LA pasada semana renové, por undécima temporada consecutiva, mi abono. Desde que se estrenó el Mediterráneo, allá por 2004, hasta nuestros días, he mantenido mi carnet. Hasta cuatro entrenadores diferentes pasaron aquella campaña por el banquillo, entre ellos una perla como Fabri que apenas duró siete partidos. Mereció la pena por la llegada de Paco Flores a once jornadas del final. El hombre que comenzó a forjar ese Almería de Primera. Cuando llegó, la camiseta la defendían jugadores como Jamelli, Ibán Espadas, Vellisca o Adorno. Cuando se fue, solo un año después, Domingo Cisma, Carlos García, Crusat, Soriano o Kalu Uche ya formaban parte del vestuario. En mi primera temporada como abonado, la 2004/05, la UDA solo ganó seis partidos en casa, cinco de ellos por la mínima. La mediocridad más absoluta. No obstante, el equipo se salvó en Huelva en la penúltima gracias a un gol de Lozano en el minuto 89 que daba a los rojiblancos el punto que necesitaban. Pese a ese esperpento de temporada, mi padre y yo decidimos prolongar nuestro sufrimiento un año más. Y otro. Y se unió mi hermano. Y ascendimos. Y desde ahí hasta hoy. Con un descenso de por medio y un nuevo regreso a la élite. El primer once almeriense que vi como abonado fue el compuesto por Valerio, Rebosio, Soria, Galán, Cervián, Vellisca, Lozano, Isaac, Sahnoun, Galca e Ibán Espadas. Ni punto de comparación con el compuesto por Diego Alves, Bruno, Acasiete, Pulido, Mané, Soriano, Melo, Juanma Ortiz, Crusat, Uche y Negredo que tantas alegrías nos dio. Ni siquiera se puede comparar con el actual, del que tanto nos hemos quejado. De los 11 años como abonado, 6 van a ser en Primera, algo utópico por aquel 2004. Sí, hemos cambiado muchísimo. Sabemos lo que es sufrir y lo hemos hecho bastante a lo largo de la historia. Aprovechemos el esplendor que por fin vive nuestro fútbol y alarguémoslo al máximo, merece la pena por los 4.000 valientes que sufríamos cuando luchábamos por no retornar a Segunda B.