De libros

Singularidad y tradición

EN una secuela apócrifa de El Lazarillo de Tormes publicada en Amberes en 1555, el héroe, integrado plenamente en la sociedad, es secuestrado por un ejército de atunes en alta mar mientras marcha a la guerra de Argel y, por causa de un extraño sortilegio, termina él mismo convertido en atún. El pequeño miserable que en la primera parte había servido como ejemplo en negativo para la expresión de ciertas inquietudes humanistas, condenadas al ostracismo en plena fiebre contrarreformista, y en virtud de un realismo marca de la casa, protagoniza en su madurez un desvarío jocoso pleno de imaginería y fabulación. Cuando se atiende a la obra de Ana María Matute (con la excepción de su producción para niños, alumbrada como un continuo en su quehacer), se suele considerar la misma en términos parecidos: hay una autora hasta La torre vigía (1971) consecuente con su generación, que pone su obra a indagar en una posguerra que resulta ser demasiado larga y más llena de heridas y rencores, con la mirada infantil y adolescente como tribuna decisiva, así ya en Los Abel (1948) como en Los hijos muertos (1958); y otra escritora que, casi como en una reacción furibunda, decide abstraerse de todo esto y entregarse a la Edad Media como Edén particular, en una prolongación del cuento de hadas como poética para abordar una aproximación a los pozos del corazón humano y, de paso, pactar la reconciliación de la Matute adulta con la Matute niña, una empresa que alcanza su plenitud en Olvidado Rey Gudú (1996) y Aranmanoth (2000).

A cuenta de esta esquizofrenia, pacata e injusta, ha sido Ana María Matute considerada una autora singular, un patito feo, título que ella aceptó gustosamente. Pero convendría, más bien, recibir a Matute como síntesis prodigiosa que el siglo XX arrojó de cuanto hasta entonces había dado de sí la literatura española: conviven en ella la épica del cantar de gesta, los monstruos y merlines de las novelas de caballería, el estoicismo cervantino más socarrón y el realismo convertido en convención crítica. Toda una tradición al servicio de tan hermosa historia de amor.

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