José C. Vales. Escritor

"Uno no escribe para mostrar lo listo que es, sino para que el lector disfrute"

  • El ganador del Nadal con 'Cabaret Biarritz' defiende que "lo mejor que se puede ofrecer al público es un agradable entretenimiento". La novela propone una vibrante crónica de los años 20.

Tras ofrecerle unos cuantos proyectos "de dudoso valor (literario y moral)", entre ellos la comedia amorosa picante Las elegancias de París o el drama bélico Nunca volverás de Passchendaele, el editor Philippe Fourac encarga al fin a Georges Miet, un escritor al que la fortuna no sonríe, una novela "seria". Se trata de una ficción que debe reconstruir "los terribles y dramáticos sucesos acaecidos en Biarritz durante el verano de 1925", cuando tras un temporal se encontró el cuerpo de una joven colgando de una argolla en el muelle de la localidad francesa. Cabaret Biarritz, la obra con la que el traductor y novelista José C. Vales ha ganado el Premio Nadal, se articula en torno a las entrevistas que realiza Miet en sus pesquisas para proponer un relato que va más allá de la mera investigación de los hechos. Disparatada crónica social de un tiempo apasionado, también relato de amores perdidos que se reencuentran, Cabaret Biarritz demuestra el deslumbrante talento de un autor que entiende la literatura como una fiesta.

-Es irónico que un traductor como usted escriba una novela que aparente ser una traducción del francés.

-Es todo un juego en el que pretendo que el lector entre, porque a mí me interesa el aspecto más lúdico de la literatura. No es sólo que yo sea traductor, también soy filólogo y el libro empieza con una simulación de un ensayo filológico al uso, pero en vez de dedicarse a un gran autor se dedica a Georges Miet, que es un pobre desgraciado. El libro se presenta, sí, como una traducción, y el traductor tiene sus disputas con el editor en un relato paralelo que se desarrolla en las notas a pie de página...

-En esa introducción, hay una mirada a los vicios del mercado editorial con ese editor que rechaza los libros que "apestaban a literatura".

-[Ríe]. Es una broma pero también algo muy real: el mundo editorial es un mundo empresarial que solamente en ocasiones roza el mundo literario. La literatura es un proceso artístico que tiene que ver con las letras, pero el mundo editorial lleva a las mesas de novedades miles y miles de libros que no tienen nada que ver con eso.

-Quien se acerque al libro pensando que es una intriga descubrirá que ese misterio, en realidad, es sólo una premisa para retratar el Biarritz de los años 20.

-Me interesaba que el lector entre en el juego por el asunto detectivesco o por la trama amorosa, que habla de la recuperación de un amor adolescente, un amor perdido, pero quería también que cuando pasara la última página hubiese pisado los palacios, los grandes hoteles, el faro, que hubiese ido con las mujeres del servicio doméstico a comprar al mercado, entrado en los tugurios, ido con las prostitutas. Que hubiese vivido los años 20 en Biarritz, ésa era mi pretensión. Si se lee correctamente, de hecho, el propio libro, con esos 30 testimonios, no es más que una sucesión de números de cabaré, en la que habría un número de sadomasoquismo, una equilibrista que va por los aleros de los tejados, un cuadro melodramático, un lanzador de cuchillos...

-Uno de los aspectos más interesantes de esa época es que conviven desde la mujer que se flagela o la señora que se escandaliza por los bañadores más atrevidos con una generación de chicas que comienza a liberarse.

-La mujer había conocido ciertos aspectos de la libertad en las décadas anteriores, había empezado a conducir los automóviles, a usar la bicicleta, a jugar al tenis y al golf, se había quitado el corsé y había emprendido la lucha por el sufragio femenino. Pero después de la I Guerra Mundial, cuando explota esa vitalidad de los alegres años 20, recupera todo eso y decide ir un paso más allá. Trixie, que es mi personaje favorito, quiere a un hombre pero se acuesta con su amiga, y se sube a los globos aerostáticos, ha abandonado a su marido... Es una mujer sin miedo que quiere hacer uso de su libertad. Hay que matizar que este tipo de mujer, claro, sólo pertenecía a ciertas clases sociales. Ocurre luego algo triste, que con la II Guerra Mundial se da una regresión y la mujer no logra otra vez la libertad hasta que no consigue quitarse el sujetador, casi en la era pop.

