EN este artículo, que no le gustará a un árbitro amigo mío, me voy a permitir el lujo de generalizar, un mal que tenemos al hablar de profesiones, ejemplo del propio periodismo. Hablando sobre el naufragio ante el Celta con un miembro del plantel del Almería coincidimos en la actitud chulesca de diversos colegiados de fútbol (la derrota del domingo es independiente de lo último). Ya he escrito varias veces que hay que sancionar duramente a los jugadores que intentan engañar al colegiado de turno, por ejemplo, mediante púas en el área y demás acciones que hay que penalizar. También he escrito que muchos futbolistas se exculpan justificándose en el colegiado, en vez de hacer un ejercicio de autocrítica. O cómo son maltratados algunos árbitros en el fútbol base, con padres y jugadores que parecen sacados del circo. Incluso que es muy difícil pitar, lo hacen humanos y éstos tienen errores. Pero esto no quita la actitud chulesca de ciertos colegiados. Cuando se debate sobre la manera de los jugadores para dirigirse al juez, siempre se pone de ejemplo otros deportes -el rugby a menudo-, pero se deja de lado la actitud del árbitro. Vuelvo a dejar claro que estoy generalizando, pero lo que no se puede permitir es que un árbitro chille a un jugador, por mucho que sea el juez. Él nunca debe perder la compostura, aunque tenga mucha presión. Si no le parece bien una acción del futbolista, pues expulsión y ya está; no un comportamiento feo o comentarios del tipo "aquí pito yo" (como si el jugador no lo supiese...). El árbitro nunca debe ser el protagonista. Y si un amigo colegiado te dice "nos dan mucho poder y nos aprovechamos de éste", ya empiezas a pensar mal. Por cierto, estaría bien que resolviesen dudas después de los partidos. Al igual que hacen los futbolistas, deportistas -como ellos- que también son preguntados cuando cometen un error.

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