Crítica de Cine

¿Dónde está la bolita?

Al cine de Oriol Paulo, de perfecto encaje en la actual dinámica de producción industrial española, le gusta jugar al trile y esconderle la bolita a su espectador como principal estrategia discursiva. Su primera película, El cuerpo, ya se lanzaba a tumba abierta al juego del escondite, el trampantojo narrativo y los constantes y bruscos giros de guión en una versión posmoderna del suspense hitchockiano que no siempre encontraba soluciones de puesta en escena donde la materia dramática se retorcía hasta lo inverosímil.

Con este Contratiempo vuelve a ocurrir algo parecido, aunque da la sensación de que Paulo controla algo mejor las reglas de su propio juguete, que no es otro que el de llevar al espectador por el pescuezo a través de una sucesión de niveles narrativos que responden a las distintas versiones y puntos de vista sobre un mismo caso: el asesinato de una fotógrafa de moda (Lennie, estupenda incluso fuera de sitio), que ha de resolverse ante nuestros ojos en lo que dura el encuentro entre el principal sospechoso, un joven empresario de éxito (Casas) y la prestigiosa abogada que lo va a preparar para su defensa (Wegener).

Ambientada en apartamentos y espacios de lujo (con guiños kubrickianos), vestida con ropa de diseño y fuertemente estilizada por la fotografía de Xavi Giménez, Contratiempo se despliega así como un caro enredo con numerosos obstáculos de verosimilitud en su camino: desde la pronta revelación (involuntaria, entiendo) de la trampa enmascarada a las dificultades de algunos intérpretes (Casas, Coronado) para interpretar bien el registro dramático de la charada.

Filme de guionista astuto antes que de director creativo, no podrá negársele a Contratiempo una cierta cualidad de entretenimiento insustancial, aunque a Paulo aún le queda muchas horas de vuelo para soltarse de la página, perder de vista los cubiletes y lanzarse al verdadero reto de las formas (pienso en el modelo De Palma) como verdadero territorio para el espejismo y el engaño.

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