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Colérica escritura

  • Roberto Arlt, fallecido hace 75 años, inauguró una forma de hacer periodismo con sus 'Aguafuertes', crónicas palpitantes y descarnadas que narraron la Andalucía que se precipitaba a la Guerra Civil

Roberto Arlt, fotografiado en un balcón de Buenos Aires en 1935, antes de su viaje a España.

Roberto Arlt, fotografiado en un balcón de Buenos Aires en 1935, antes de su viaje a España. / m.g.

Hubo un momento en el que el periodismo se armaba en noches que no concluían sino a la noche siguiente. Las redacciones eran covachuelas donde la vida se sostenía con un plumín mojado en tinta con vinagre. Roberto Arlt (Buenos Aires, 1900-1942) conoció aquellas toperas, donde llegó a tener despacho propio. De algún modo, él confeccionó un nuevo periodismo antes del Nuevo Periodismo. Se dedicó a buscarle a las cosas su extrañeza, de aplicarle al oficio de escribir en los periódicos las herramientas de la narrativa sin perder de vista lo que se estaba mirando. Desde la insolencia, desde lo inesperado, desde lo distinto.

Arlt es uno de esos tipos que levantó toda una literatura desde la crónica, el reportaje, la columna. Por saber dónde poner el ojo. Por la exactitud en la forma de contar. Porque explicar el mundo es cuestión de estilo. Él lo sabía muy bien: aspiraba a escribir con "la violencia de un cross a la mandíbula". "Es rápido, arriesgado, moldeable, un sobreviviente nato, pero es también un autodidacta. Pero su aprendizaje se desarrolla en el desorden y el caos, en la lectura de pésimas traducciones, en las cloacas y no en las bibliotecas", anotó sobre él Roberto Bolaño. Así también lo valoró Juan Villoro: "Arlt es un goloso de la originalidad; para él, escribir significa escribir de otro modo".

Roberto Godofredo Christophersen Arlt -que así se llamaba- aterrizó en este mundo al poco de romper el siglo XX con el sólido equipaje que da ser el hijo de una pareja de inmigrantes sin recursos, el polaco Carlos Arlt y la austríaca Catalina Iobstraibitzer. Criado en el barrio porteño de Flores, perdió a dos hermanas por tuberculosis, apenas completó la escuela obligatoria e intentó ganarse la vida como pintor, mecánico, soldador y trabajador portuario, entre otros oficios. Pero en su cabeza maduraba un destino que tenía ver con la escritura, con las posibilidades estéticas y coléricas de la Literatura, como si ésta fuese el puerto franco donde desalojar prematuras obsesiones.

"Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad y que no nos queda otro remedio que escribir deshechos de pena, para no salir a la calle a tirar bombas o a instalar prostíbulos", escribió Arlt en un texto titulado Autobiografía. Con ese ajuar un hombre sólo puede ser una caja de dinamita siempre a punto de detonar. Ocurrió así que el corazón le explotó dentro una mañana de domingo al poco de responder con un lacónico 'No sé' a la pregunta sobre qué hora era que le hizo su segunda mujer, Elizabeth Shine, embarazada entonces de cinco meses, según se recoge en El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt, de Sylvia Saítta.

Pero antes de aquel fundido a negro, Arlt dejó cuatro novelas -El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas y El amor brujo-, cerca de setenta cuentos, una docena de obras teatrales y más de dos mil piezas periodísticas, las Aguafuertes, consideradas el campanazo inaugural de otra forma de hacer periodismo en castellano. Tanto éxito tenían esos artículos que, según refirió alguna vez Juan Carlos Onetti, el director del rotativo cambiaba regularmente el día de publicación para obligar a los lectores a acercarse al quiosco todas las mañanas. Estos retratos informales del runrún cotidiano de Buenos Aires se alternaron con las narraciones de sus viajes a Uruguay, Brasil y, especialmente, España, donde recaló en vísperas de la Guerra Civil (de febrero de 1935 a mayo de 1936).

Estas crónicas periodísticas españolas recopiladas en un solo volumen por Toni Montesinos para el sello Hermida bajo el título Aguafuertes (2015) son quizás la mejor puerta de entrada a la obra de Roberto Arlt. En ellas, el periodista argentino recorre durante meses toda la Península, desde Barbate a Baracaldo, y las ciudades norteafricanas de Tetuán y Tánger. En Andalucía, visita Cádiz, Vejer, Granada y Sevilla, esta última inmersa en los preparativos de la Semana Santa. Allá donde va, es un atento observador de los tipos, del frenesí político, pero también un testigo incómodo del atraso y las desigualdades sociales.

"Una multitud humana que desemboca de calles de tres pasos de ancho, oscuras y lóbregas. Esta multitud que colma el ancho de las calzadas, que llena las veredas a pesar de ser día domingo, viste limpio traje azul de mecánico, casi siempre zurcido y lavado. Los azules de los remiendos ponen manchas rectangulares celestes o marinas. Esta masa se pasea con un pañuelo amarrado al cuello o una bufanda (...). Gorras, alpargatas, caras proletarias. (Después me entero que en esta población de 80.000 habitantes hay 16.000 desocupados). ¿Esto es Cádiz?", escribe.

En Barbate, su siguiente parada, logra enrolarse en una embarcación para narrar las condiciones de trabajo de los pescadores. "Pienso que es necesario hablar de la brutalísima vida de estos hombres de la mar. Sólo otros hombres trabajan más ferozmente arriesgados que éstos: los mineros. Pero los mineros, campesinos y pescadores son la gloria proletaria de España, la violencia inextinguible que no puede ahogar el homicida fusil de la Guardia Civil".

Luego, viaja a Sevilla, donde asiste a las procesiones de Semana Santa. "¡Salva a España! ¡Sálvala Jesús! ¡Sálvala!", son los gritos que el periodista oye en la bulla que asiste a la salida del Gran Poder, cuyo paso avanza "con un balanceo semejante al de un enorme paquidermo". A los ojos del periodista argentino, "la Virgen, Jesús, los apóstoles, soldados y judíos" recorren las calles "vestidos como ídolos asiáticos, tiesos en sus sayas y mantos de terciopelos recamados de oro y plata". Sobre los costaleros, anota: "Asoma el rostro de los bueyes humanos, con la cabeza a semejanza de sarracenos, envuelta en un turbante de toallas".

Un fragmento brillante es la descripción de las mujeres vestidas de mantillas que pasean por la ciudad mientras los hombres "adoptan una pose de zánganos contemplativos". "Forman [ellas] grupos de estatuas enlutadas, perfumadas que caminan, volviendo al soslayo los ojos relampagueantes, los arcos de las cejas trazados con un compás, la frente abombada, la mantilla flotante en torno a los hombros. La admiración vuela hacia ellas con ingenio gitano".

La última parada andaluza de Roberto Arlt es Granada. Le decepciona, y mucho, la Alhambra: "Nada me ha distraído más en su interior, que dedicarme a observar las expresiones de disgusto y decepción de sus visitantes". El escritor, que pertenece, sin duda, al género de los heterodoxos, reproduce vivos diálogos con La Golondrina, La Víbora y La Chata, gitanas del Sacromonte: "Me atrae la salvaje existencia de esta gente en un paisaje ríspido y caliente", reconoce finalmente.

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