De reojo

José María Requena Abogado

Inventar el amor

SEAMOS realistas y asumamos que el sexo es pura química y que eso llamado amor, no existe. De natural portamos un instinto de unión reproductora que aflora a través de sugestivos artificios de flirteo, avivando aparatosas dosis de exhi­bi­cio­nismo y farol como mecanismos de seducción. Pero la naturaleza por sí misma no engendra amor, como no logra por sí sola que suene la 9ª de Beethoven. Entre otras cosas eso significa que al amor no se puede comprar en un bazar, ni entre las flores, joyas o bombones que regale o reciba. Significa también que si quiere amor genuino tendrá que inventarlo, como todo arte, porque el amor, al fin, para ser sólo puede ser eso, puro arte. Un desvarío galante del instinto reproductor. Una escenificación cortés del dramático equilibrio entre la innata pulsión a propagar esperma y el férreo aplomo femíneo de seleccionar la especie. Un modelo sublime, en suma, que como la belleza o la verdad, sirve de referente intelectivo para adaptarnos, o aún someter, de forma gentil a los designios biológicos de esto que llamamos vida. Hay quiénes lo reputamos como otra sagaz aportación del sufismo y el cortejo urdí a la civilización moderna. Sea así o no, hoy es un arte al alcance de todos y que cada cual lidia una o más veces, según el grado de habilidad que sea capaz de desplegar. No en vano decía Aristóteles que cada uno ama de acuerdo con lo que es. Pero no todo coqueteo es amor. Hay entre las categorías afectivas algún artista, sin duda, numerosos artesanos, cómo no, y mucho saltimbanqui de pacotilla. Todos, sin remedio, estigmatizados por raudales de feromonas y dopamina que garantizan el futuro humano. Doy por cierto que en los dos últimos grupos se arrullen, pero no que amen. Hoy, día de enamorados, sólo merecen atención los primeros, los artistas, los inventores del amor. Esos a quiénes el acoso de la neurociencia obliga, si aspiran a mantener algo de su sentido originario, a desligarse de su realidad bioquímica. A regenerarse en una experiencia sutil en la que, a través de la belleza alegre que lo distingue, puedan amar en una realidad transformada desde su libertad creativa, a imagen de lo divino, filtrando lo mejor de los Yo cultivados y eufóricos para fundirse en un Nosotros pletórico. Y así, epatados y resueltos, afrontar el reto de superar el aburrimiento somático procreador, en un romanceo que lejos de remedar el cortejo biológico, se desenvuelva como un arte conceptual. Un sentir abstracto, íntegro, anclado a la sonrisa y la caricia constante, con vocación de alzarse hasta la invención absoluta, original e inimitable, sólo por seguir siendo. Por la ontología de su grandeza ética y estética.

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