-Lo mencionó antes, pero volvamos a uno de los temas del libro: el retorno a un amor del pasado.

-Uno de los personajes, Vilko, dice que el presente es innecesario porque vive en un pasado concreto, cuando tenía 15 o 16 años. Él siente que allí está la vida que le pertenecía, la que le interesaba vivir, y todo el resto le parece un poco confuso. Es una cuestión recurrente en casi todas las personas, o al menos en algunas que yo conozco, esta idea de que hay momentos del pasado que siguen constantemente vivos, y a los que acudimos cuando nos vamos a dormir, o cuando paseamos.

-El primer testimonio se inicia con una frase maravillosa: "Los periodistas, los sepultureros y los gusanos somos los únicos que sacamos provecho de los muertos".

-Si hubiera sabido que la novela iba a ganar el Premio Nadal, y que iba a hacer tantas entrevistas, quizás habría sido más prudente [ríe]. Yo quise ser periodista, pero por razones familiares o económicas fui filólogo. Lo que se cuenta en Cabaret Biarritz remite a una costumbre de la que hablaba Hemingway, estas noticias que los periodistas alargaban y convertían en historias folletinescas. Entonces se hacía con hechos truculentos y en alguna medida se sigue haciendo hoy con la política o la vida social. Pero, si uno se fija, en la novela, al final, son los periodistas los que intentan desvelar la verdad, y es el poder o la policía quienes intentan ocultarla.

-Con esa estructura de la novela, con los diferentes testimonios, quizás ha perdido la oportunidad de sacar partido al entrevistador, un personaje con tantas posibilidades como ese Georges Miet "artítrico, cojo y casi ciego".

-Bah, Georges Miet muere antes de llevar a cabo su novela de Biarritz [su muerte se conoce en el prólogo] y está bien que sea así, porque era muy mal escritor [ríe]. Había bebido demasiada absenta y tenía problemas. En la novela juego con algunos elementos de mi biografía: yo he trabajado en el mundo editorial desde hace muchísimos años, y tengo algunos problemas de huesos como Georges. Lo he exagerado y ridiculizado un poco.

-Es bonita esa frase que dijo cuando ganó el Nadal, una idea en la que Dickens resumía su concepción de la literatura: se trataba de reunir vagabundos para ofrecerles un banquete y una buena historia.

-Es una teoría literaria simple, pero a mí me parece la fórmula más honesta de acercarse a lo que escribes. Yo no hago novelas para pavonearme ante los lectores diciendo lo estupendo que soy. No se escribe o no se debería escribir para mostrar al mundo lo listo que es uno, sino para ofrecer al lector un trabajo con el que pueda disfrutar. Esa metáfora del grupo de peregrinos reunidos en torno a un juego me parece una teoría literaria que pese a su sencillez merece ser tenida en cuenta. Lo mejor que se le puede ofrecer al público es un agradable entretenimiento.

-Aparte de su carrera como novelista, ¿qué novedades tiene como traductor?

-Acaba de salir otra novela de Edmund Crispin en Impedimenta, El misterio de la mosca dorada, con un posfacio mío sobre el universo de Bruce Montgomery. Y de toda mi carrera estoy especialmente contento con la traducción del Frankenstein de Mary Shelley. La hice a partir de los trabajos de un profesor americano [Charles E. Robinson] que encontró los manuscritos originales de la autora. Ella sólo tenía 17 años cuando empezó su novela. Es alucinante que con esa edad se le ocurriera una historia tan monstruosa.

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