De libros

Para un legado de Umberto Eco

  • Autoridad en semiótica, arte y cultura medieval, siempre dio que pensar.

ERA especialista en el pensamiento y la cultura de la Edad Media. Por eso pudo escribir un libro, sugerente y polémico, Arte y belleza en la estética medieval, y convertir después, en El nombre de la rosa, a Guillermo de Ockham en detective. Que enfrentara la célebre cuchilla empirista del franciscano inglés al esencialismo de Jorge de Burgos fue un canto a la libertad, pero al prestar a este último los rasgos de Jorge Luis Borges (también guardián de bibliotecas) Umberto Eco mostraba otra de sus virtudes: su capacidad para relacionar, asociar, conectar y oponer, y con ello, dar que pensar.

Esta última inquietud es central en sus trabajos sobre comunicación. Hoy, cuando tanto comunicador prefiere seducir a dar ideas y convencer a argumentar, Eco brilla con luz propia. Repitió hasta la saciedad que comunicar y significar sirven eficazmente para mentir y analizó las debilidades de retóricas e ideologías, oponiéndoles los discursos abiertos, esto es, los que incorporan al receptor y lo empujan a criticar e inventar por sí mismo.

De ahí el interés de sus escritos sobre arte. Opera aperta, un modo de entender el arte con la participación activa del espectador, llevó a muchos autores a enfocar su trabajo en ese sentido. Comenzaron a pensar sus obras, no como productos acabados, sino como propuestas que el espectador repensara y completara libremente. Era justo lo contrario a la imagen kitsch sobre la que Eco hizo también un breve y eficaz análisis.

Fue una autoridad en semiótica. La estructura ausente, otro libro que removió seguridades, fue mejorado por el Tratado de semiótica general, al que siguió Lector in fábula, un texto lleno de paradojas. No faltaron las críticas: vulgariza y simplifica, dijeron, los escritos fundacionales, los de Charles Sanders Peirce. La crítica no carecía de razón pero tampoco era falso que los textos de Eco servían de iniciación a los del filósofo norteamericano e invitaban a sumergirse en su lógica. Peirce además enfocó su trabajo sobre todo a una mejor comprensión de la ciencia y Eco, por su parte, amplió notablemente las perspectivas. Nos enseñó que cualquier imagen -sobre todo la artística- movilizaba y combinaba, sin faltar a la lógica, numerosos códigos, diversos y heterogéneos. Este aviso para caminantes hizo más difícil mirar el arte pero puso los cimientos de una mirada más fecunda. Y a veces más maliciosa.

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