Cultura

primera luz del siglo

  • En este hermoso libro, Simenon recuerda los años de su infancia con una prosa que tiene la brusca intensidad de un poema y que recoge todo un retablo humano de caracteres, sueños y costumbres

El propio Simenon, en las páginas iniciales del volumen, explica el modo en que este Pedigrí acabó adoptando su forma actual. Según se cuenta en el Prefacio, en 1940 Simenon entregó a André Gide un borrador de sus memorias; y éste, después de leídas, le recomendó a su amigo que sustituyera la primera persona, su tono confesional, por la elasticidad narrativa de la tercera persona. Probablemente, dicha sugerencia sea el origen del propio comienzo del libro. Un libro que comienza, no con los primeros recuerdos de su autor, emboscado tras el nombre novelesco de Roger Mamelin, sino con el nacimiento de Simenon/Memelin en la ciudad belga de Lieja. Con todo, no es esta inusual extensión de la biografía hasta el momento mismo de su alumbramiento lo más singular de Pedigrí. Sus verdaderos rasgos literarios se hallan en dos aspectos muy característicos, por otra parte, de la obra de Simenon: una prodigiosa atención a los detalles y la consistencia, la complejidad psicológica de sus personajes.

En otra ocasión ya se han señalado aquí las grandes virtudes de Simenon, cuya abundante literatura no menoscabó, en apariencia, la calidad de su obra. Los lectores de Maigret saben que el comisario parisino no se distingue por una fabulosa intelección en frío. Su técnica, si la hubiere, consiste en husmear, preguntar y caminar hasta que una vaga sospecha toma forma en su cabeza. Este modo sensitivo de resolver los casos es también, en buena medida, la forma en que Simenon resuelve Pedigrí. No mediante una estructura limpia, ordenada, inteligible; sino a través del entendimiento mediato de los sentidos. En Simenon, los sentidos adquieren la relevancia que en otros autores ocupa la lógica. Incluso en un escritor tan ambiental, tan climático, como Proust, asistimos un proceso razonado que vincula la sensación (la magdalena), al intelecto. Proust, siguiendo la técnica de libre asociación de Freud, es el gigantesco cerebro que anuda y da sentido a unos datos dispersos. La técnica de Simenon, como ya he dicho, reviste la intención contraria. Es el color, el olor, el gesto, una melodía, las luces de un escaparate, aquello que introduce al lector en un mundo -en una época- por completo ajena a su realidad inmediata. Pero no porque Simenon lo ordene o lo analice para nosotros; sino porque los deja ahí, centelleando ante nuestra mirada, y es el lector quien debe reconstruir, mediante estos indicios dispersos, la compacta fantasmagoría de unas vidas.

Como cabe suponer, las vidas que se manifiestan en Pedigrí son aquéllas más cercanas a la realidad de un niño: los padres, la familia, los profesores, los amigos, el primer desengaño, etcétera. Pedigrí abarca desde muy primeros del XX hasta que finaliza la guerra del 14. Asistimos así, no sólo al crecimiento de un niño inusual (Roger Mamelin es hijo único y un estudiante fuera de lo común); asistimos principalmente al cambio de un siglo a otro. El siglo XX no comienza, en puridad, hasta que la estrepitosa maquinaria bélica de Europa comience a triturar a toda una generación de hombres. Ese extraordinario cambio de óptica, desde el viejo burgo agitado por los anarquistas a la invasión de Bélgica en el verano del 14, es el que aquí se opera bajo la mirada, minuciosa y atenta, de Roger Mamelin. Una mirada, por otra parte, dotada de una gran perspicacia sentimental, que le permite ofrecernos un excelente retablo humano de caracteres, de sueños, de costumbres, y donde los accesorios del hombre son, no un signo exterior, no un complemento mudo, sino la huella viva del hombre y del modo en que se manifiesta en cada época.

Una de las capacidades más notables de Simenon, mostradas largamente en estas páginas, es su habilidad para fingir o recrear la mirada de un niño. Pero no por la inocencia que el adulto supone erróneamente en ellos; sino por la estricta lógica que aplican a un fenómeno nuevo y asombroso: la vida y su contorno. El modo en que Simenon recuerda el juego de luces y sombras de su infancia, la limpieza sabatina, los hábitos paternos, tiene la brusca intensidad de un poema. Porque Simenon es un lírico, disfrazado convincentemente de costumbrista. En Simenon el dolor viene expresado en una indiferencia, en una sorda apatía que no acaba, que no intenta, que no quiere decirse.

pedigrí

Georges Simenon. Trad. Núria Petit. Acantilado. Barcelona, 2015. 616 páginas. 36 euros

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