Andalucía

El oficio de tocar suelo

  • La excepcional historia de un delineante industrial, experto en artes gráficas y posicionamiento web que lleva meses trabajando como limpiabotas y hace "regalos" digitales a países y ciudades

Hay quien se manifiesta indignado delante de las puertas de los partidos políticos, quien murmura maldiciones en la cola del paro y quien directamente se hunde ante el drama de no encontrar trabajo mientras se le acumulan los lunes al sol. También hay quien se rebela a su manera, y posiblemente no haya ninguna rebeldía más chocante que la de Javier Castaño, un asturiano delineante industrial, experto en artes gráficas, posicionamiento y marketing web, pero que desde hace casi un año trabaja como limpiabotas. "No había cola para serlo", responde con naturalidad mientras espera que un nuevo cliente se pare en la malagueña calle Larios a que le lustre los zapatos por 3 euros, un proceso que este hombre de 48 años acomete como si se tratara de restaurar un cuadro.

Porque Javier no es un limpiabotas convencional ni su historia, pese a la tentación de hacerlo, es fácil de etiquetar. Sí, se trata de un extraordinario relato que podría simbolizar la crisis y la caída española, por mucho que ejerza su nuevo oficio con el orgullo y amor propio de un orfebre y le duelan las "caricaturas". Como la que presentó de su caso un periódico de Múnich. "España vuelve a darle patadas a la lata", señalaba un reportaje que insinuaba que el progreso español era un espejismo y que ahora volvíamos a estar donde nos corresponde. El cansino "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" que Javier transforma en "nos están explotando por encima de nuestras posibilidades". Se lo tradujo su pareja, alemana, y todavía le brillan los ojos al recordarlo: "Se columpiaron mucho".

Pero, aunque haya salido ya en televisiones, periódicos y webs extranjeras, no es tan fácil simplificar la historia de Javier. Porque si algo le sobra a este peculiar emprendedor, que se ha tenido que reinventar tantas veces, no es sólo una desbordante dignidad, sino su capacidad para sorprender. Este "limpia", como él se denomina, lo mismo te habla de la economía del bien común de Christian Felber, a quien estuvo escuchando hace poco, que del conflicto por las placas solares entre Alemania y China, de la decadencia industrial europea o de la burbuja política española. Y también tiene su particular visión sobre los desahucios: "En lugar de manifestarnos, deberíamos hacer como los amish, construir una casa en una mañana para esas familias".

En sus ratos libres -quizás ésa sea la mayor de sus muchas sorpresas- y smartphone en mano, Javier vuelve a ser el consultor SEO (optimización de motores de búsqueda en internet) de antes, el mismo tipo curioso y activo que tuvo cuenta en Facebook y Twitter antes que nadie que usted conozca. Si Zuckerberg abrió su red social al público en septiembre de 2006, en octubre Javier ya tenía su cuenta. Como en Twitter en 2007. Cuando prácticamente nadie en España sabía qué era un tuit ni existía esa cosa llamada community manager, nuestro limpiabotas ya dominaba el asunto. Y de qué forma. Al analizar la red de microblogging e intuir su futuro uso, registró a su nombre ciudades, regiones y países que vio libres. En una red que ha superado los 500 millones de usuarios y sigue creciendo exponencialmente, mucha gente pagaría un dineral por usar las marcas que Javier tiene. Pero pocas cosas le dan mayor satisfacción que devolverlas a sus "legítimos dueños".

La lista de Javier, como casi todo en él, resulta increíble pero es cierta. Andalucía, Málaga, Madrid, Canadá, Japan, Roma, Río de Janeiro, Asturias… Todas a su nombre. Ya consiguió, con distintos resultados, ceder algunas. El alcalde de Málaga lo recibió en su despacho para darle las gracias en nombre de la ciudad, y el Ayuntamiento de Madrid también usa de forma activa su twitter oficial gracias al regalo de Castaño. Con Andalucía no tuvo tanta suerte, y tras dar la cuenta hace algo más de un año a la Junta, desde el Gobierno andaluz no parecen tener muy claro qué hacer con una herramienta tan potente: no han escrito ni un solo tuit y nadie se ha molestado siquiera en poner una foto, tan solo la web de la institución. "Es un desperdicio espectacular de un recurso muy potente, como es la marca de Andalucía en el mundo, porque eso es Twitter. Si hace falta, este limpiabotas le da una masterclass de una hora al community manager de la Junta", cuenta algo molesto.

Tras haber logrado ceder la cuenta a Canadá, ahora intenta hacer lo propio con la de Río de Janeiro y Roma. Sólo hay que buscar en Twitter los nombres de ambas ciudades y ver que referencian a @xabel, Javier en bable. "Si todos los comerciantes de Málaga se propusieran hacer un pequeño regalo a todos los japoneses, no podrían. Pero el limpia, lo sepan o no los japoneses o los canadienses, sí lo ha hecho. Ésa es mi riqueza y potencial", explica con orgullo. "¿Puedo darme un golpe en el pecho y decir que un limpiabotas de Málaga se la ha colado a todos los canadienses, a sus ingenieros, arquitectos e informáticos, a todos los parques tecnológicos de Canadá? ¿Puedo hacerlo y decirles, ahí tenéis un regalito de Javi, vuestra cuenta oficial en Twitter? Pues sí", destaca antes de empezar a limpiar los zapatos, sentado casi a ras del suelo, a un turista.

