Bajo Palio

Absoluto silencio desde Santiago

Las cofradías y los almerienses despidieron la Pasión y Muerte del Cristo Yacente con la Virgen de los Dolores, la Soledad, devoción y amor que está de una forma especial en la Virgen Madre Dolorosa de la parroquia de Santiago Apóstol. Cuando el cielo se había oscurecido, la calle de la Soledad, Tiendas y Hernán Cortés, con un silencio sepulcral de Viernes Santo en Almería, se llenó de melancolía y tristeza, comenzando la última de las estaciones de penitencia de la Semana Santa.

En el interior de la iglesia, las palabras del insigne hermano mayor Luis Criado, quien exhortó a realizar un acto espiritual durante la estación penitencial de arraigado y profundo sentimiento religioso. También el capitular archivero y consiliario, Francisco Escámez, revestido con capa pluvial negra y cirio en señal de luto, nos evocó el verdadero y auténtico sentido de la cofradía sacramental y penitencial decana como parte viva de la Iglesia diocesana, siendo misioneros de la Palabra de Dios.

Con las indicaciones del diputado mayor Antonio Montellano, un centenar de nazarenos revestidos con túnica negra con capa y antifaz rojo, portando cirios que alumbran la noche oscura, precedían al mayestático paso neobarroco del Misterio del Duelo tras el entierro de Cristo. Paso alegórico, llevado con el rachear imperceptible de 45 sufridos costaleros Macarenos y de la Soledad, dirigido por el magistral capataz macareno Félix Miguel Donis, que nos adentraba de forma especial en la belleza y técnica procesional de la verdadera liturgia del Viernes Santo.

A continuación, y tras la Cruz parroquial, nazarenos revestidos con capa y antifaz negro, portando cirios, que acompañaron solemnemente al Paso de la Virgen de los Dolores, entre un cúmulo de flores y de velas, vestida con las mejores galas que supo dedicarle la finura y el arte de sus camareras. Acunada con el mimo, al compás de la cadencia de las pisadas de los costaleros que rozaban suavemente el suelo, dirigidos por cofrade y capataz Juan Miguel Viedma, sin más música que el suspiro doloroso de los fieles que la contemplaban.

Tras pasar por Catedral, y transitar por el Santuario de la Virgen del Mar, se adentró camino de la carrera oficial, estrechando las filas de los nazarenos, en un cortejo procesional de actitud penitencial. La Soledad, en el dolor silencioso e inmenso de su amargura, anticipo de la Resurrección, solo era roto con las saetas hechas oraciones, para aliviar la dulzura y pena de su rostro, y cuya coronación canónica esperamos gozar por su probada devoción desde hace más de dos siglos y los favores concedidos por dicha imagen y la irradiación de su culto.

En su regreso al templo con magisterio cofradiero y sentido de Iglesia, en la noche que es tinieblas de hondura pasional, emotiva y gozosa expectación en la iglesia de San Pedro, donde la Virgen de la Soledad, con fino pañuelo en sus manos que enjugaba sus lágrimas frente al encuentro con el venerado Cristo Yacente, para depositar el último beso al Hijo de Dios. La presidencia del cortejo sacramental y penitencial estuvo integrada por el hermano mayor, Luis Criado del Águila, la camarera mayor, María Isabel López, y detrás del Paso de la Virgen, orando, el consiliario Francisco Escámez Mañas.

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