De libros

Voces desde la ciudad sitiada

  • 'Escritos desde el sitio de Leningrado' es una obra atípica y excepcional que se lee como gran literatura testimonial de asombrosa variedad

Cynthia Simmons y Nina Perlina. Trad. Joaquín Fernández-Valdés y Gemma Deza Guil. La Uña Rota. Segovia, 2014. 330 páginas. 18,90 euros

En el gélido invierno de 1942 más de dos millones de leningradenses quedaron atrapados bajo el cerco de las tropas alemanas sin combustible, electricidad ni transportes. Según cálculos de David Glanz, en enero de ese año murieron diariamente entre 3.500 y 4.000 personas. Con los datos objetivos en la mano, este fue el peor momento del asedio más largo de la historia reciente, que se había decretado el 8 de septiembre de 1941 y que se prologaría hasta el otoño de 1944: ¡casi 900 días de aislamiento! Sin embargo, el diario de la médica Anna Lijachova confiesa que el derrumbe moral de la población debilitada y enferma después del duro invierno vendría más tarde: "Cuanto más revive la naturaleza, cuanto más brilla el sol y más verde se vuelve todo, más deprimida se siente una. La primavera ha despertado las emociones humanas que teníamos congeladas y nos ha recordado de una manera cruel nuestras desgracias personales". En efecto, la autora de estas líneas escritas el 7 de junio de 1942 había perdido durante los primeros meses del sitio a su marido y a su hijo pequeño.

El de esta voz que nos habla atravesando el largo túnel del siglo XX, con la fuerza de la voluntad que se resiste a ser doblegada, es uno de los 30 documentos que Cynthia Simmons y Nina Perlina han conseguido reunir en un libro atípico y excepcional, publicado originalmente en la Universidad de Pittsburg en 2002 y ahora felizmente recuperado para el lector en lengua española por la editorial La Uña Rota gracias al buen hacer de los traductores Gemma Deza y Joaquín Fernández-Valdés. El denominador común es la escritura femenina, población mayoritaria de la ciudad del Nevá tras la movilización de los soldados y albacea de la memoria colectiva que supo transmitir hasta el presente. Escritura radical, tanto por las condiciones materiales de su composición (a la luz de un cirio, sin fuerzas para escribir) como por su vocación genuinamente histórica (no permitir que el tiempo olvide). Escritura libre, en la medida que se aleja de los modelos literarios y de la ampulosa retórica del régimen. Y escritura interpretativa. Sus autoras, mayoritariamente mujeres de alta formación y cultura cosmopolita, quisieron transmitir a través de ellas una visión del siglo que ha pasado.

Las selección de los testimonios que ofrecen las editoras es riquísima. Hasta ahora sólo contábamos en traducciones con El diario del sitio de Leningrado de la escritora Lidiya Ginzburg, que personificó la resistencia del pueblo de Leningrado en N, personaje simbólico que mantiene la dignidad pese a lo adverso de las circunstancias. Y con El Diario de Léna que recoge la experiencia en el instituto de la estudiante Léna Moukhina, la cual fue evacuada a principios de junio de 1942 después de haber perdido al único pariente vivo que le quedaba, su tía Elena. Esta antología de Simmons y Perlina que ahora se vierte al español permite abrir el abanico a un conjunto de relatos personales mucho más amplio (entre diarios, cartas, memorias, historias orales y prosa documental) que además vienen precedidos de documentadas biografías personales de sus protagonistas.

Estas mujeres, como veníamos diciendo, no transmiten el guión oficial de la guerra, que a la muerte de Stalin cristalizó en los monumentos de la victoria que recorren toda la geografía soviética. Antes bien, retratarían el frente doméstico, civil y cotidiano del largo conflicto. Artistas, escenógrafas, historiadoras, folcloristas, músicas, médicas y amas de casa, todas participaron activamente en la defensa de la ciudad, cavando trincheras, haciendo turnos para advertir de los bombardeos y sustituyendo la mano de obra masculina en las fábricas. Las tareas en el hogar de acogida de los niños huérfanos y las labores de evacuación de la población formaban parte asimismo de una experiencia que contribuyó a fortalecer los lazos de solidaridad entre generaciones e incluso con mujeres de países tan alejados como Escocia las cuales, sensibilizadas con el sufrimiento de las soviéticas, decidieron enviar un álbum de condolencias en el que colaboró la diseñadora gráfica y actriz de teatro Vera Miliútina (1903-1987).

La dureza del sistema de racionamiento de combustible y comida impuesto por Pavlov es un tema recurrente en estas memorias. La mayoría de las mujeres quedaban ubicadas dentro de la tercera categoría, la de los dependientes, cuando en realidad eran ellas las que estaban sosteniendo los hogares. Los relatos recogidos en este volumen critican duramente esta injusticia como también los frecuentes abusos de los responsables de la distribución de las frugales raciones de pan adulterado. Aún con estos impedimentos, Èlza Greinert cuenta a sus hijos y nietos cómo se las arregló para dar decente sepultura a su marido. Mientras que Olga Freidenberg, prima del famoso Borís Pasternak, recoge en sus memorias El asedio del ser humano la conmovedora historia de Bérdnikova y Sokolova, dos mujeres sencillas y decididas que arrastrando los pies hinchados por la nieve no dejaron de servir ni un solo día la ración de sopa fría a una compañera mutilada en los bombardeos. Formas de heroicidad que no salen en los libros de historia.

La vivencia dolorosa, que hermana estos testimonios, una vez asimilada, florece en una literatura testimonial de asombrosa variedad y diferentes acentos. Liubov Shapórina (1885-1967), escenógrafa y organizadora del teatro de marionetas de Petrogrado, interpreta el sitio de Leningrado como símbolo del castigo de Rusia, un pueblo envilecido por el dictador y traicionado por sus intelectuales, turiferarios del poder. Visión que contrasta con el sentimiento patriótico de Sofía Buriakova, ama de casa que confiesa en sus memorias que si pudo soportar todas penalidades que padeció su familia (perdió a padres y hermanos) fue gracias a "aquella fe (que) se alimentaba del conocimiento de que al frente de nuestro pueblo y del Ejército ruso se alzaba I. V. Stalin".

Algunos habitantes de Leningrado no tuvieron voz propia. Habían cometido el error de vivir en una ciudad sitiada y ser de la misma nación que los soldados de Hitler. Alguien que no quiso comprometer su nombre rescató este estremecedor testimonio con el que concluimos: "No eran más que una familia. Vivían al otro lado de nuestra calle... en el número 11 de la avenida Nevski... Así es como ocurrió: en 1938 arrestaron al padre, en 1941 arrestaron a la madre, en 1944 ella fue fusilada, el hijo mayor murió de hambre, el menor quedó con su tía y una hija de esta (...) eran sombras vivientes". En estas condiciones los tres últimos supervivientes de la familia fueron deportados a través del congelado lago Ládoga. La mujer murió mientras esperaba para cruzarlo. Hermano y hermana, que sólo se tenían el uno al otro, fueron separados para siempre.

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