de libros

Ubicumque bene

Más de treinta años después de su primera edición en 1984, ampliada primero en la de 1996 y ahora en esta que añade artículos publicados en los últimos años, Contra las patrias sigue siendo, entre otros igualmente ineludibles, uno de los libros necesarios de Fernando Savater, que lamenta que el auge sostenido del nacionalismo no haya disminuido su actualidad, sino al contrario. En la tradición panfletaria que ha reivindicado como un vehículo provocador y, pese a todo, bienhumorado, Savater se cargaba y continúa cargándose de argumentos para rebatir -si ello fuera posible, porque sus adversarios suelen despreciar las meras razones- la fiebre de las identidades colectivas, que acompañada o no de la violencia rebrotó en el último tercio del siglo pasado y no ha dejado de emponzoñar la vida española o europea.

No es el menor de los atractivos del libro el hecho de que muestre, sin salirse del tono general de impugnación de la "aberración etnicista", la evolución de un Savater más apegado en los comienzos a las ideas libertarias de su juventud que defiende cada vez con mayor firmeza el concepto de ciudadanía democrática, cuando hacerlo en Euskadi -bien lo saben los que como él mismo padecieron en carne propia el acoso de los pistoleros- era jugarse literalmente la vida. La cita preliminar de Séneca, "La patria está dondequiera que uno esté bien" (ubicumque bene est), era relacionada en la introducción a la primera edición con la famosa sentencia de Rilke que asocia ese lugar a la infancia, o sea en su caso a la ciudad de San Sebastián y ciertos escenarios de la Guipúzcoa de los años cincuenta. Ya en la segunda mencionaba a su mujer, Sara Torres, en términos parecidos -"mi patria, la única que deseo"- a los del maravilloso poema "Tú, cuya mano..." de su maestro García Calvo, quien probablemente se inspirara en el Tu mihi sola domus de Propercio. Lo hace también ahora en la tercera cuando su desaparición -"sin ella, nada hubiera sido posible"- lo ha convertido en un apátrida inconsolable.

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