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La muerte a pellizcos se ha cebado con Las Aletas. Para una vez que estaban las administraciones de acuerdo y la financiación no era un problema -hay 90 millones para impulsarlo- tropezamos con la torpeza humana. Conste que el proyecto se presentó con toda la pompa y el boato. Un testigo ajeno a nuestro sino, al ver en la misma mesa a la Administración con sus mejores galas, daría por hecho que Cádiz al fin encauzaba su rumbo gracias al talento de sus dirigentes. Pero no es así, porque a ninguno de los conspicuos representantes se les ocurrió mejor idea que inaugurarlo sobre una marisma.

A pesar de que Cádiz resulte agraciada con la Lotería, no logrará encontrar las mentes pensantes que gestionen su suerte con acierto. Que a su consejo rector se le pusiera entre ceja y ceja levantar el parque en suelo de dominio público marítimo-terrestre sólo se puede explicar desde el pensamiento cósmico y la total falta de elementos de juicio para decidir. Porque desde lo terrenal, la última sentencia del Supremo contra Las Aletas, más que un varapalo, supone una enmienda a la totalidad de las distintas administraciones y a su ignorancia sobre las necesidades para impulsar la Bahía. Hoy lo que flota en el ambiente es la tozudez de unos responsables que han desperdiciado un tiempo precioso para salvar a un náufrago que ya ha perdido casi todas sus esperanzas. Ni una esquela lo habría anunciado mejor. El famoso parque industrial con todos su avíos que se vendió como la panacea contra todos los males de la provincia ha muerto. Lo extraordinario es que los ecologistas denunciaron el proyecto, y el Supremo ya les dio la razón en 2009. Pero lejos de rectificar, nuestros dirigentes se obsesionaron hasta estrellarse de nuevo con la realidad. Lo peor no es ya que la Administración no sepa invertir 90 millones, es que cuando ofrece ayuda a la iniciativa privada el resultado es igual o peor: ahí está el caso Bahía Competitiva, aún pendiente de juicio, por un fraude de 25 millones procedentes de las ayudas a la reindustrialización y destinadas a proyectos que nunca vieron la luz.

Al entierro de Las Aletas nadie quiere acudir ahora y a todos se les ha pegado la lengua al paladar. El personal no sólo escurre el bulto, encima intenta sacar tajada. El presidente del consejo rector ni está ni se le espera, como es su costumbre desde que accedió al cargo. El Gobierno por su parte dice que respeta la decisión de los jueces. ¿Y en qué pensaba en 2009? La Junta, como si acabara de llegar, se lava las manos, y el PSOE se ríe por lo bajini como en su día hizo el PP. Los alcalde de la Bahía, entretanto, se dedican a barrer para casa. Así nos va sin una única voz interlocutora que defienda los intereses de esta Bahía por encima del localismo más rancio. Lo más gracioso es que en el fondo nadie creyó en el proyecto que se presentó con toda solemnidad como un parque industrial, tecnológico, logístico y medioambiental. Por más que todos posaron de la manita para anunciarlo al mundo y por más que iniciaron las obras, no coló. Para ofrecer credibilidad, abrieron la oficina para gestionar el consorcio entre administraciones cuyos ocupantes aún no saben por dónde tirar. Como está demostrado, los gaditanos no se dejaron engañar. Y si no fuese porque los 90 millones ahí siguen muertos de risa, tendría cierta gracia. Pero seguro que los jóvenes y los parados de esta provincia no lo ven así. Descanse en paz Las Aletas.

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