La tribuna

Manuel Peñalver

Articulistas para la historia

EL artículo de opinión en sus distintas tipologías y modalidades es un género esencial en la historia del periodismo y de la propia literatura. El periódico que no cuida y presta la máxima atención a esta variedad textual nunca puede ser un referente para el lector instruido y culto. Un gran artículo, con todas las diferencias que se quieran establecer, puede aportar tanto como un buen libro. Con la especificidad de que, en un caso, son las cuatrocientas, quinientas o seiscientas palabras y, en el otro, los cientos de páginas; ordenadas en capítulos. Mucho se ha avanzado en los últimos años en el estudio del articulismo. Pero queda mucho por hacer. Sobre todo, en lo que concierne a la contribución que han hecho los periódicos regionales y de provincias y que no ha sido suficientemente valorada. Un libro, «Diez articulistas para la historia» (coordinado por Teodoro León y Bernardo Gómez y editado en 2010), debe ser considerado como un ejemplo de lo que debe hacerse en este campo. Mariano José de Larra, como precursor, y Pedro Antonio de Alarcón, Leopoldo Alas «Clarín», Mariano de Cavia, Julio Camba, Josep Pla, César González-Ruano, Manuel Alcántara, Francisco Umbral y Manuel Vicent, como epígonos, constituyen una referencia insustituible. ¿Dónde quedan reflejados, sin embargo, los articulistas que no han podido colaborar en un periódico de Madrid?

¿Por qué no añadir a los diez escritores de periódicos, mencionados, los de mujeres como Carmen de Burgos, Rosa Montero, Elvira Lindo, Lucía Méndez, Mónica Fernández-Aceytuno, Carmen Rigalt, Isabel San Sebastián, Mariló Montero o Ana Isabel Clares Coronado (estas dos últimas, colaboradoras de Diario de Almería) y de otros columnistas como Pedro García Cuartango, José Aguilar, Antonio Lucas, David Gistau, Raúl del Pozo, Manuel Alcántara, José Manuel Román, Arcadi Espada o Antonio Lao?«Vieja madera para arder; viejo vino para beber; viejos amigos en quienes confiar y viejos autores para leer», escribió François Bacon. De acuerdo con el texto y el contexto de estas sabias palabras, la reflexión nos hace sentir que pocas actividades hay en el tiempo libre de cada día tan ilustrativas como leer las páginas de un periódico, paladear la exquisita prosa de los grandes columnistas y descubrir algunos de los secretos mejor guardados del idioma. No hay medio de comunicación más informativo, pedagógico, educativo, ilustrado y analítico. «Recibir un periódico a las cinco de la mañana, oír con emoción el golpe seco de su caída, abrir la puerta, recogerlo, oler la tinta y el papel, abrirlo y comenzar a leer, es entrar de inmediato en otro lugar, subir a otro nivel e incorporarse a un diálogo público, animado por la información y el comentario», señalaba Irad Nieto.

Miles y miles de artículos para la historia de una lengua a la que Elio Antonio de Nebrija dotó (en 1492) de una gramática y Francisco de Quevedo de un modo de concebir la literatura. Una forma de caligrafiar y definir la existencia con un estilo definitivo. En la propia originalidad. En la temporalidad que nos mira a los ojos, sin bajar la mirada. En la coexistencia con el color que, de un día para otro, puede ofrecer la luz en su inefable retorno. Recordar la aportación del articulismo a la historia del español es, al mismo tiempo, un homenaje mistagógico al periodismo. Y, por qué no, a la propia literatura (a pesar de las reticencias, injustificadas, de esta a un género tan mirífico). Escribir en un periódico es siempre una expectativa, una señal de adiós que permanece. En la definitiva huida de la urgencia. En el vencido refugio de los segundos. En el punto y coma de las noticias que llegan a la redacción. En la rebeldía de la posibilidad. En el mapa intenso de lo que vemos y escuchamos. En el ajedrez en que consiste la vida. En la agramaticalidad luminosa del subconsciente. Incólumes las horas. Acodado en la barra de una vieja taberna. Que nunca abandona las metáforas a su suerte. En las preguntas y respuestas de un artículo, publicado en este mismo periódico. Imposible de imitar. Antes y después de cualquier escritura.

Por los senderos que uno piensa. Con «Madame Bovary» y «Ana Karenina», bajo el brazo. Viendo las orillas del mundo por el cristal de una copa vacía. La política. La Monarquía. El auto del juez José Castro. La crisis. El día a día de la existencia. Y un capítulo más de la historia de España. Releyendo un artículo de Ortega y Gasset. Y otro, de Manuel Azaña. Como páginas escogidas.

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