PASO A PASO

Rafael Leopoldo Aguilera

Orden nuevo

LA sociedad civil está despertando del letargo constitucional basado en la democracia inorgánica, y que no ha dado respuesta a las nuevas exigencias de la globalización y del relativismo, debiendo de hacer valer nuevos valores y principios constitucionales, que tengan en cuenta la recuperación de las auténticas y verdaderas estructuras de la sociedad, como son la familia, el municipio y el Estado en sus diversas manifestaciones orgánicas y territoriales. Hay sentimientos en la vida ordinaria de las personas, que no individuos, por estar integrados de cuerpo y alma, de la falta de esa auténtica libertad en la sociedad española, tan injusta, que estamos atravesando, sobre todo, ante las graves circunstancias de tribulaciones económicas y espirituales.

La dignidad de la persona debe de prevalecer en todas las decisiones que se adopten por las instituciones políticas, por ser la persona inalienable y de total cohesión al orden político y la paz social. No podemos olvidarnos dentro de esta dignidad de la persona, la concepción cristiana del hombre y de la mujer, la cual debe de estar presente como unidad espiritual de la historia de España, aunque nos incomode el nombrarla en los poderes mediáticos y académicos, su escudo, su himno, su bandera, y olvidarnos que la Religión es el opio del pueblo. Así, pues, estamos en un momento alegre y gozoso de volver a reconstruir a esta España, mal entendida, la cual debe de estar basada en los principios de la razón, de la justicia, la unidad de España y el resurgimiento de su vitalidad interna. España, rota en pedazos, es una empresa de todos, y no de unos broncos revolucionarios federalistas enjaulados en los bancos azules de las Cortes, sin denominador común, y que solo sirven para promulgar leyes en papel sin la participación de los españoles y sin tener en cuenta, que España debe de ser una obra conjunta de los españoles. Cómo podemos hablar de justicia social con cinco millones de parados, familias apenadas, apesadumbradas, jóvenes sin esperanza, deambulando, sin más ilusión que recibir una limosna pública para seguir sobreviviendo honestamente. No pueden seguir jugando y jactándose con el hambre de los parados y la falta de vitalidad política y económica.

Podríamos decir aquello de un articulista que escribió en un periódico "Oigo, patria, tu aflicción, y escucho el triste concierto…". Estamos ante el momento decisivo del servicio y el sacrificio, pero a su vez, no podemos quedarnos cruzados de brazos, porque está pendiente la suerte de todos, y por ello, necesitamos un orden nuevo nacional limpio de chafarrinones zarzueleros y muchas roñas consuetudinarias.

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