De libros

El talón de aquiles de los hiperbóreos

  • Capitán Swing publica el acercamiento de Michael Booth a los países escandinavos, un ensayo que, siempre de la mano del humor, desmonta el mito de la supuesta perfección norteña

y acusa a los VTC de no "corregir" sus incumplimientos

y acusa a los VTC de no "corregir" sus incumplimientos

Me lo leí hace meses, sí, lo confieso. En inglés. Antes que nadie. Reí. Gocé. Quise abrazar a Michael Booth y a gran parte de esos rubios introvertidos y (casi) perfectos que habitan esas nieves (casi) eternas.

Capitán Swing acaba de publicar en castellano el título que se hizo con el Premio al Mejor Libro de Viajes en 2015: Gente casi perfecta. El mito de la utopía escandinava radiografía unas sociedades que para nosotros, meridionales puros, son puro exotismo. Puede criticar el borreguismo de los suecos, la despreocupación absoluta de los daneses, el desinterés autista de los noruegos, la voracidad salvaje de los islandeses o la introversión enfermiza de los finlandeses. Pero los ama a todos y cada uno de ellos, y se nota en cada línea.

El título consigue, sin embargo, su propósito: pasarnos una mano por el lomo a todos los que nos sentimos como la cerillera cada vez que vemos por la tele a una miríada de daneses en bici, o cuando hojeamos los multiculturales y buenrollistas catálogos de Ikea, o cuando salen los arrolladores informes PISA con Finlandia instalada con honores en un inamovible primer puesto. Todo esto es verdad, igual que Suecia es el mejor país para vivir si eres mujer, que Islandia es el lugar que más gasta por cabeza en compra de libros o que los noruegos son los multimillonarios absolutos del mundo. Ah, y que todos son bilingües, al menos. Ah, y que son rubios y altos y, en fin, sí, cual Mary Poppins, prácticamente perfectos en todo.

Pero no es menos cierto que la idílica estampa de Copenhague como ciudad mundial de la bicicleta está directamente relacionada con que comprar un coche tiene una carga impositiva del 180%. O que el buen hacer finlandés no quita para que, de entre los tres medicamentos más recetados en el país, dos sean ansiolíticos. O que en Suecia despunten tanto las denuncias por violencia machista -aunque, como sabemos, esto tiene también un aspecto positivo- como las tendencias xenófobas, quizá reflujos de aquella buena relación que se mantuvo con la Alemania nazi.

Michael Booth tiene esposa danesa, hijos criados en Dinamarca, ha vivido durante diez años en los países nórdicos y los quiere, uno entiende, más allá del oropel. La primera vez que escuchó que Dinamarca era la nación más feliz del mundo, el autor pensó: "¿En serio, esta abulia gris? Lo mismo es un efecto directamente relacionado con el ir ciegos de antidepresivos".

El autor firma una propuesta deliciosa que nos invita a tomar perspectiva

Booth habla con inmensa ternura en nombre de todos los que contemplamos incrédulos a los países del Norte y argumenta, con numerosísimos datos y entrevistas -Gente casi perfecta tiene mucho más de reportaje que de impresión- un enjundioso "y tú, con las gafas". Michael Booth se las arregla para firmar una propuesta deliciosa que nos invita, siempre de la mano del humor, a dar un par de pasos atrás y tomar perspectiva. En la dedicatoria, de hecho, no resultaría extraño ver un: "Para todos aquellos que carraspean escépticos ante los anuncios de mesas que hablan y los libros sobre el hygge".

Hay un chiste que define tanto el espíritu de Gente casi perfecta como la relación existente entre las distintas tribus hiperbóreas. Sabiendo que, antes de que les tocara la lotería en forma de reservas de petróleo, los noruegos habían protagonizado los chistes de catetos en toda Escandinavia, la broma es la siguiente: un noruego, un sueco y un danés están solos en una isla desierta. El sueco encuentra una caracola mágica que le concede un deseo si la frota: "Quisiera volver con mi Volvo a mi estilosa cabañita roja amueblada toda de Ikea". Y desaparece. Le toca el turno al danés: "Quisiera volver a mi apartamento de Copenhague, con mi rubia y mi pack de Carlsberg". Y desaparece. Cuando le toca el turno al noruego, parece dudar durante unos instantes hasta que al final, disimulando una media sonrisa, dice: "Pues... quiero que vuelvan mis amigos".

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