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"Ondina' es una obra bendita y maldita"

  • En 'Ondina o la ira del fuego' Irene Gracia rinde un homenaje a través de varias historias a la figura de E.T.A. Hoffmann.

La escritora Irene Gracia (Madrid, 1965).

La escritora Irene Gracia (Madrid, 1965).

Cuenta Irene Gracia que, como tantas jóvenes de principios del XIX y como algunas de las mujeres que aparecen en su última novela, de adolescente quedó cautivada por la figura de E.T.A. Hoffmann: "Yo podría haber dicho más o menos lo mismo, que daría un año de mi vida por un beso del autor de Ondina -cuenta la escritora-. Tendría unos 13 años cuando llegó a mis manos una edición muy bonita de El hombre de arena, prologada por Freud. He admirado siempre mucho a Hoffmann en todas sus facetas y por eso he pensado que era justo reivindicar su Ondina: una ópera innovadora, que inauguró el romanticismo alemán musical".

La pieza de Hoffmann y Fouqué, con su malditismo añadido, vertebra las historias que se relatan en Ondina o la ira del fuego (Siruela), en la que se recrean varios de los temas comunes del autor alemán -el doble, los autómatas, los sueños...- y donde aparecen varios de los nombres de los contemporáneos de Hoffmann que estuvieron implicados en el proyecto, y que Gracia convoca a la manera de los reunidos en Villa Diorati. De hecho, Ondina, una obra "bendita y maldita al mismo tiempo", se estrenó en ese verano que fue invierno de 1816: "Hay veces que se produce esa magia en el espacio y en el tiempo -comenta Irene Gracia-. En ese momento existió una especie de carga en el ambiente que conectó a los románticos alemanes e ingleses, donde actuaron los elementos del agua y el fuego".

"En el XIX existió una especie de carga en el ambiente que conectó a románticos ingleses y alemanes"

Sin embargo, la pieza que tuvo el honor de figurar en los anales como la precursora del romanticismo no sería Ondina sino El cazador furtivo: la ópera de Hoffmann, aunque llenó durante los primeros meses de su representación, no obtuvo en su mayoría buenas críticas: "Tras una vida de padecimientos -explica la autora-, Hoffmann empezaba a tener éxitos literarios. Había ejercido también con éxito como abogado, y creo que aquí influyó en cierta medida la envidia (¡no iba a ser bueno en todo!). Ondina es, además, una obra innovadora: musicalmente es bellísima. Fue el primer librero que convirtió a un ser maligno en un protagonista interesantes, y el primer montaje en el que los coros no se veían, lo que le daba una cualidad fantasmal a la obra".

Tal y como relata Irene Gracia en Ondina o la ira del fuego, al año del estreno, las representaciones se interrumpieron a causa de un incendio en el teatro, que hubo de ser construido de nuevo, "y ya no se volvió a representar más que de forma aficionada en alguna ocasión... -explica-. Es curioso que Hoffmann precisamente lo que más valorara, de todas las artes, fuera la música. Comenzó a escribir haciendo reseñas musicales en una revista y afirmaba que el día más feliz de su vida fue el que recibió una carta de gratitud de Beethoven".

Irene Gracia apunta que el escritor alemán y sus amigos organizaban las llamadas "tertulias seráficas". En ellas, el doctor Koreff "le ilustraría sobre casos y tratamientos peculiares, y gracias a ellas nos han llegado algunos de los cuentos de Hoffmann, por ejemplo, El Cascanueces, que escribió para los hijos de unos amigos y que se salvó por los pelos del fuego, el destino de las historias que no les convencían". "En las reuniones seráficas -continúa-, sólo había dos reglas que cumplir: la primera, que los cuentos debían ser de corte fantástico (un género que aquí es en general infravalorado, como decía Torrente Ballester, que tocó todos los palos). Y la segunda que, tras cada lectura, debía existir un debate en torno al mismo".

"Cuando ha habido un grupo de creación, las potencialidades de sus miembros se han multiplicado", indica la autora, que denuncia el individualismo actual. "En Bellas Artes, por ejemplo, sólo te enseñan a firmar. Todo es puro egoísmo, para que nadie te haga sombra. Precisamente el último movimiento que me resulta arrebatador es el de los surrealistas, y los prerrafaelistas antes que ellos. Deberíamos volver a crear grupos, además de defender una vuelta a la belleza y a respetar más el oficio... Quizá el último renacimiento se diera con los ballets rusos: Picasso trabajó para ellos, así como Cocteau... Incluso en el cine, en los tiempos en que las grandes productoras contrataban a los grandes escritores del momento. Lo enriquecedor es formar vasos comunicantes entre todas las artes".

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