España

Editorial: El reto de gobernar en minoría

Como era de esperar desde que el pasado domingo el Comité Federal del PSOE decidiese desbloquear la situación política y abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy como presidente, todo ha funcionado como un mecanismo de relojería y el rey Felipe VI encargó ayer al líder popular la formación de Gobierno. Tras más de 300 días con un Ejecutivo en funciones, en breve España podrá tener, por fin, un equipo gubernamental con el que enfrentar problemas fundamentales que están incomprensiblemente aparcados: las pensiones, Cataluña, la corrupción, el déficit, el paro y un largo etcétera. Ahora bien, Rajoy ya no podrá aferrarse a una mayoría absoluta con la que imponer sus criterios sin solicitar apoyos externos, tal como ha pasado en los últimos cuatro años, lo cual no siempre es negativo, como se demostró en los ocho años de Aznar, quien tuvo más aciertos en su primer Gobierno en minoría que en el segundo con aplastante mayoría absoluta.

El próximo sábado se abrirá una nueva etapa política en España en la cual ya no se podrá seguir actuando como en el pasado. No sólo habrá que tener en cuenta la débil aritmética parlamentaria del Ejecutivo, sino también la irrupción de nuevos agentes políticos (Podemos y otras nuevas formaciones de corte populista) o el cambio de rol de partidos como la antigua Convergencia, que antaño fue posibilista y fiable apoyo para la gobernabilidad del país y hoy está definitivamente echada al monte del soberanismo catalán.

Por eso, hay que saludar las palabras de ayer de Mariano Rajoy cuando afirmó que trabajará "desde el primer día para que ese Gobierno sea estable y duradero. Soy consciente de que eso sólo será posible con diálogo y acuerdos", además de reconocer que tendrá que ganarse "los apoyos y ni se me pasa por la imaginación disolver las Cortes. Voy a intentar que la legislatura dure cuatro años". No será un camino fácil, pero Rajoy tendrá formaciones como Ciudadanos, el PNV, Coalición Canaria o el propio PSOE con las que llegar a acuerdos fundamentales. Para eso hará falta que el líder popular forme un Gobierno con un perfil netamente negociador, con cintura, capaz de ceder en las cuestiones más variadas y de hallar un denominador común. De lo contrario, asistiremos a un periodo de inestabilidad permanente que aumentará aún más la desafección de los ciudadanos hacia la política y la sensación de que el sistema nacido en 1978 está dando sus últimas bocanadas.

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