Crónicas desde la Ciudad

El Clero, Las Puras y Las Claras (y IV)

  • La ocupación francesa de Almería (1810-1812) supuso el desalojo violento de los tres conventos religiosos masculinos existentes y del femenino de Las Claras, para albergar en ellos a la numerosa tropa y Subprefectura

EL clero regular sufrió especialmente la invasión gala. El 15 de marzo de 1810 ya pernoctaron en sus respectivos conventos de San Francisco, Santo Domingo y Santísima Trinidad. Tras exclaustrar a los frailes, una parte de ellos se diseminó por parroquias de los pueblos y otros se sumaron al Ejército Nacional o, incluso, a la guerrilla. El juicio del nuevo régimen político fue categórico ante estas deserciones: "Gente inicua, groseros, malévolos, revolucionarios, desoladores de la paz y quietud privada y pública de las familias y poblaciones, enemigos declarados del Estado, del Reino y de la Nación… ". En el otro extremo se sitúan los que sufrieron violencia y muerte, caso del párroco y vecinos de Alcolea, a manos del francés.

El estamento sacerdotal, dividido entre afrancesados y españolistas, corrió distinta suerte. El obispo e Inquisidor del Santo Oficio, Mier y Campillo, salió de estampida -con el pretexto de una visita pastoral por la provincia- al segundo terremoto sufrido en 1804, siguiéndole hasta Vélez Rubio y Mojácar miembros de la Curia y Cabildo catedral, regido durante su ausencia por gobernadores Eclesiásticos. Regresó ocho años después. No hay constancia documentada de que en este tiempo la Diócesis sufriera especial expolio en su patrimonio artístico ni enseres litúrgicos. Tampoco había mucho que expoliar. Meses antes la Junta Central Superior de Sevilla apremiaba "recoger y conducir a aquella población todo el oro y plata labrada de las Iglesias que no sean necesarios para el Culto divino, con el objeto de emplearlo en la grande empresa de conservar nuestra Religión e Independencia".

Convento de la Purísima

Tras su toma por los reyes castellanos, la Almería medieval musulmana se transformó en una ciudad conventual con la llegada de tres Órdenes masculinas, a las que se sumó la femenina de la Inmaculada Concepción, pese a que el deseo inicial de Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de León y alcaide de la Alcazaba, disponía que fuesen las de Santa Clara. Sin embargo, su viuda, Teresa Enríquez, por razones que sería prolijo detallar, "conmutó la voluntad del Señor Comendador", optando por las primeras, a las que cedió solares y dotó económicamente. El 9 de junio de 1515 firmó la escritura de erección con la abadesa y cuatro monjas venidas de la casa matriz de Torrijos, fundada por Beatriz de Silva. En el mismo monasterio -sometido naturalmente a reformas y edificaciones añadidas- han permanecido salvo los mese del citado episodio de terremotos de 1804.

El historiador Carpente Rabanillo narró las vicisitudes sufridas por estas mujeres de clausura a la vista de un documento extraviado: "Noticia histórica exacta de todo lo ocurrido en el Monasterio de la Purísima Concepción de Religiosas Franciscas de la Ciudad de Almería, desde poco tiempo antes de entrar en ellas las tropas francesas hasta que la evacuaron, siendo Abadesa la R.M. Sor Antonia María de Santa Rosa Esteban de Valera. Año de 1810". Al manuscrito sirve de apéndice unos folios fechados el 15 de junio de 1814. Como consecuencia del estado de guerra, el convento Concepcionista fue refugio, además de las monjas de Santa Clara, de dos profesas Puras y cinco Clarisas de Toledo, más otras "nueve de las Claras del Viso, Provincia de la Mancha, que fue invadida en septiembre de 1809 por las tropas francesas".

A nuestras vecinas no las molestaron hasta que el 30 de mayo de 1810 "se le intimó por el Gobierno y mandó a la M. Abadesa que cesara en un todo la Clausura, quedando por consiguiente todas las Monjas en plena libertad para salir del Convento y establecerse donde más acomodase a cada una, previniendo la citada orden que de ningún modo se llamase ni admitiese a las demás Religiosas que se hallaban fuera; y que saliesen al momento las Novicias, Educandas y Hermanas de Comunidad". Las primeras fueron llevadas a sus casas y las "Hermanas quedaron en el Convento para servir en las oficinas por gracia particular del General francés, aunque con la precisa condición de que vistiesen traje secular y de ninguna manera hábito religioso". En esta situación de sobresaltos y penurias, en la que desembolsaron abultadas contribuciones (doscientos mil reales, sin contar la cebada y trigo entregados; aunque sin incautarles sus haciendas del Río), se mantuvieron mal que bien con la ayuda de presbíteros, canónigos y otras personas principales. Hasta un nuevo oficio del general Ligier Belair conminándoles a que lo desalojaran antes de del 29 de noviembre de ese 1810.

El general y subprefecto visitaron la Casa al día siguiente para registrarla tras la denuncia de que los Miradores "eran una fortaleza inexpugnable donde tenían las Mojas acopiados muchos pertrechos de guerra, para que si las tropas Españolas venían a Almería, pudieran defenderse de los franceses desde el tal baluarte". Pero viendo Belair que era una "falsedad supuesta por los muchos inicuos que le adulaban, para captar su gracia y voluntad, quedó completamente desengañado y enteramente complacido", mostrándose cortés con la abadesa y sin molestarla en lo sucesivo. No obstante, le ordenaron que estuviera prevenida para acoger a la comunidad de Santa Clara; "las cuales verificaron su venida en la noche del día nueve del mes de diciembre y fueron recibidas con todo el obsequio y atención posible, procurando confortarlas y consolarlas en su imponderable pena y aflicción".

Convento de la Encarnación

Permutado el testamento de Gutierre de Cárdenas por su viuda, Las Claras debieron esperar hasta el legado de otra familia adinerada: Gerónimo de Briceño y Mendoza y su esposa Micaela de la Cueva. El matrimonio dispuso que en caso de agotarse el apellido por ausencia de descendientes directos, parte de su mayorazgo y casas principales en la plaza del Juego de Cañas (Plaza Vieja), sirviese para la erección del Monasterio de la Encarnación, Orden de Santa Clara, a imagen del existente en Granada (de allí vinieron cuatro monjas y su primera abadesa, Sor Gerónima de Santa Ana Ruiz, natural de Laujar). Definitivamente, en noviembre de 1719 Felipe V autorizó la fundación del situado en la hoy de Jovellanos y antes Ancha. Abierta por la Subprefectura a expensas del jardín existente entre el edificio central -habilitado para oficinas- e iglesia y las dependencias de la enfermería (lindante a la actual C/. Perea).

Rodeado de gran aparato barroco, su traslado tuvo lugar en dicho diciembre de 1810: "A las siete de la tarde del día nueve, estando la Plaza poblada de gente, salió toda la Comunidad y acompañada de nuestros Capellanes y de las personas Eclesiásticas de más condecoración del Cabildo, Confesores y clérigos particulares, quedamos instaladas en el Convento de la Concepción".

Concluyo aquí la serie de artículos dedicados al bicentenario de la ocupación francesa de Almería convencido, y dolorido, cada día más, de la incultura y desprecio del equipo de gobierno municipal conservador frente a las obligaciones contraídas de custodia y realce del positivo patrimonio histórico heredado.

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