Cultura

La vida sigue más allá del 'Quijote'

  • Andrés Trapiello publica 'El final de Sancho Panza y otras suertes', el cierre del proyecto iniciado hace 10 años con 'Al morir don Quijote', en el que retoma la existencia de los personajes cervantinos.

En una ocasión se acercó un pastor a Francisco Giner de los Ríos y le dijo: "Todo lo sabemos entre todos y todo lo contamos entre todos". Andrés Trapiello está convencido de que así es, de que "contar el mundo es una tarea común", de igual modo que escribe sabiendo, dice, que "no se trata de medirse ni de compararse con nadie, sino de hablar de la vida con la voz que cada uno tiene". La suya se formó, en gran medida, en el amor al Quijote, una obra que por su sabiduría, por su compasión, por su sentido del humor, por su sentido de la libertad, al leerla, "nos hace mejores de lo que somos". Por eso, "como homenaje a Cervantes, por lo que significa ese libro para nosotros, y como reafirmación de un libro que está vivo desde hace 400 años", se atrevió a publicar hace una década Al morir don Quijote, donde retomaba la historia justo donde la dejó su autor, y por eso ahora regresa con la continuación de ese proyecto dividido en dos partes, como la obra en la que se mira.

Recién publicada por Destino y titulada El final de Sancho Panza y otras suertes, la novela, "feliz", como la calificó la editora Silvia Sesé, y muy divertida e impregnada del espíritu y el tono cervantinos -el propio Trapiello señala que Alonso Quijano es tan protagonista como el que más, sólo que in absentia-, narra las aventuras, porque no deja de ser una novela de aventuras, a las que se enfrentarán Sancho Panza, el ama Quiteria, la sobrina Antonia y su esposo el bachiller Carrasco en su deseo de llegar desde La Mancha a Sevilla para embarcar rumbo al Nuevo Mundo. La Torre del Oro, a orillas del Guadalquivir, no es precisamente un mal escenario para dejarse seducir por una empresa así, y por eso el narrador, poeta y ensayista leonés (Manzaneda de Torío, 1953) acudió allí ayer para hablar de lo que ha significado para él este díptico cervantino que ha ido componiendo en los últimos tres lustros.

"El mayor temor mío era que la gente dijera: ¿pero éste quién se cree que es?, es idiota, o un hombre ingenuo, o un iluso. Pero yo sé perfectamente que competir con Cervantes es imposible. Hubo algunas lecturas maliciosas en aquel momento, pero inmediatamente empezaron a venir también lecturas enormemente simpáticas, en el sentido de que la gente sintonizó con el espíritu, que es de lo que se trataba. Esto no es un ejercicio literario, ni está hecho en broma. Yo quería, con la mayor humildad, prolongar los ideales de la novela, ideales de libertad, de cierta anarquía, porque trata de un hombre que está siempre en la causa justa pero en el peor momento posible, y por tanto siempre lleva las de perder. Esto es de lo que realmente hablamos. El Quijote sigue plenamente vigente porque hay causas perdidas que no deberían ser perdidas, porque son buenas causas", dice el también autor de Las armas y las letras o de la serie de diarios Salón de pasos perdidos, uno de los proyectos más ambiciosos y singulares de la literatura española reciente.

"Confieso que al escribir la primera parte me sentía un tanto agarrotado por la responsabilidad. Además, Al morir don Quijote sucede sólo en la aldea, lo que hace que sea una novela más cerrada, más estática. En cambio, en esta segunda parte me sentía ya más tranquilo y me permití lo que debe hacer cualquier novelista con una historia de aventuras: contar aventuras. Es la parte con la que más me he divertido y los personajes se lo pasan mucho mejor también", explica el autor, que quiso también, de alguna manera y mediante la ficción, "resarcir el sueño" nunca cumplido de Cervantes de probar suerte en el Nuevo Mundo. No en vano fue él quien vino a demostrar que "realidad y ficción forman parte de un mismo todo que es la vida", probado también en el hecho de "para nosotros don Quijote y Sancho Panza tienen hoy día mucha más entidad que Cervantes, del que no conocemos casi nada, apenas cuatro datos mal indagados".

"Que se vayan a América es normal -sigue- porque la solución natural de todos los españoles de ese momento, cuando no tenían remedio a sus necesidades aquí, era embarcarse a las Indias. Pero no era fácil, había muchísimas trabas. Y ahí viene un homenaje a Cervantes, sí, porque cuando él llega de Argel intenta el paso de las Indias porque aquí no tiene de qué vivir y ademas era manco; se entera de que había oficios vacantes allí y solicitando que, en atencion a sus heridas, se le mande a América. Pero no lo consiguió. Los personajes de mi novela sí lo logran por él, no sin dificultad. Y bueno, por otro lado, probablemente gracias a que Cervantes no se fue a las Indias escribió el Quijote...".

Ésta no ha sido ni mucho menos la primera recreación o pastiche en torno al universo cervantino -aquí mismo, entre los más próximos en el tiempo a nosotros, Unamuno o Azorín propusieron las suyas-, y a Trapiello siempre se le atragantaba un poco el estilo. "La lengua es la mayor dificultad. El de Cervantes es un castellano que está en los albores, una lengua hablada vivísima que el leerla, aún hoy, está llena de sabores nuevos, todavía no mezclados... Competir con eso es imposible. E imitarlo es un absurdo; cuando se ha hecho ha resultado una especie de lengua castiza que además es inexistente, no la habló Cervantes ni la hablan sus personajes ni por supuesto nosotros. Lo que más me costó fue evitar esa prosa sonajero del barroco español que los cervantinos tanto odiamos, y consegir una lengua enteramente natural, coloquial, que no se sintiera".

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