De libros

Un asesino anda suelto

  • La editorial Menoscuarto ha publicado 'El huésped' de Marie Belloc Lowndes, la novela que inspiró a Alfred Hitchcock su primera película importante: 'El enemigo de las rubias (The Lodger)'.

En 1927, un jovencísimo Alfred Hitchcock estrenaba su tercer largometraje, El enemigo de las rubias (The Lodger), que el interesado presentaría luego como el primero realmente suyo: "Fue la primera vez que ejercí mi propio estilo. De hecho, se puede considerar que The Lodger es mi primer filme", dijo el director inglés a François Truffaut casi cuarenta años después. El enemigo de las rubias se basaba en la adaptación teatral de una novela de Marie Belloc Lowndes, El huésped, publicada en 1913. No creo que haya que insistir en ello, pero todos los amantes del cine y, en concreto, los devotos de Alfred Hitchcock, Santo Patrón de los cinéfilos románticos (que nada tienen que ver con los cinéfilos sentimentales), tenían una deuda pendiente con esta autora por haberle suministrado al cineasta el bastidor argumental en el cual entretejería algunos de sus temas recurrentes: el falso culpable, la pulsión criminal, el fetichismo sexual, etcétera. La reciente publicación de El huésped (Menoscuarto) permite saldarla y constatar la superioridad del filme respecto al original literario.

La novela plantea una situación tan sencilla como sugerente: un asesino que anda suelto en las calles de Londres, en las semanas previas a la Navidad, ha cometido varios asesinatos "brutales y muy extraños", apostilla la autora. En el cuerpo de la tercera víctima, a modo de billete de visita, ha aparecido un triángulo de papel con su firma en letras rojas: El Vengador. El miedo se extiende entre la población como veintitantos años atrás, cuando Jack el Destripador -obvia inspiración del relato- hacía de las suyas en el barrio de Whitechapel. Un testigo dice haber visto huir de la escena del crimen a "un hombre alto, como una sombra, con una bolsa en la mano". A partir de cierto momento se habla además de que el asesino es abstemio, un punto que jamás se explica como es debido. Es cierto que algunas víctimas han sido mujeres sorprendidas borrachas a altas horas de la noche, pero de ahí a presuponer un rechazo al alcohol hay un trecho. Obviamente, se trata de un simple truco de Marie Belloc Lowndes para dirigir nuestras sospechas en una determinada dirección. Que en el filme las víctimas del Vengador fueran todas rubias, ahora lo sabemos, fue una personalísima aportación de Alfred Hitchcock.

El protagonismo recae sobre el matrimonio formado por Robert y Ellen Bunting -sobre ella, principalmente-, que en el pasado habían trabajado como sirvientes de esa clase de gente que gusta de tomar una copita de Oporto a las once y media de la mañana, ni un minuto antes ni uno después. En la actualidad, los Bunting viven en una modesta casa de Marylebone Road. Las estrecheces económicas los han obligado a empeñar cuanto tenían de valor y a prescindir de todo lo superfluo. (La austeridad no es la fórmula mágica de hoy en día, sino un inquilino forzoso en cualquier hogar necesitado desde hace siglos). Los Bunting se ganan el sustento alquilando las habitaciones de los pisos altos y la novela arranca precisamente con la llegada de un nuevo huésped, de nombre Sleuth, que porta consigo un maletín que vigila celoso. Su comportamiento es intrigante: nada más instalarse en casa de los Bunting, le da la vuelta a los cuadros que adornan su habitación, todo ellos "retratos de beldades victorianas ataviadas de encaje y tarlatana", explica Marie Belloc Lowndes. El huésped pide una Biblia a la señora Bunting, que gusta de leer en voz alta, con una inquietante predilección por los pasajes de signo misógino. Sleuth permanece en su cuarto durante el día y sale al caer la noche; en ocasiones, sale a escondidas de madrugada, cuando todos duermen. También es, como habrán adivinado, abstemio. ¿Será él el tan temido Vengador?

La autora se sirve de diversos ardides, unos más sutiles que otros, para informar a los lectores de los progresos de la investigación. Por un lado, el señor Bunting sigue la marcha de las pesquisas a través de las noticias de los periódicos; por otro, un joven detective de Scotland Yard, Joe Chandler, buen amigo de la pareja, los visita a menudo para cortejar a su hija Daisy y, de paso, los va poniendo al día sobre los últimos hallazgos y las futuras acciones policiales con muy escaso celo por el secreto profesional.

El relato se desarrolla según cauces tan apacibles como previsibles. Aunque cambie las grandes mansiones en la campiña inglesa y las bibliotecas con cadáver por las calles londinenses y los maníacos homicidas, Marie Belloc Lowndes concibe el relato de suspense tal como lo hará posteriormente Agatha Christie, casi como un pasatiempo, sin más pretensiones que las de hacer pasar un rato distendido al lector cómplice. También en esto la formulación cinematográfica le saca una enorme ventaja al texto literario. Sirviéndose de una misma historia, Alfred Hitchcock hurgó en la psique de los personajes, que desean lo que temen y temen lo que desean, conjugando una poética personal e intransferible en la cual Eros y Tánatos caminan al atardecer cogidos de la mano.

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