A con-ciencia

Enrique De Amo /

El escrache

ES de esos nombres desafortunados, como el de aquella colonia de la chica nueva en la oficina que era divina o el del todoterreno de asequible precio que hacía reverencias al onanismo a dos manos. Ocurre que se trata de una palabra agregada al castellano desde una de sus jergas, la que hablada en los suburbios del Río de la Plata se incorporaría a letra de tangos y, después, al uso común. Tiene el escrache una componente de presencia pública que lo sitúa al borde de lo legal. Para comprenderlo bien: son los mismos tipejos que animados por Gandhi consiguieron la independencia de la India o que animados por Martin Luther King consiguieron acabar con la segregación racial en EEUU.

Por tanto, es verdad: son unos tipos muy peligrosos, sobre todo para el Orden Establecido y sus meapilas. Son el tipo de seres que saca de sus casillas a los ignorantes y cobardes que en esta sociedad se creen que el mérito de comer y beber se lo deben únicamente a su habilidad. Luis el cabrón nos lo explica así: "cualquiera pudo hacer lo que yo en esos años". ¡Como si aquí viviésemos en un Estado meritocrático! ¡Pues claro que a nadie le puede gustar que lo abucheen delante de sus hijos! Igual que nadie quiere que lo desahucien junto a sus hijos. Es verdad que sería más correcto abuchearlos en su lugar de trabajo, pero ¿estaría dispuesto el Poder legislativo a desarrollar este punto? Nos dijo el filósofo Arturo Schopenhauer que cualquier verdad, en un primer momento siempre fue rechazada por el entorno que la recibiera, después sería perseguida para, finalmente, ser aceptada como verdad autoevidente -y mientras tanto el porculo que dan algunos administradores de lo público, añado yo. En Lc. 18, 1-8, el evangelista nos cuenta cómo una viuda, gracias a su insistencia, logró que un juez -que debía ser un perla- hiciera justicia con ella. La razón fue muy sencilla: debido a la insistencia de la mujer, el juez, por tal de no seguir oyéndola, hizo justicia… ¡no dice que le diera la razón por no oírla! Se la dio, pero porque era lo justo.

Todo lo nuevo ha de nacer con dolor, pues lo viejo no deja su sitio. Lo digo, porque ninguna creatura nueva podrá valorarse en su justa medida si no ha llegado a nosotros después del sufrimiento que aporta abrirse paso en medio de lo que ya es el pasado. Eso sí, evita el dolor ajeno en la medida de lo posible, pues la vida es antes que nada; es lo primero.

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