Crítica de Cine

Una mujer contra la influencia

Sonia Braga protagoniza esta premiada cinta brasileña dirigida por Mendonça Filho.

Sonia Braga protagoniza esta premiada cinta brasileña dirigida por Mendonça Filho. / d. s.

La mujer, Doña Clara, es Sonia Braga, cuerpo y memoria del cine brasileño, figura de resistencia, también metáfora, de esta película con la que Mendonça Filho (Ó som ao redor) ha cosechado una larga trayectoria de reconocimientos desde su presentación (con manifestación y polémica política incluidas) en el pasado festival Cannes.

Doña Clara superó un cáncer de mama y ha recorrido ya un gran trecho de su vida de esposa (viuda), madre y prestigiosa crítica musical en el país de Villalobos, Jobim y Taiguara. Vive sola en un viejo y hermoso edificio cercano a la playa en Recife, escucha sus discos de vinilo, bebe su vino y pasea bajo el sol cada mañana.

Pero a Doña Clara la quieren echar del Aquarius (título original del filme), convertido en un símbolo de valores (en decadencia) y resistencia urbana: ella es la última inquilina, la única que rechaza el dinero de la constructora (el nuevo rostro capitalista con sus nuevos métodos de seducción) que quiere levantar allí un moderno bloque de apartamentos turísticos.

Las metáforas parecen claras, cristalinas, subrayadas incluso: el empuje feroz del neoliberalismo en su particular versión brasileira, el ocaso de los viejos ideales (la cultura, la comunidad, el gesto político…), la traición de las promesas de Lula, en fin… Nos interesa mucho más, claro está, esa figura femenina hacia adentro, sus pequeños gestos de orgullo, sensatez, placer y resistencia, su compostura ética y estética ante el acoso y las distintas formas de violencia que la rodean en un país cambiante y amnésico. Pero sobre todo nos gusta verla seguir viviendo de pie en medio de la contienda, disfrutando de su vida (también del deseo y el sexo, aún latente), defendiéndose de sus propios hijos, en los que parece haberse encarnado también la deriva práctica y la aceptación de la derrota de los tiempos.

Mendonça Filho lo cuenta de manera fluida, con alguna salida de tono que parece buscar un cierto extrañamiento del efecto realista, una pequeña dosis de suspense. Y Sonia Braga, en fin, se adueña de la pantalla en un portentoso y maduro ejercicio interpretativo, dominando los espacios y los tiempos, los gestos y las miradas, la palabra y los silencios, los cuerpos y las distancias. Ni siquiera hacía falta ponerla delante de los especuladores de despacho y ranchera, las verdaderas nuevas termitas de un Brasil que sigue gestionando como puede aquella utopía de orden y progreso.

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