La tribuna

rafael Rodríguez Prieto

Bipolaridad hispánica

LA desgraciada bipolaridad que aqueja a España se manifiesta en la cansina tensión Madrid-Barcelona. Esta dialéctica ha empobrecido la liga española hasta conducirla a un patético aburrimiento aderezado con las vidas privadas de los futbolistas y sus desavenencias con el Porsche, Hacienda o la novia. Otros temas menos trascendentes son también objeto de este juego. Financiación, estructura de estado, servicios públicos, se debaten bajo el quebradizo prisma Barcelona-Madrid. Este inacabable culebrón amenaza con otorgar al resto de los territorios el escasamente honroso título de "palmeros federales".

La sensación no es que sobre Cataluña, sino que los demás estorbamos en esta suerte de furia de titanes hispánica. Mucho me temo que el resto de los españoles, sin concierto económico, serán los paganos de un dúo que amenaza con tomar el lugar que Pimpinela nunca debió perder. Cuando mi hermano consiguió un codiciado trabajo en Madrid fue recibido por algún jefe con el estimulante "¡otro andaluz!". Siempre nos permitirán ocupar el lugar de la chacha o el gracioso en la siguiente serie de éxito. Un alivio.

Sólo desde esta perspectiva podemos comprender la decisión de los "barones socialistas (sic)" -¿bipolaridad o esquizofrenia?- de liquidar la solidaridad interterritorial en aras de que una presunta acomodación de los nacionalistas en el lomo de esta vaquilla berlanguiana a la que algunos nostálgicos denominan España. Es evidente que el PSOE ha sustituido su credo socialdemócrata por un nacionalismo que entiende el mundo con los frágiles fundamentos de la Alianza de Civilizaciones y la economía desde la fe neoliberal. Sólo así se puede explicar el documento redactado por el PSOE el pasado 6 de julio en Granada (por cierto, uno de los pocos territorios históricos que junto a Navarra se podría arrogar tal título).

La propuesta se titula Hacia una estructura federal del estado. El título es precedido de un optimista y mercantilista antetítulo en el que leemos Ganarse el futuro. Teniendo en cuenta que millones de españoles están acuciados por cómo ganarse las lentejas en el presente, hablar del futuro no resulta demasiado sensible. En el punto 28.3 se afirma que la contribución interterritorial no puede colocar "en peor condición relativa de quien contribuye respecto a quien se beneficia". A esta cuestión la denominan ordinalidad en consonancia con cierta doctrina jurídica. La aceptación de este principio asume una concepción nacionalista y reaccionaria de la sociedad. En primer lugar, sitúa al territorio por encima de la persona. Existen colectivos de excluidos y con necesidades tanto en Jaén, Lugo o Tarragona. Desde una óptica socialdemócrata, se primaría la atención a dichos colectivos sin importar el lugar en el que se encuentren.

El objetivo de la Administración sería establecer criterios de justicia que mejoren las condiciones de vida de las personas que habitan los territorios. El PSOE invierte este principio social básico. Asume el esencialismo identitario rancio que oculta las diferencias de clase y las desigualdades sociales. Pero no sólo esto. Si extendiéramos este principio al conjunto de la sociedad terminaríamos por dotar a nuestro metro de un vagón especial para el tanto por ciento de la población que paga más impuestos. De lo contrario, los estaríamos colocando en peor condición relativa. Lo mismo pasaría con las prestaciones sanitarias o en cualquier otro servicio público. ¿Por qué un rico tendría que ponerse a la cola para recibir un trasplante? Si unos pagan más impuestos que otros tienen derecho a recibir una atención un escalón por encima que el resto. El razonamiento es así. Siguiendo esta peculiar lógica, ¿no se podría terminar pensando que la mayoría de la población parasitamos los impuestos de los ricos? Al fin y al cabo les producimos un empobrecimiento relativo, mientras el resto ganamos en servicios públicos.

Lo cierto es que el nacionalismo ha hecho su apuesta en el casino estatal. Es muy sencillo: apuntamos a lo máximo y nos quedamos en lo que pretendíamos. Cualquiera que haya estado en un zoco conoce la estrategia. Esta apuesta por un tratamiento fiscal que beneficie a unos territorios en detrimento de otros resulta tan burda que no deja de sorprenderme la dejadez intelectual que aqueja a buena parte de nuestros políticos. No sólo no han aprendido nada de la experiencia política española con los nacionalismos, sino que están empecinados en repetir el mismo comportamiento con el fin de garantizarse una mullida poltrona en las próximas elecciones.

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