Javier, de Mieres, corazón de la cuenca minera asturiana, ha luchado siempre contra su mala suerte. Fue interino tres años pero amortizaron su plaza. Trabajó como delineante, calculando estructuras de hierro y hormigón, haciendo centros comerciales, urbanizaciones, carreteras, saneamientos. Pero llegó una de las crisis argentinas y muchos arquitectos jóvenes de aquel país, como los españoles ahora, se vieron obligados a emigrar. "Yo había estudiado en tablero, ellos autocad. Ellos dominaban el inglés, yo apenas. Tenían 25 años, sabían más que tú y estaban dispuestos a cobrar menos, así que me tuve que buscar otra opción si quería defender mi sueldo". Entonces aprendió artes gráficas y se gastó 12 millones de pesetas en una máquina off-set. Imprimió revistas, carteles, folletos, e incluso acabó como dueño de un periódico local tras un impago. Pero otra vez un problema global lo obligó a empezar de nuevo. "Agfa decidió pegarle el machetazo a Kodak, y comenzó a alquilar sus filmadoras a bajísimo precio con tal de que compraras su papel. Me sacaron del mercado, yo me había gastado un dineral en una máquina que tenía que amortizar". Javier habla de la curva de negro, de cuatricomías, fotolitos, planchas y maquetas y recuerda lo que aprendió de los técnicos de El Sol de España tras el cierre de la histórica cabecera malagueña. Ya en Málaga, adonde llegó por las tunas -aunque ésa sí que es otra historia-, volvió a trabajar de delineante hasta que se vio otra vez contra la espada y la pared, y entonces se especializó en internet. Pero esta vez no fue Agfa, sino Google quien lo fastidió. El gigante del Silicon Valley cambió su algoritmo de búsqueda e introdujo el Panda. "Eso nos inutilizó a los SEO y yo salí volando", recuerda.

Así que acorralado, sin empleo, tras cotizar unos veinte años como autónomo -"descubres que para vivir como autónomo tienes que renunciar a todos tus derechos"-, recuperó una vieja pasión infantil: ser limpiabotas. "Es lo que quería ser de niño. Lógicamente luego me llegó el sentido común, pero el recuerdo de mi infancia es tener el cajón de limpiabotas que me regaló mi tío y limpiar los zapatos a todo aquel que llegaba a casa. Me daban 5 pesetas".

Javier investigó por internet los últimos métodos para limpiar zapatos, habló con zapateros, con los fabricantes y vendedores de los productos, entrenó con sus zapatos y los de sus amigos. "Lo probé todo, lo comparé todo y lo desobedecí todo", explica sobre cómo ha logrado sacar más partido a muchos de los productos que lleva en su caja. También diseñó su uniforme para darle un toque retro, y se encabezonó con que sus pantalones debían ser claros. "Para alguien que trabaja con betún es todo un reto y un mensaje al cliente", como seguro que lo son también sus relucientes castellanos.

"Intento dignificar un poco este trabajo, evolucionarlo, sacarle el máximo a cada zapato, aunque se tenga ese concepto de piltrafilla, de que si no vales para nada te haces limpiabotas", explica en su puesto fijo del Café Central, que el dueño, Rafael Prado, le cedió, tras enfrentarse sin éxito contra la burocracia e intentar que le dieran permiso para su actividad en la calle o en el Puerto. "Me pedían seguro de responsabilidad civil, un canon, semanas de papeleo…", lamenta. Con blog (www.limpiabotas.es) y cuenta profesional en Twitter @limpiabotas_es, ya le han llegado clientes a través de Google, su viejo rival.

A Javier Castaño, que hasta hace poco vivía "de acogida", primero en casa de un amigo y luego en un trastero, pero que ahora se puede pagar una habitación en el centro y lleva ocho meses "comiendo de esto", le ha pasado casi de todo en estos meses de "experiencia humana alucinante". Un árabe intentó darle dinero para que no le limpiara los zapatos a un joven -"consideraba que era indigno que alguien mayor se inclinara ante alguien más joven, pero lo indigno era que yo cobrase por no trabajar porque a él le parecía"-, algún turista ha intentado regatearle los 3 euros de su servicio, y entonces lo ha hecho gratis -"para que se vaya con mala conciencia"-, y hace poco le robaron su smartphone mientras hablaba con un cliente sobre redes sociales. No hay nadie que quede insatisfecho de su trabajo. Tampoco hay nadie que no salga sorprendido, pensativo, tras hablar con él. Quiera o no, este limpiabotas es todo un símbolo.

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