Opinión

Ginés Valera

La merienda de los toros

TRAS la demolición en 1855 de la muralla califal que comprimía la expansión de Almería, nuestra ciudad vivía una etapa de prosperidad económica basada en la extracción minera y el cultivo y comercio de la uva. Este fenómeno generó una burguesía emergente y pudiente que demandaba nuevos servicios y diversión, por lo que se realizaron los ensanches del siglo XIX y la ampliación de la trama urbana hacia el Norte, poblando los alrededores de las carreteras que conducían a Murcia y a Granada. La Plaza de Toros que ya ha celebrado su 125 aniversario sustituyó así a otro coso derribado que se había quedado pequeño para las nuevas necesidades de ocio de la creciente población. Se constituyó una Sociedad presidida por Felipe Vilches (que da nombre a la actual avenida de acceso) y formada por ricos hacendados y prohombres de Almería, quienes contrataron a los afamados Arquitectos Trinidad Cuartara y Enrique López Rull para proyectar una coqueta edificación con dos plantas (la primera con tendido y gradas y la segunda con palcos y andanadas) y aforo para 9000 aficionados, con los mejores materiales de la época. Se inauguró la Plaza en 1888 con un festejo dedicado a la Patrona de Almería, La Virgen del Mar, donde los célebres diestros Lagartijo y Luis Mazzantini, lidiaron toros bravos de la casta Veragua.

Desde entonces, una de las peculiaridades que diferencia y dota de personalidad al coso de la Avenida de Vilches entre todas las plazas es la sana costumbre de la merienda, para la cual se establece un descanso de media hora tras el arrastre del tercer toro y la salida del corral del cuarto. No se ha apagado aún el eco de la ovación al Torero y al noble animal, cuando las mujeres, bellamente ataviadas para la ocasión con detalles taurinos, flores y abanicos…abren sin perder un instante cajas de suculentas mediasnoches, empanadillas y bizcochos enrollados y empiezan a correr de mano en mano, invitando a propios y extraños, todo es hermanamiento. No hay tiempo para probar tanta exquisitez: las almedrillas tostadas, las aceitunas, la mojama, los ibéricos, la gamba blanca invitan al diálogo, a la guasa, a pasarlo bien en grata compañía. Y no digamos la alegría ostentosa cuando circula la bota de vino y se descorchan los Riojas, los Riberas, la manzanilla, el fino y hasta en Dom Perignon en copa de cristal para acompañar a los pastelillos del postre. Todo es jovialidad y se comenta la mejor faena. Los puristas reniegan de esta tradición: que si enfría a los Matadores en su templanza, que si es un acto de sociabilidad pero poco serio, que a partir de de ese momento las orejas se piden con demasiada generosidad…pero a todos ellos hay que replicar que la Plaza de Toros de Almería sin su merienda no sería lo mismo, que nadie asistiría con ese ánimo tan festivo que nos caracteriza a los almerienses!

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