De libros

Un recuerdo

  • Nuestra amistad fue original y distinta pero cierta, y en ella confiaba yo del mismo modo que él.

YA no recuerdo cuando hablé por primera vez con José Manuel Lara. Su rostro y sus palabras se pierden en el pasado y se confunden con otras imágenes que no me pertenecen, como las aparecidas en TV o en los periódicos cuando todavía yo no había comenzado a escribir.

Si intento desbrozar esos confusos recuerdos, quizá el más claro y antiguo que reconozco como propio se remonte a la noche del Planeta del año 2001 cuando al acabar de recibirlo, al ir a descender yo de aquella pequeña tribuna que me parecía llena de reyes y ministros, José Manuel tras el beso de despedida me dijo al oído, No se ha notado nada que eres republicana, y había en su mirada esa expresión que acabé conociendo tan bien que se debatía entre el placer de haber dicho lo que quería decir y la broma risueña con que lo coronaba. He pensado muchas veces que es posible que fuera aquel momento de precaria intimidad el que nos iba a dar la medida de una relación que, movida siempre entre la sinceridad y la ironía, fue afianzándose con los años.

Aprendí a conocerle, en la medida en que él mismo quería ser conocido, en sus declaraciones públicas, concisas, sobrias y con tal aire de veracidad que resultaban siempre convincentes. Con una forma de expresión que a mí me resultaba muy atractiva y beneficiosa, me daba la oportunidad de debatir entre lo que yo pensaba por convencida que estuviera de ello y lo que pensaba él por convencido igualmente de que él lo estuviera. Es así, por ejemplo, como lo entendí el día que públicamente declaró que si la independencia se adueñaba de las instituciones catalanas y llegábamos a ella, él y sus editoriales se trasladarían al territorio ajeno que mejor les conviniera, pero lejos del que había decidido independizarse y al margen de unas formas que ni eran eficaces ni deseables.

Esto dijo, sólo esto, pero en aquel momento en que los defensores de la independencia silenciaban sus inconvenientes, me fue fácil imaginar una Barcelona desnuda de las editoriales del grupo y de otras muchas empresas que hasta el momento habían apoyado al supremo Hacedor, y pude vislumbrar el panorama que nos esperaba en caso de que algún político convergente la consiguiera. Como si hubiera puesto de manifiesto no el corazón del asunto sino, para empezar e ir por orden, la forma de llevarlo a cabo.

Lo mismo ocurría cuando hablaba de economía, de lo mal planteada que estaba una ley, del desconocimiento de que daba muestras tal o cual político, de la necesidad de comprometernos con todo aquello que atentaba contra la profesión y los derechos de autores y editores. Era un placer oírlo defender o minimizar, desde una profundidad que no tenía nada de pretensión, los pros y los contras de lo que se estaba debatiendo, de tal modo que abría ante nosotros aspectos en los que no habíamos reparado y una sensación tan clara de participar que a mí me animaba a exponer mis propios pros y contras, dando a la palabra debate su verdadero sentido, tan distinto del que en general se le atribuye en este país nuestro que no parece ir más allá del intento de callar al contrario.

Recuerdo con nostalgia y ternura nuestras conversaciones en la mesa el día anterior a la concesión del premio Planeta cuando, yo siempre a su izquierda, y casi siempre a trompicones por la cantidad de personas a las que debía atender, hablábamos de la situación no sólo política sino del mercado de los libros, de nuevos autores y nuevos gustos del público, partiendo cada cual de los presupuestos de su propia ideología. Mi escritora de izquierdas, comenzó a llamarme entonces y con los años este adjetivo que se convirtió en mi escritora roja acabó siendo para mí un hermoso título que él me había concedido.

Nuestra amistad fue original y distinta pero cierta y en ella confiaba yo del mismo modo, estoy segura, de que él confiaba en la mía. Su desaparición me dejó un extraño regusto a relación inacabada, no porque quisiera demostrar nada sino porque me habría gustado oírlo hablar del giro inesperado de las últimas elecciones y de las reacciones de sus líderes, y compartir con él inquietudes profesionales que, estoy segura, me ayudarían a ver más claro el panorama de hoy, tan inesperado como habría sido hace tan sólo un año o dos.

Y sí, es cierto, echo de menos su voz pública y la que me llegaba en breves conatos de conversación, pero estoy segura de que algo debió hacer en este sentido porque a pesar del tiempo transcurrido y de esa sensación de amistad inacabada que a veces siento, permanece inamovible en mí la capacidad de convertir el recuerdo en presencia, virtual tal vez, pero presencia al fin.

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