DE manera incomprensible, por eso de que aún no se ha cerrado el mercado de fichajes, esta semana comienza la liga española; y con ella, miles de ilusiones, metas económicas aparte. Porque aunque esto es un negocio cada vez más, al final el fútbol es de los aficionados. "Como no nos pongamos las pilas, la que nos espera (...). En la última falta el día del ascenso, ante el Zaragoza, todo el estadio fue un fantasma. Pero al final lloré como un niño chico. Son muchos años sufriendo, este año lo voy a gozar a tope", me escribió Manuel la pasada semana tras el encuentro de presentación del Almería (vergonzoso que ya no haya trofeo Juan Rojas...), ante Las Palmas.

Manuel es el padre de Brenda, una compañera canaria que tuve en la facultad (algunos de los que escribimos fuimos a la universidad...), y ahora ya una amiga. Manuel es un aficionado más, pero su conversación me caló, por eso de lo mucho que puede unir la pelota y por eso de que alguien con bastantes preocupaciones, en teoría, más importantes, puede sufrir -y disfrutar- tanto con si el balón entra o se queda a centímetros de la línea de cal.

Al hablar con Manuel me acordé del aficionado de verdad, ese que se deja su dinero en ver a su equipo, en sentirlo. En Juanjo, presidente de la peña Sotanillo Ortiz Bernal; en Paco, de Los Molinos; Joaquín, de Viator, o Juan, mi compañero del fondo sur. En todos esos seguidores que se enfundan la camiseta del fútbol, independientemente del escudo que porte.

Ahora que comienza el curso quiero lo mismo para todos ellos: que disfruten con su equipo. Como, al final, no todos los clubes pueden ascender o salvarse, otro deseo es que no le engañen. Si la situación de su equipo no es buena, que los palmeros se rían de ellos con excusas, tipo "las críticas, a final de temporada", "con este presupuesto, es lo que hay", "hace falta más afición"...