de libros

La forja del espía

  • Kim Philby, el legendario agente doble, realizó su primer trabajo para los servicios secretos soviéticos durante la Guerra Civil, un episodio que reconstruye el periodista sevillano Enrique Bocanegra

Philby en una imagen de los 50.

Philby en una imagen de los 50. / DS

Venerado y odiado según el lado del Telón de Acero, Kim Philby (1912-1988) fue probablemente el espía más importante de la Guerra Fría y uno de los agentes dobles más audaces del siglo XX. Hijo de la aristocracia social e intelectual británica, además de comunista devoto, nada más acabar sus estudios en Cambridge fue reclutado por los servicios secretos de la Unión Sovética y para ellos trabajó ya siempre, con más ardor si cabe cuando años más tarde fue reclutado asimismo por el espionaje inglés, donde llegó a dirigir, en una irónica rima que redondea su leyenda, precisamente la sección dedicada al contraespionaje de los rusos. En 1963, tras décadas de engaño y asediado por un MI6 que había desenmascarado ya a otros miembros del llamado Círculo de Cambridge, se fugó a la URSS, donde pasaría el resto de su vida loado por las autoridades como un héroe mientras él languidecía en un piso de Moscú junto a su cuarta mujer, rusa, y combatía la depresión releyendo las novelas de P.G. Wodehouse y escuchando en la radio la BBC Internacional, de donde le llegaban los ecos de la nación que le había jurado odio eterno por su traición.

En fin, no es de extrañar que la escurridiza figura de este hombre cuyas andanzas empequeñecen casi cualquier ficción sirviera de inspiración más o menos directa para Graham Greene en El factor humano, John Le Carré en El topo o Frederick Forsyth en El cuarto protocolo; ni que haya sido objeto, muy especialmente en el mundo anglosajón, de una nutrida bibliografía específica; aproximaciones de todo tipo a una figura fascinante y en muchos aspectos inescrutable que suelen tener en los años de la Guerra Fría su greatest hit. En la última de ellas, Un espía en la trinchera. Kim Philby en la Guerra Civil española, con sello español en más de un sentido y ganadora del último Premio Comillas, el sevillano Enrique Bocanegra se acerca sin embargo a un capítulo que, si bien era conocido, no había sido desentrañado en profundidad hasta ahora: su labor como espía durante la Guerra Civil española.

En la superficie, el británico hizo carrera como periodista y con ese título se presentó en España, dando perfectamente el tipo de "joven periodista freelance que venía a echar colmillo en la guerra de moda en el mundo". Su primer destino fue Sevilla, donde estuvo entre febrero y mayo de 1937. "Los periodistas solían alojarse en el hotel Venecia, donde está ahora El Corte Inglés de la Plaza del Duque, pero él parece que estuvo en un pensión pequeña -explica el autor-. Los soviéticos le habían pedido información del apoyo que los italianos y los alemanes estaban proporcionando al bando sublevado, que había tomado Sevilla en los primeros días de la guerra. También querían información sobre Franco, el general que se estaba convirtiendo en el líder de ese bando, del cual los rusos no sabían entonces casi nada. Su principal centro de actuación debió de ser la Puerta de Jerez, porque cuando Franco venía se alojaba en el Palacio de Yanduri y además los alemanes solían estar en el hotel Cristina".

Durante sus días en Sevilla hizo mucha vida social, paseó y callejeó para tomarle el pulso a las calles de la España incendiada, pero vino casi sin cobertura, no tenía aún peso en el espionaje soviético y, para seguir sumando inconvenientes, en contra de lo que pensaba el NVKD [antecesor del KGB], la guerra se había desplazado ya meses antes hacia el norte, de modo que la información que circulaba en la capital andaluza tenía escaso valor estratégico. Volvió pues a Londres, donde ideó otra vía: meter la cabeza en algún diario importante y volver como corresponsal, pero ya al frente. Con el empujón de su padre, arabista y explorador de gran influencia entre las castas del viejo Imperio, fue contratado por The Times. De julio del 37 a julio del 39, fue uno de los corresponsales del periódico en el bando franquista, entre cuyos mandos el mundano Philby cayó de pie. "Se dieron cuenta de que la guerra iba a ser larga, por lo que necesitaban mejorar las relaciones públicas. Y él era exactanente lo que estaban esperando: un joven conservador, educado en la élite británica, con todo lo que tenía esto de legitimador, y que, si no era simpatizante, sí se mostraba comprensivo con la narrativa franquista de la guerra, esa lucha contra la barbarie bolchevique que era algo a lo que los burgueses franceses e ingleses, más reacios que los alemanes y los italianos por motivos evidentes, podían ser sensibles".

El trato mejoró aún más cuando Franco en persona lo condecoró tras sobrevivir a un cruento ataque republicano en el frente de Teruel. ¿Cuántas personas podrían abrir un cajón y mostrar una medalla concedida por Franco, otra por Stalin y otra por el rey de Inglaterra? "Yo tengo la teoría -afirma Bocanegra- de que si esta historia es relativamente desconocida, lo es porque Philby deja en evidencia a los dos bandos. Al sublevado le tomó el pelo, engañó a demasiada gente que lo consideró uno de los suyos. Pero hablar de Philby en España también es hablar de su controlador, Alexander Orlov, responsable de la Inteligencia soviética en la España republicana, y eso implica hablar de algunos de los capítulos más oscuros de la República. Stalin podía permitirse a Hitler y Mussolini, de hecho los necesitaba un poco porque le permitiron consolidar su poder absoluto, pero un país del tamaño de España gobernado por una izquierda independiente de Moscú era un escenario incluso peor que una victoria de Franco. Y a barrer a esas otras izquierdas se dedicó en gran medida el espionaje soviético, lo cual va contra el relato épico de la República".

El libro aborda estos dos años y medio de fogueo, imposturas y equilibros en el alambre de la futura leyenda turbia, pero también salta hacia atrás en el tiempo para contar su iniciación en ese mundo que inevitablemente desprende encanto literario y cinematográfico. Philby no realizó ninguna misión de altura en España, pero los torbellinos ideológicos, sus idas y venidas y la galería de personajes no mucho menos memorables de los que se rodeó son relatados de un modo que hacen que se lea todo -pese al tópico- como si fuera una novela. En cuanto a la importancia de estas peripecias, ya se pronunció él mismo en Mi guerra silenciosa, sus memorias: "Emergí del conflicto como un agente que ha alcanzado su plena madurez al servicio de los soviéticos".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios