Almería

Rodalquilar Cincuenta años del fin de la quimera del oro

  • Conciertos, jornadas y un encuentro de antiguos mineros para conmemorar entre mayo y octubre medio siglo sin actividad Historiadores y geógrafos quieren poner en valor su legado y el paisaje singular

Las cortijadas, aljibes y norias dan testimonio de la intensa actividad agrícola y ganadera de la comarca, pero al adentrarse en el Valle de Rodalquilar el paisaje cambia y se asocia por completo a la fiebre del oro. Las huellas de la minería, de su riqueza y prosperidad a pesar de los avatares que sufrieron las iniciativas empresariales, están a la vista de cualquier visitante. Un valioso patrimonio antropológico, cultural y tecnológico condensado en la que se denominó Caldera de Rodalquilar, con forma elíptica y abierta al mar de ocho por cuatro kilómetros, pero sobre todo en el corazón del que fuera uno de los mayores criaderos auríferos de Europa occidental dónde hoy está la oficina del parque natural de Cabo de Gata-Níjar, un anfiteatro, una sala de exposiciones, la Casa de los Volcanes -museo geominero- y el jardín botánico. El pueblo, de apenas 200 habitantes, superó el millar de vecinos durante la época de mayor esplendor de la planta Denver en manos de la empresa nacional Adaro, cuando el día a día de Rodalquilar giraba en torno a la extracción del oro. Además de los operarios, el núcleo minero contaba con sus propios maestros, pastores y panaderos con horno de pan. Existía un economato dónde comprar con vales que recibían los trabajadores y sus familias, hogar minero, club social y hasta un cine sin olvidar la incontestable acción católica que recibían al formar parte de un proyecto estatal. "Esta zona estaba casi en el neolítico y pasó a ser una avanzadilla de la modernidad para Níjar y el resto de la provincia", explica Rodolfo Caparrós, geógrafo y urbanista. De hecho, recuerda que hasta los años ochenta, la oficina de Adaro, que tenía nueve guardas, disponía del único teléfono de la comarca. Está impulsando junto a expertos historiadores y otros académicos la conmemoración del cincuenta aniversario del cierre de las minas con el respaldo de la Consejería de Medio Ambiente, la Diputación, el Instituto Geológico y Minero de España, la Sociedad Española de Defensa del Patrimonio Geológico y el Ayuntamiento de Níjar. Será a partir de mayo cuando comiencen la celebración en las que incluyen actividades culturales dentro de la programación de los Clásicos en el Parque, Costa Contemporánea y Flamenco 340, así como jornadas técnicas como la prevista para el día 7 en el marco de la X Semana de los Geoparques Europeos y la proyección de un documental con los testimonios de aquella época en la que será séptima edición del encuentro de antiguos mineros en agosto. Un año para conmemorar un pasado próspero que ha dejado tras de sí numerosas huellas en un entorno paisajístico y ambiental privilegiado, característico, único y singular que requiere un mayor esfuerzo de las administraciones para su puesta en valor y difusión.

El esqueleto de la planta Denver, casi derruido, es visitado a diario por decenas de turistas pese a no reunir condiciones de seguridad y tener una mínima información y señalización sobre la actividad de los mineros. En la explanada en la que se ubicó la planta Dorr corre peor suerte y hoy se amontonan los contenedores sin uso donde los montacargas y vagonetas hacían correr el metal amarillo para su tratamiento en las balsas sobre las que se construyó el anfiteatro. Era el paso previo del mineral antes de entrar en la Casa PAF (Precipitado, Afino y Fundición)convertida hoy en sala de exposiciones en claro ejemplo de su evolución y usos. A juicio del catedrático de Historia Económica de la Universidad de Almería e integrante del comité científico que viene trabajando minuciosamente en el cincuenta aniversario del cierre de las minas, Andrés Sánchez Picón, "Cabo de Gata y Rodalquilar se enriquecen hoy con la memoria y el patrimonio espectacular legados por una quimera tenazmente perseguida".

El que fuera presidente de la junta rectora del parque natural estructura la historia de la minería en la Caldera en tres etapas. Una primera de "visionarios locales", la de aquellos empresarios entre los que destaca Juan López Soler, que soñaron desde finales del siglo XIX con la posibilidad de obtener el oro en Cabo de Gata. De hecho, el cuarzo aurífero era desplazado a Mazarrón al no existir fundiciones en el levante almeriense hasta que se construyen en 1915 las plantas María Josefa y Abellán.

La segunda que arranca en 1931 con la llegada de una compañía de capital privado financiada por el Banco de Vizcaya y un conjunto de inversores internacionales, con un asesoramiento técnico de primer nivel y dirección británica. Fueron los años de Minas de Rodalquilar y la planta Dorr en los que se fundó el pueblo dónde sólo existían los cortijos diseminados. Y la tercera etapa se abre con el nacimiento de la empresa pública Adaro, una de las primeras que fundó el Instituto Nacional de Industria, entre los años 1939 y 1966. En ese periodo entró en funcionamiento la planta metalúrgica Denver, inaugurada por Franco el 1 de mayo de 1956, quien resaltó en su discurso, más allá de la consecución del ansiado metal para las arcas del Estado, el interés social para la comarca por la llegada a Rodalquilar de bienes y jornales. Pero nunca dejó de ser un ecosistema empresarial propio, especial, por la distancia entre la magnitud del sueño del oro y las inversiones realizadas en relación a la producción y sus beneficios.

Tan sólo una década más tarde, el 9 de marzo de 1966, se fabricó el último lingote de oro y Adaro echó el cierre en septiembre. Veinte años más tarde, hubo un efímero intento de reanudar la actividad por parte de una multinacional americana, entre 1989 y 1990, que se dejó más de 400 millones de las antiguas pesetas en las minas del cerro del Cinto. Pero fue el epílogo de la fiebre del oro, el yacimiento sería abandonado para siempre con sus luces y sus sombras. En las páginas más funestas de la historia minera de Rodalquilar, más allá de la falta de rentabilidad, Rodolfo Caparrós y Andrés Sánchez Picón coinciden al señalar a la plaga de silicosis que provocó la muerte de más de trescientos trabajadores que se afanaban en la extracción del cuarzo aurífero en la primera mitad del siglo, en sus galerías de hasta 80 metros de profundidad en filas verticales, por inhalación del polvo hasta que se emplearon los martillos de inyección de agua.

En la ladera sur del Cerro del Cinto se yergue la planta Denver, con un desfigurado esqueleto por el medio siglo de inactividad, a los cincuenta años de echar el cierre. Es la historia de la quimera del oro.

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