Bajo Palio

Una devoción que mueve montañas y mide menos de un metro de altura

  • Los niños de La Salle y la guardería Aros llenaron la Rambla con los colores de su pequeña cofradía, hecha por sus madres

Para mantener una conversación medianamente seria con ellos, caben dos posibilidades. La primera, o miran al cielo para encontrar los ojos del interlocutor, o es la persona que pregunta la que tiene que bajar a menos de un metro del suelo. Allí, encuentra unos ojos que rebosan nervios, felicidad, alegría. Y entre medias, algo parecido a la satisfacción de un trabajo bien hecho. A las nueve y media de la mañana, una tímida rama de olivo era lo primero que aparecía por la puerta del colegio La Salle. Asido a ella, como si le fuera la vida, un pequeño rubio, que además tomaba de la mano a una profesora. Eran en torno a 80 pequeños de 3 a 5 años, de Educación Infantil, que llenaron la Rambla con una maraña curiosa de familiares, amigos y espontáneos. Un marroquí que a acaba de llegar al Puerto se para, les mira y con media sonrisa y ligero español pregunta qué está pasando.

"Los críos", contesta una mujer que lleva por las mejillas un camino negro de rímmel, "que están celebrando su Semana Santa". Y él se sienta, arrastrando la maleta y las horas de viaje, a hablar con un compatriota. Los primeros penitentes hacen equilibrio con su capirote. Tres niños de monaguillo preceden el paso. Que llega, un poco torcido, con la marcha de cornetas que sale de un radiocasete que no quiere sonar. Hasta que Isabel Cazorla descubre que, si apunta hacia el cielo, el disco encaja. Una burra de peluche, con las patas abiertas, que lleva encima un muñeco. Lo han realizado en el taller de madres del colegio. Al igual que los trajes. Y eso que estamos en crisis, apunta Veli Abiaga, una de las profesoras. Subida al Obelisco, donde dan la vuelta, de modo solemne. Con algo de prisa.

Son las diez de la mañana. El calor de la primavera cae sobre la avenida Federico García Lorca que ellos han empezado a subir. Rojo y blanco, pequeños costaleros caminan hacia el Mirador. La guardería Aros ha abierto sus puertas, dejando salir por ella la alegría y la ilusión. Un huracán de sentimientos, de ordenación, cuadrados, colocados. Una Virgen de manto azul, poco peso. Cornetas de plástico. Sus maestros les ayudan. Y están acompañados por un séquito de abuelos, padres y amigos. Teléfonos móviles que no dejan de grabar. Viernes de Dolores. Ellos lo saben. Llega la Semana Santa y, con los ojos muy abiertos, la ven más allá del mar Mediterráneo. Donde acaba La Rambla. Han sido horas de trabajo, de esfuerzo que han quedado pintadas en tronos.

Esa mirada que se alza, cuando le preguntan. Apenas llega a los cuatro años y va vestida con una mantilla. "¿Queda mucho, seño? Porque no quiero que termine".

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