La tribuna

Jaime Martinez Montero

La selección española como metáfora

CREO sinceramente que hacen más por la unidad de España los grandes éxitos de nuestros deportistas que los trabajos y esfuerzos de los representantes políticos. Se van haciendo necesarios estudios sociológicos que midan si ha aumentado la aceptación de la marca España tras los éxitos en fútbol, en baloncesto, en tenis, en ciclismo, etc., especialmente entre los más jóvenes. Los que vivimos la dictadura de Franco vemos con cierto asombro cómo el deporte, que era utilizado en aquella época para adormecer y suavizar los conflictos del país, ha aumentado esa función en la democracia. Pero centrémonos sólo en la selección española de fútbol

La metáfora de la selección es muy ilustrativa para los más jóvenes. Enseña sobre cómo se pueden conseguir cosas cuando se forma un todo con las aportaciones de las partes, y hasta qué punto se empobrece, por contra, cuando sólo se cuenta con una de ellas. Vamos a dejar de lado el caso de los vascos. Creo que sí tienen interiorizado que ellos solos no llegan muy lejos. Y que conste que lo del Athletic de Bilbao es algo enormemente meritorio. ¿Si el Madrid o el Barcelona hubieran seguido la misma política no habrían bajado nunca a Segunda División? No son los vascongados los que más insisten en tener su selección, aunque, con la boca pequeña, no dejen de echar su cuarto a espadas. El caso de Cataluña es distinto, y no falta ocasión para que reclamen su propio equipo nacional.

Piensan, de verdad, que sólo con sus connaturales podrían hacer un gran papel. Cuando ellos dicen eso creo que están más pensando en que pueden ganar a la otra parte de España que en que alcancen relevancia en el fútbol internacional. Es evidente que sin los futbolistas de La Masía no catalanes se quedan en cuadro: Valdés, Piqué, Puyol, Xavi, Busquets y Bojan. Los que, además, quedarían muy descuajaringados sin Iniesta y, no digamos, Messi. La verdad es que la separación de Cataluña rompería un equipo que puede ser el mejor del mundo, y se convertiría en dos escuadras mediocres. Porque otra cosa que enseña la selección es cómo una parte se complementa y se hace buena gracias a lo que recibe de la otra: los pases de Xavi no lucirían lo mismo cuando los recoge Torres o Villa o lo hacen futbolistas de menos calidad.

También hay otra evidencia: se puede menospreciar a España o a los españoles en abstracto, podemos parecer a algunos catalanes seres de segunda categoría, y hasta nos pueden pintar de catetos, inútiles o gorrones. Pero estas apreciaciones son más difíciles de trasladar a los españoles de la selección. ¿Cómo van a decir eso de Iniesta, por muy de Albacete que sea? ¿O de Villa, que encima es asturiano, como Quini, Abelardo o Luis Enrique? La selección nacional también teje una tela inextricable, similar a lo que ocurre en un país. Casillas pudo levantar la Copa de Europa de Selecciones gracias al pase de Xavi a Torres, pero el catalán pudo ganar esa Copa gracias a las paradas del portero, que es de Móstoles, y de Torres, de Getafe, que fue el que convirtió la posibilidad en gol.

A un nacionalista a ultranza le debe causar tristeza contemplar que sus futbolistas no van a la selección ni obligados ni tristes. No proclaman que acuden por imperativo legal, sino que se les ve locos de alegría cuando son llamados, que tienen pinta de disfrutar, que no se quieren perder una convocatoria por nada del mundo. Y encima consiguen trofeos. ¡Eso de que hagan disfrutar a los españoles...! ¡Eso de que se fundan en abrazos con ellos, con los explotadores, sitiadores, expoliadores! Tal vez deban sentir que sus jugadores son reos de alta traición, y que ni siquiera Cressida se pasó al otro bando con tanta desvergüenza. Para más sofoco, al vallesano Xavi se le ocurrió gritar "¡Viva España!". Menudo disgusto.

Al final va a ser verdad eso de que Dios escribe derecho con renglones torcidos. O no tan torcidos, porque el fútbol hay que tomárselo muy en serio. Es la nueva religión. Se ha convertido en algo tan profundamente imbricado en la sociedad, que sus efectos no son controlables. La mayor manifestación que hubo en Sevilla no fue como consecuencia del paro, o de lo abandonadas que estaban sus infraestructuras. Fue porque, por un error administrativo de su junta directiva, bajaron al equipo a Segunda B. Lo mismo ocurrió en Vigo con el Celta. Y tengo la completa seguridad de que si eso pasara con el Barça, las manifestaciones que se originarían dejarían en mantillas a todas las que se han celebrado hasta la fecha por motivos patrióticos. Cómo no será de serio el fútbol que hoy en día cualquier persona puede cambiar de trabajo, de domicilio, de localidad, de pareja, de religión, de nombre, de partido político y hasta de sexo. De lo que nunca cambia es de equipo de fútbol.

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