y encantaba con una atracción serena, a los visitantes.

Cada almeriense, y quizás también cada visitante que prolongara su estancia en la ciudad, como podría ocurrirle, además, con cualquier otra ciudad de solera histórica, en que viviese, guardará siempre en su carnet sentimental, un número de lugares que por haberlos recorrido en horas y compañías más íntimas gozándolos más intensamente, o por haber sido emplazamientos de avatares en los que participó, más o menos directamente le dejaron una huella perdurable, y, tras ella, la nostalgia del momento y el recuerdo de cómo eran y cómo estaban en aquellos momentos...

Cada cual llevará, como bagaje, su propia mochila rememoradora, pero muchos tendrán en ella, algo de común, recordando las antiguas y bellas plazas que Almería atesoraba; el Paseo, amplio y soleado unido a todo el deslizar de sus años; las perspectivas del Puerto, con quietud de lago, o afaenado y ruinoso como un "dock" europeo, desde las bocacalles que, arrancando de la falda de la Alcazaba, van hasta él; y la gracia silente y adormecida que tenía todo el entorno de la Catedral, con sus pequeñas calles torcidas, amorosamente polarizadas hacia la mística fortaleza enfilando las viejas casas con portalón cuarteado y escudo altivo, que esclavizaban en su interior un vehemente jardín, del que la rebelde araucaria asomaba sus simétricas ramas en círculo, sobre la planicie encalada de los terrados.

La Puerta de Purchena irregular y bizarra, más que plaza, vivo corazón urbano, que centra y aflora en todas las direcciones, la vida local y que se viene hacia la Rambla, antesala y repetición del Mercado de Abastos, con sus puestos callejeros; sus pregones, sus tingladillos donde ponen sus notas de color desde los montones de zapatillas, cintas, lazos, retales, bobinas y ovillos hasta los hierros forjados y la ropa vieja y, entre ellos, las cerámicas abigarradas de Níjar, los montones de sandías de Rambla Morales...

…la Glorieta de San Pedro, con su auténtico sabor finisecular; sus largos bancos de piedra circundantes; sus barandillas de hierro afiligranado; sus palmeras, sus rosales, su fuente de mármol con leyenda y peces dorados; su iglesia elevando las torres sobre el pórtico de columnas renacentistas, desde la verde base de los árboles; sus barquilleros…

…el Círculo Mercantil, democrático, salmeroniano, amparador de comerciantes e industriales de definida clase media, perfectamente conocidos y familiarizados, a quienes solo la complicidad carnavalesca de los antifaces, podría permitirles en los bailes deseados y comentados durante todo el año la impunidad del breve interrogante del "¿quién será?...".

…Muy cerca de la Plazilla de Campomanes, recordando a las minúsculas plazas del Barrio de Santa Cruz sevillano, era el breve vestíbulo de otras cercanas: la de la Catedral solemne y largamente dorada por las piedras del Templo; la de los Olmos profusa de arboleda, casi claustral; la de la Virgen del Mar teatro de nuestros primeros amores estudiantiles y nuestros primeros cigarrillos; la rectangular de Careaga y esa otra, ni castellana ni andaluza, y ambas cosas a la vez. que se llama Plaza Vieja. Es castellana si la miramos rodeada de arcos, con su cerco completo de apretados soportales como si necesitáramos un refugio permanente para los días lluviosos. Castellana también, si vemos la uniformidad de sus balcones y el Ayuntamiento, asomando jerárquico y altivo presidiéndola con su silueta dominante y si vemos que un lado entero de los cuatro que la abrazan es la pared llena de celosías de un convento de monjas humildes que pasan su vida entre rezos y labores.. Por ella circula una gente heterogénea, curas, funcionarios, artesanos,. pescadores....Y gente alegre, guitarristas con sus instrumentos bajo el brazo y mujeres fáciles, propicias sus caricias junto al oro de la manzanilla y la falseta.

…Esto, esto es auténticamente andaluz. En ella se oyeron se oyen en las altas horas de la madrugada cante hondo: serranas, tarantos, martinetes, soleares, seguidillas ... y la copla se hace más copla entonces y parece que los versos se detienen sobre la piel. con un temblor de escalofrío...

Aquel era el lugar de emplazamiento de la Feria: una Feria más íntima también menos ruidosa. Bajo los soportales se instalaban los puestecillos del turrón y de los confetis: se vendían los helados y el popular aguanieve: se instalaban las tómbolas de caridad. donde las empingorotadas señas, casi inmóviles y sofocadas por la crueldad del corsé y la ampulosidad de las mangas de jamón miraban a los transeúntes y sonreían con casta brevedad, invitándoles a comprar las papeletas enrolladas.

…el Barrio Alto, plano y agrícola; la muy pescadora y dilatada del Alquián; la de la Almedina, cerradamente árabe y escalonada; las alturas del Quemadero, con sus calles de Versalles o Regocijos, o el de la Caridad, hacia la Molineta, refugio entonces de excursionistas domingueros: concentraciones familiares portadoras de las trébedes y los utensilios necesarios para hacer la paella o la "enfritá"...

Muy cerca, en los Jardinillos de Belén, en el Malecón de la Rambla, estaba enclavada la plaza de toros vieja. La afición creciente a la Fiesta, obligó a la construcción de la actual que fue inaugurada por Lagartijo y Zantini, figuras señeras de una fiesta que, exaltada por cronistas apasionados y pasodobles zarzueleros, ayudaba a olvidar bellos trozos de patria que se perdían en otros hemisferios.

…La inauguración supuso un acontecimiento minuciosamente descrito en las publicaciones de la época, que se recrea bandetallando el bullicio y la algarabía que dominaba a la ciudad, y significaban el rumbo de los carruajes de las familias pudientes como el break del marqués de Cadimo o el landó de la Marquesa del Águila, que en aquellos días, y para festejar y obsequiar a los altos visitantes que con tal motivo llegaron a Almería, organizaron saraos y banquetes de esplendidez principesca.

…Finalicemos pues, en el Puerto, el ancho camino azul de la ciudad, en el que, en épocas de faena, …hacían antesala los barcos de las más exóticas banderas, esperando el embarque de la uva que fue ornato de los campos almerienses y fuente de riqueza, y que permitía una serie de trabajos que unían al esfuerzo el tesón del cultivo, una bella teoría de tareas, virgilianas y anacreónticas, completadoras, desde el corte, bajo el toldo aterciopelado de las parras y la limpieza en los porches blanqueados de los cortijos, entre coplas de picadilla y chistes y comentarios lugareños; el transporte del fruto por caminos polvorientos, con ventas, arrieros y mendigos cervantinos, hasta el rodar con ritmo de tobogán y canturreo de estibadores, hacia la barcaza atracada que había de llevarlo a la bodega de los barcos cargueros. Y enfrente, perfectamente clara, sin los tristes biombos cuadriculados de hoy, lógicamente dibujada con un oro de piedras viejas, bellamente asentada, sobre la otra piedra clara de montaña, la larga silueta de la Alcazaba, con su altivez ruinosa, llena de las sugerencias románticas de un pasado distinto ¿mejor?...¿peor?...que se avenía al entorno de la ciudad amada.

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