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El lastre serbio

  • 'Bonavia', una historia de amores y familias, de generaciones y naciones, y con los estragos de la terrible guerra de los años 90 de fondo, es seguramente la gran novela 'post-yugoslava'.

El escritor serbio Dragan Velikic (Belgrado, 1953).

El escritor serbio Dragan Velikic (Belgrado, 1953). / d. s.

En un momento dado, en esta novela llena de intersecciones y vidas cruzadas, se llega a decir que "la ventaja de la soledad es la ausencia de testigos en el camino recorrido". Dragan Velikic (Belgrado, 1953) nos muestra en Bonavia un cuadro de soledades, de fracasos, de huidas en falso. Los personajes convierten la peripecia de su propio vacío en la forja de sí mismos. Hay que añadir que la ciudad de Belgrado sirve aquí como algo más, mucho más, que un simple mural de fondo. Belgrado es otro personaje dentro del coro, mudo e informe si se quiere, pero que comparte idéntico extravío, como si fuera el paisaje de un malogrado destino común.

Todos los personajes se muestran como convalecientes por el pasado reciente de Serbia. Una vez existió lo que ya no existe: Yugoslavia (se habla hoy de cierta melancolía balcánica: la llamada yugostalgia). Pero lo que ahora existe es un único país llamado Serbia y que, a la luz de lo aquí leído, no parece redimido aún de una amorfa sensación de culpa por lo ocurrido en la guerra de los años 90.

La literatura balcánica tiene en Dragan Velikic a uno de sus máximos exponentes. Para un europeo de esta parte del continente, nos interesa mucho que sea serbio (y no bosnio o croata o albanokosovar, a quienes el pensamiento acomodado les concedió el título de víctimas). Puede que resulte injusto hoy por hoy. Pero parece que el hecho de que uno sea serbio lo obliga a afrontar la expiación de serlo. Quiere decirse que en opinión de la mayoría los serbios siguen siendo los culpables de la matanza que acabó con Yugoslavia, aquel viejo pudding de fronteras, pueblos e idiosincrasias creada por Tito (la guerra de Bosnia sería el máximo referente del horror).

Aun así, para el receloso lector, diremos con rapidez que Bonavia no es una novela estricta sobre la posguerra ni sobre aquel atroz drama. Sí reúne, en cambio, los rescoldos de un tiempo raro o imperfecto, que parece fluir a modo de un trauma no se sabe si superado o no en lo individual y en lo colectivo. Bajo este espeso halo de tiempo -de posguerra tardía si se quiere- fluyen también las vidas de Marija, Marko, Kristina y Miljan. Todos ellos forman el citado cuadro de amores y desamores, de soledades, de destinos aún en marcha o definitivamente truncados. Y todos ellos son oriundos de Belgrado y forman parte de ese "lazareto de personas nerviosas" que caracteriza a quienes viven en esta ciudad. Sus vidas, decíamos al inicio, se entrecruzan en las distintas historias que aquí se narran. Velikic da muestras de tener oficio en lo que viene a ser un registro narrativo adecuado para el patrón de ciertas historias entreveradas.

La discutidora Marija no puede estar sola, pero hace buena la cita de Juan José Arreola ("Cuando un hombre y una mujer se juntan, dan lugar al monstruo llamado la pareja"). Marko es un escritor sui generis, obsesionado por la absurda memorización técnica de los espacios. Escribe extrañas guías de viaje a modo de consejos para turistas venidos a Europa oriental. Miljan, su padre, refleja la necesidad de huir y de refundar su vida sin mucho reconcomio por lo que deja atrás (ora como restaurador en Viena, ora como funcionario en los ferrocarriles austriacos). Y Kristina, quizá el personaje más atractivo a nuestro torpe juicio. De Belgrado a Viena, y de Europa a Boston y San Francisco, en Kristina se solapan el deambular por la geografía del mundo y por la geografía marchita de sí misma. En ella se refleja lo que podríamos definir como la serbiedad o el belgradismo tras la guerra (recordemos que el estupendo escritor bosnio Aleksandar Hemon hablaba del término bosniedad para intentar explicar lo que no se sabe bien si es una forma de ser o un estadio inconcluso por parte del apátrida).

Bonavia no es una novela lo que se dice alegre ni esperanzadora. Pero resulta ser la gran novela post-yugoslava desde el punto de vista -repetimos- de una conciencia serbia amasada por el paso del tiempo. Por eso nos resulta tanto o más interesante que las de otros autores croatas o bosnios que han escrito también sobre la reanudación de la vida tras la guerra.

Dragan Velikic es autor de varias novelas con las que ha conseguido premios de postín en su país (La ventana rusa, El forense). Hace muchos años se publicó en España su hasta ahora única obra traducida al castellano, Plaza de Dante. Con Bonavia, que alude a un viejo hotel austrohúngaro de Rijeka (la antigua Fiume italiana, luego yugoslava y hoy croata), nos ponemos otra vez en la pista de este extraordinario escritor. Velikic sabe reflejar bien lo que la crítica sugiere al decir de él que retrata literariamente la incapacidad de Serbia para llorar su pasado.

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