Almería

"¿A la isla de Alborán? Hijo, ¿dónde está eso?"

  • El viento condiciona la vida y a veces les obliga a permanecer encerrados en el faro y a retrasar las rotaciones

Cuando llega la noche del viernes suelen bromear para esconder su resignación: "¿A qué discoteca vamos hoy?". En los ratos de ocio echan mano de sus portátiles, cargados de películas y series, y del gimnasio que han instalado en el que fuera su alojamiento hasta la rehabilitación del edificio del faro. Si los compañeros de destacamento juegan a las cartas o al tenis de mesa se abre un abanico de posibilidades que se cierra si optan por la lectura de libros. Nunca está de más un buen baño en la playa. Incluso en los meses de invierno es viable, la temperatura es más alta que en la península, el clima mediterráneo subtropical desértico invita a disfrutar del mar. La temperatura más baja que han tenido durante su estancia ha sido de 17,9 grados. Eso sí, están expuestos a insoportables vientos de poniente y levante que condicionan la vida en la roca, sólo aptos para mentes equilibradas. Ha habido relevos que han tenido que permanecer dos semanas encerrados en el cuartel, prácticamente sin posibilidad de salir al resto de dependencias y espacios del islote. E incluso otros destacamentos que han tenido que retrasar la rotación en cuatro y cinco días porque el temporal obligó a cerrar el muelle limitando el acceso de embarcaciones. Y es que a la hora de entrar o salir de la isla de Alborán, como dicen, " aquí el que manda es el tiempo".

En fechas señaladas como las navidades se han visto obligados a recurrir a un helicóptero para los traslados, para no demorar más el relevo del pelotón. También tiran de medios aéreos cuando ocurre una situación de emergencia en la ínsula. En agosto tuvieron que evacuar a un marinero que sufrió una caída cuando bajaba del faro. También recuerdan a una infante de Barbate que fue trasladada en helicóptero por la repentina muerte de un hermano. Hablan casi todas las tardes con las familias por teléfono -pueden realizar y recibir llamadas en línea fija- y a través de internet desde cuatro ordenadores, pero la mejora de las comunicaciones no es suficiente para salvar los inconvenientes del aislamiento. "Cuando surge algún problema en casa no puedes hacer nada, ni ayudar, la distancia te genera impotencia", reconoce José Manuel Romero. Hace sólo unos años las estancias eran de 15 días, pero no tenían conexión a la red de redes y sólo disponían de teléfono móvil de uso restringido. Viajar a la isla era una especie de castigo, como ocurría con los fareros que fueron los únicos habitantes de la roca durante décadas. De su paso ya sólo quedan dos tumbas, la de la mujer y suegra, en el minúsculo cementerio en el que también fue enterrado un piloto alemán cuyo cadáver llegó flotando a la isla tras sufrir un accidente durante la Segunda Guerra Mundial. Más allá del camposanto dicen que está el nicho de Al Borani, pero no es fácil de localizar al restringirse a una red de senderos habilitados por el Ministerio de Medio Ambiente los desplazamientos por la ínsula. La que sí está a la vista de cualquier visitante es la placa conmemorativa que recuerda, en el mirador y bajo la bandera, a tres jefes del destacamento naval que perdieron la vida en acto de servicio. Desde una perspectiva aérea esta roca tiene forma de triángulo isósceles -desde el barco se asemeja a un portaaviones- y se aprecian en la distancia el helipuerto y un escudo de la Armada formado con pequeñas rocas blancas. El faro del siglo XIX, con una base del edificio construida con piedra y sillería, está automatizado y se alimenta de energía solar. Prácticamente todo en este ombligo de mar, como la conocían los musulmanes, pueden conseguirlo sin depender de nadie. Tienen su propio generador de electricidad, su horno de pan y una planta desaladora de osmosis inversa que venía produciendo el agua que beben hasta que se averió. Mientras se autoriza la costosa reparación de la potabilizadora llenan los siete depósitos, de los que siempre hay uno en servicio. Tienen capacidad para 164 toneladas y el consumo medio es de diez semanales. Las recargas las realiza cada cierto tiempo el buque auxiliar Mar Caribe. Los que hoy son destinados al corazón del Alborán no lo perciben precisamente como un destierro. Algunos se sienten privilegiados de tener unas vistas inmejorables -cuando nieva con fuerza llegan hasta las cumbres de Sierra Nevada-, playas paradisiacas y la compañía permanente de gaviotas, delfines y hasta ballenas. Siete años ha tenido que esperar el cabo primero Francisco Martínez, canario de nacimiento pero almeriense de adopción, para que le concedan plaza en la isla. "Por pequeña que sea siempre será más grande que un barco y se moverá menos". Se sube en un pequeño tractor con remolque que tienen para realizar transportes y dice que lo tiene todo: agua, sol y un descapotable. "Los que vienen sin ganas es por desconocimiento", asegura un marinero gallego que formaba parte por primera vez del destacamento. "Cuando se lo conté a mis padres en casa me dijeron: ¿a la isla de Alborán? ¿hijo dónde está eso?". Ahora ya podrá explicárselo, ha cumplido la misión. El miércoles volvieron a Málaga en el patrullero Tagomago de la Armada, el mismo en el que partieron 21 días antes cargados de provisiones e incógnitas sobre la vida en este apéndice de nuestro país que administrativamente pertenece al término municipal de Almería.

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