resistiendo

Andrés García Ibáñez

El tiempo de Beethoven

HACE pocos días, la prensa recogió la noticia de la integral sinfónica de Beethoven grabada por Ricardo Chailly al frente de la orquesta de Leipzig. Una versión ultrarrápida que se aproxima -como ninguna otra antes- a las indicaciones metronómicas dadas por el propio Beethoven para sus ocho primeras sinfonías (la novena no estaba compuesta aún) el 17 de diciembre de 1817 en un periódico musical de Leipzig. El tempo es la velocidad a la que se interpreta la música y hasta la invención del metrónomo su elección correspondía al intérprete de turno, a partir de las indicaciones anotadas por el compositor en la partitura, desde el adagio hasta el presto. El inventor del metrónomo fue Johann Nepomuk Mäzel, buen amigo de Beethoven. El compositor acogió el alumbramiento con júbilo pues el tempo era una de sus obsesiones, lo consideraba clave para el carácter de la obra musical. Totalmente sordo, preguntaba siempre a su secretario Anton Schindler, tras las interpretaciones públicas de sus obras, cual había sido la velocidad escogida por los intérpretes, consciente de que, una vez tras otra, solían destrozar su música. Las indicaciones metronómicas de Beethoven han generado mucha controversia desde que se conoció su existencia. Con frecuencia se ha dicho que son erróneas y que el compositor se equivocó al usar el nuevo aparato. Todos los grandes directores del siglo XX las han despreciado sin cortapisas; desde Furtwängler y Klemperer hasta Karajan y Celibidache, su Beethoven es mucho más lento y pausado. Podríamos afirmar que el Beethoven contemporáneo se interpreta un 30 % más lento que el original (suponiendo que las indicaciones dadas por el músico sean correctas y se ajusten a sus deseos). El asunto no es baladí, pues nos jugamos el carácter de la música beethoveniana y su pathos romántico. Si interpretamos las sinfonías con las indicaciones de 1817 sonarán mucho más cercanas al clasicismo, más continuas y planas, con cierto carácter de divertimento musical. Esos grandes pasajes, densos y profundos, que podemos encontrar en Furtwängler, trágicos y épicos, desaparecerían por completo. Nos quedaría un Beethoven colosal en la forma pero reducido a lo puramente musical, desprovisto de su poética moderna. Con todo, lo que si parece demostrado es que su música se ha ido interpretando de forma más pausada -y apasionada- con el paso de los siglos. El Romanticismo lo veneró con vehemencia, y los grandes directores contemporáneos recogieron esa antorcha… hasta hoy. También sabemos que, tras haber dado sus indicaciones metronómicas para las sinfonías en 1817, cuando en los ensayos de conciertos posteriores los intérpretes se las pedían, Beethoven ofrecía otras diferentes, lo que no deja de asombrar. La polémica está servida.

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