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Auténtico, íntegro y honrado

Hace un año, la muerte de José Manuel Lara nos dio un duro golpe a todos los que lo conocíamos y colaborábamos con él, pues, a pesar de que su enfermedad le fue debilitando poco a poco en los últimos tiempos, no pensábamos que ello pudiera ocurrir en ese momento.

Y es que José Manuel siguió siendo un auténtico personaje en todos los sentidos, pues, a pesar de su dramática enfermedad, estuvo trabajando con ahínco hasta el último instante de su vida en todos sus ámbitos.

Conocí a José Manuel a finales de 1993, cuando me incorporé como director al frente del Instituto de la Empresa Familiar. Fue entonces cuando él asumió la presidencia del mismo y lo conocí verdaderamente. En este contexto, el paso del tiempo sólo ha hecho aumentar en mí esa imagen de hombre auténtico, íntegro y honrado, siempre dispuesto a ayudar a sus amigos, y convertirse, para mí, en un referente en todos los ámbitos de la vida.

Sin sus valiosas aportaciones y sin su trabajo incansable, caracterizado por el perfeccionismo, la excelencia, el rigor y el compañerismo, con una visión excepcional de todo el espectro político y económico, hubiera sido imposible fortalecer e impulsar el Instituto y convertirlo en un referente para toda la sociedad española.

De nuestro contacto profesional en el Instituto emergió una relación de tanto afecto y confianza que acabó en una amistad íntima, gracias a los sentimientos e inquietudes que compartíamos en muchos aspectos de la vida, especialmente también en lo que hace referencia a la preocupación que teníamos los dos sobre las expectativas de España y especialmente de Cataluña.

Posteriormente, dentro de su innato sentido creativo, fue uno de los máximos impulsores del Consejo Empresarial para la Competitividad y uno de los que más me apoyó para que yo fuera el director general del mismo. Desde entonces, compartíamos nuestras inquietudes tanto a nivel nacional como a nivel catalán y desarrollábamos ideas y proyectos para tratar de que la sociedad en general tuviera un mayor bienestar.

Todo ello contribuyó a que esa amistad se hiciera muy profunda en los últimos años de su vida, formando parte de una de esas macetas (las de sus amigos) que él cuidaba con esmero, y así compartimos juntos con Consuelo y Salomé muchos ratos, prácticamente cada semana, debatiendo e intercambiando ideas, sentimientos y estados de ánimo.

Después de un año, sigo recordando las muchas cualidades profesionales y personales de José Manuel, pero especialmente echo de menos su sincera amistad. Un hombre extraordinario al que siempre tendré como referente y guía de mis acciones.

Fue un excelente maestro para mí y siempre le estaré muy agradecido por todo lo que aprendí a su lado, por todo el apoyo que siempre me brindó y por la amistad que me regaló.

Con nosotros se queda la herencia de su ejemplo, la de su personalidad arrolladora y el deber de honrarle con trabajo y responsabilidad.

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