La escuadra de mago

Nico García

Retrasos

"Si el tiempo no espera a nadie, ¿por qué tengo que esperar yo a alguien impuntual?", me preguntaba en uno de esos odiosos retrasos horarios. Mientras, leí en el móvil parte de un artículo de un compañero periodista: "Acostumbro a llegar tarde a los sitios. Creo que es una buena costumbre como medida cautelar a que el otro llegue tarde y tenga que esperar, como sensación de incertidumbre para quién espera y para ver incluso cuánto están dispuestos a esperar. Lo bueno de llegar tarde es que nunca dejas de ser sorpresa y a uno lo reciben entre vítores y hostias. Sin embargo, la gente que llega temprano pasa desapercibida". Desconozco si lo copió, pero si lo escribió él, le quedó bonito. Yo no suelo llegar tarde. Me enseñaron otros valores, como la puntualidad. Odio esperar. Como dice un dicho popular "esperar no jode; lo que jode es lo que pasa mientras tanto". Y odio esperar porque tienes la sensación de que te toman por tonto, además del tiempo desaprovechado. Escribía Evelyn Waugh que "la puntualidad es la virtud de los aburridos", aunque yo soy más de ese "puedes disponer de tu tiempo, pero no del de los demás". Así pensaba Boileau: "Procuro ser siempre ser muy puntual, pues he observado que los defectos de una persona se reflejan muy vivamente en la memoria de quien la espera". "La puntualidad es cortesía de reyes, obligación de caballeros, necesidad de hombres de negocios y costumbre de personas de buena educación. Quienes se hacen esperar en sus citas revelan debilidad de carácter, pésima educación y un desprecio absoluto por sus semejantes", dice el refranero castellano. Seguía esperando y me acordaba de algunos casos por aquella zona sobre retrasos que habían salido a la luz. Por ejemplo, el de Francisco esperando a Suso y no sabiendo aún que se había quedado dormido viendo 'La Voz'. O el de Nelson, al que también se le pegaron las sábanas. Antes, el Almería-Barça de la 09-10, que se retrasó 15 minutos. Más recientemente, el de Hemed, el día de su presentación. Menos mal que, como decía Tolstói, "todo acaba bien para aquel que sabe esperar".

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