La tribuna

Manuel Peñalver

Cataluña, sin epítetos

QUÉ semántica tiene la «realpolitik» si la filosofía y la teoría desertan porque la falacia es un reflejo y un síntoma; una metamorfosis y un pragmatismo manipulados por la insidia? «Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes», dijo en el hoy fugaz del destino el escritor libanés Khalil Gibran. Hay frases y enunciados que le dan la vuelta a la sintaxis para transmitir su mensaje de forma precisa y enfática en la voz de los sentimientos que perduran. Hoy es día de reflexión en Cataluña. Por encima de todo, esta tierra es lírica y sentimental en la genealogía de su histórica lengua. Poco tiene que ver un pueblo vanguardista y sabio con la demagogia. Cataluña ganó el futuro y la prosperidad compartiendo el progreso con los demás pueblos de España. Sus puertas siempre se abrieron a quien llamaba. Una realidad que nadie puede ignorar. Pero el acontecer, ahora, es bien distinto. Lo peor que ha ocurrido es que estas elecciones se celebren en medio de discursos, en los que la verdad ha sido sustituida por la ficción, la oratoria por la charlatanería y la ecuanimidad por la badomía. Jorge Bolaño, mirando con las gafas las páginas de un mundo aparte y el cigarrillo, cogido entre los dedos, decía con un significado que fue inspiración en su principio y en su fin: «Las metáforas son nuestra manera de perdernos en las apariencias o de quedarnos inmóviles en el mar de las apariencias».

Quizá, antes de recordar en su literalidad palabras tan reflexivas, el reloj de pared ya marcara con exactitud lo que puede pasar si las simulaciones siguen siendo la alternativa a la sensatez en el marco de la vida real. Cataluña y España, porque Cataluña es España, deben sentarse a hablar rescatando con sabiduría todos los semas que el discurso literario y político sea capaz de encontrar en la palabra diálogo; convirtiendo este, de acuerdo con su étimo helénico, en la sublimidad del entendimiento, aunque la noche llegue con más sombra que luz. En todo presente, los instantes aparecen y desaparecen dejando tras ellos una dialéctica que, si queremos, puede ser claridad y alba antes del amanecer. El día anterior y el siguiente a las elecciones del 27 de septiembre deben ser mucho más que preguntas y respuestas. Sobre todo, si las mismas se argumentan y razonan con lucidez. Si Artur Mas, Oriol Junqueras y Raúl Romeva conocieran la teoría de la metáfora propuesta por Lakoff y Johnson y la noción de correspondencias entre conceptos de diferentes dominios, su teoría política no sería la misma. Y tendría que ver más con la integración que con las sombras intrincadas que proyecta el separatismo. Claro que Mariano Rajoy y Pedro Sánchez tampoco pueden considerarse a sí mismos como imagen de la referencia cristalina que anhelamos. La creatividad del lenguaje fluye mucho mejor si, en lugar de la ambigüedad, fluye la palabra en su sentido literal, como aquellos fragmentos que leímos alguna vez en circunstancias diferentes. Ha llegado la hora de que la prensa catalana recuerde la frase de Albert Camus: «Una prensa libre puede ser buena o mala; pero, sin libertad, la prensa no puede ser otra cosa que mala» y la de Bend Bradlee: «El fundamento del periodismo es buscar la verdad y contarla». La prosa de esta campaña electoral ha sido contradictoria y con mucho ruido; como si unos y otros hubieran querido modificar el pasado, tejiendo y destejiendo vocablos sin contenido; y haciendo resonar el rumor de una fuente sin agua. Fuera del tiempo, nada acontece. Ya falta poco para conocer unos resultados que revelarán las claves en su intangible curso.

«La chica del tren» de Paula Hawkins se ha convertido en un «best seller» infinito. Es la primera vez que una novela de esta tipología diverge y converge. Ni «El código da Vinci», ni «Harry Potter», ni «Cincuenta sombras de Grey» se despojaron de su historia presente. No obstante, Paula Hawkins nunca será Agatha Christie o Patricia Highsmith. Lo mismo que Mas y Junqueras en nada se parecen a Mahatma Gandhi o Luther King. Ni Rajoy y Sánchez a John Kennedy o Nelson Mandela. La historia se repite. Pero los argumentos no. Mañana es 27 de septiembre en el mismo caudal de los recuerdos. El aroma del otoño es inconfundible. Cada gota de agua en su vaso. Los epítetos en la hermosa rima del hexámetro. La letra independentista en esa hoja que no sabe quiénes somos. Una fecha para caligrafiarla en el manuscrito de la antigua biblioteca. Y aún queda una metáfora, en su desnudez sola: que el sucesor de Pujol lea al poeta de Moguer y escriba en la posdata: «Intelijencia (con jota juanramoniana) dame el nombre exacto de las cosas».

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