ENVIDIA. Es lo que se siente al ver, por ejemplo, al Sporting de Gijón anteayer. Cae simpático el cuadro asturiano por tener una filosofía definida y una afición que sabe diferenciar el ánimo del ser un palmero. Envidia al ver a Abelardo como un niño mientras el cuero aún estaba en juego. El mismo llanto de alegría de algunos de sus jugadores minutos después. Envidia de la comunión afición-plantilla. Es cierto que con un triunfo (una permanencia en este caso) el vaso se ve totalmente lleno aunque en realidad no lo esté. La felicidad es plena y los errores se minimizan, incluso se tapan. Sin embargo, esa comunión entre los que defienden el escudo y los seguidores hubiese sido la misma si el Getafe se hubiese impuesto en el Villamarín.

Esa comunión no existe en Almería ni en las gradas del Mediterráneo. No es culpa de la afición, que, con todas sus contras, no reprocha ni a los que se visten la zamarra rojiblanca ni a los que se ponen chaqueta, algo que sí ocurriría en otras ciudades. Incluso se recorren España entera para estar en El Alcoraz. Es culpa de lo que transmite el equipo y el club. Nula ilusión. Y eso es independiente de que la UDA ocupe el décimo octavo o el décimo escalafón. Es independiente a conseguir tres puntos en Huesca o venirse de vacío.

Esa falta de comunión, sentimiento o ilusión depende de un presidente que no desprende optimismo, de un entrenador que está perdiendo el crédito que había ganado y de unos jugadores -exceptuando a algunos- que hacia fuera dan la sensación que el asunto no va con ellos. Envidia por la ausencia de una Ciudad Deportiva (tan fantasma como el soterramiento) y de guajes con los que se represente la hinchada. Envidia por la sensación de que club aquí es sólo de unos pocos -muchos palmeros-. Y eso que este curso aún no hay caso del año, el de Zubeldía, Pellerano, Jakobsen...

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