El Perdón

El silencio inundó todos los espacios

  • Más de 300 cofrades participaron en un Vía Crucis sobrio y lleno de solemnidad

En la noche del Martes Santo toda Almería quedó emocionada y embelesada contemplando la sobriedad y la austeridad del imponente cortejo procesional de la Hermandad Juvenil del Santísimo Cristo del Perdón, un crucificado que pronuncia la primera de las siete palabras Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. El Vía Crucis penitencial fue acompañado por unos trescientos cincuenta hermanos revistiendo con veneración y dignidad la negritud de los hábitos con la túnica de color negra y cíngulo blanco, así como la cabeza cubierta con capuz del mismo color y cíngulo blanco.

Toda la cofradía en la calle era una auténtica hermandad de nazarenos, siendo una nota peculiar su forma de vivir la piedad popular almeriense con sentido ascético y místico, comprometido con los hermanos en la realización de apostolado y de la caridad. Como cada año, a las diez de la noche se abrió la puerta de San Ildefonso mientras algunos colaboradores de la hermandad repartían entre la multitud el manifiesto de la hermandad, que tiene muy en cuenta las necesidades del mundo, y resulta hoy día más necesario pregonarlo y destacarlo en la religiosidad popular almeriense, sobre todo porque es un acercamiento a Dios Padre, al Dios de la vida y la esperanza a través del Cristo del Perdón.

En la penumbra oscurecida del Martes Santo, en la tiniebla de la noche tras la caída del rocío de la madrugada que hace noche santa en el Martes, se congregó, junto al Guión de la Hermandad, todo el cortejo procesional en el Colegio de la Sagrada Familia (SAFA), en total silencio y orden para, una vez realizado el acto de reflexión por el consiliario Francisco Salazar, caminar con solemnidad barroca a la iglesia de San Ildefonso donde esperaba la imagen sagrada del Santísimo Cristo del Perdón envuelta en incienso y con la luminosidad del fuego de los pebeteros, con el único sonido del cornetín que hace valer el toque de atención y de silencio que hacía presagiar la salida del Cristo, redoblándose penas por parte de la Banda de Los Esclavos del Bombón integrada por hermanos de la Hermandad en Úbeda y Almería, y que este año han recuperado la tradición de ir a la recoger al presidente de la fraternidad cofrade a su casa y marchar juntos a la SAFA.

Abríó el Vía-Crucis la Cruz Guía Arbórea flanqueada por dos hermanos que portaban dos faroles guías de viático en incensarios con unos cirios negros. Adentrándonos más, nos encontramos con la Banda, formada por tres tambores y diez timbales en formación de cruz. A continuación, viene el estandarte de la hermandad de fieltro bordado con hilo blanco, que lleva impreso el escudo corporativo por un lado, y por el otro, una corona de espinas portada por dos golondrinas.

Seguidamente, el hermano campanillero, que con su constante sonido va avisando al hermano que vaya avanzando y reflexionado. Continúa el cortejo procesional con las secciones de penitencia encabezadas con banderines, portando los nazarenos, sí son cofrades infantiles, báculo y sí son de mayor edad, un farol de mano. Por cada templo que discurría la Hermandad sonó el sonido de la trompeta indicándonos silencio.

Y llega el Cristo del Perdón, un crucificado tallado por Palma Burgos, sin más adorno floral que los pétalos que le arrojan desde los balcones, y portado sobriamente y rigurosidad penitencial por 24 hermanos costaleros descalzos, dirigidos por el Capataz Antonio Guerrero Trujillo, siendo muy llamativo su discurrir piadoso y lúgubre por la calle Silencio y la carrera oficial completamente apagada de luces. Sobre las dos de la madrugada, con el toque de la trompeta, simbolizando la oración y el silencio, finalizaría el Vía Crucis, y después de unos minutos de meditación, el presidente Alfredo Casas, ordenó, como es tradicional, que el Guión de la Hermandad retornara ceremoniosamente al domicilio social en la céntrica calle de Las Cruces, para ser expuesto y custodiado hasta el próximo año. En su sede, los hermanos participaron en un acto de confraternización en renovada labor evangelizadora.

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