UD almería-zaragoza

Espabila a pescozones (2-2)

  • Un arranque sin concentración ni buen posicionamiento en la medular se contrarresta con ramalazos de verticalidad

  • El punto, sin ser óptimo, sí que deja una sensación de vitalidad

Quique González se lamenta tras una jugada.

Quique González se lamenta tras una jugada. / Javier Alonso

Hay veces que una buena torta es milagrosa. Cuando uno se está jugando tanto y no tiene la cabeza en su sitio, tiene que espabilar. Te pueden tocar ligeramente en el hombro, te pueden llamar con educación o te pueden gritar si sigues en la parra, pero nada más efectivo que un buen tortazo. Deportivo, por supuesto, nada de violencia. A este Almería, que nada tiene que ver con el de principio de temporada, cuando daba los partidos por perdidos en cuanto encajaba el primer gol, no le viene mal que le toquen la cara para darse cuenta de que queda mucho por sufrir para lograr el objetivo de la salvación.

Después de haber hecho lo más importante con Ramis, recuperar las constantes vitales, el Almería salió al césped del Mediterráneo con la mentalidad errónea, con la misma falta de mordiente que mostraron los rojiblancos en tantas y tantas tardes de sufrimiento durante la primera vuelta. Si a esto se le une un centro del campo totalmente deshilachado, con Diamanka perdiendo el sitio y balones con una facilidad pasmosa, era para echarse a temblar. Un regreso al pasado, un retroceso incomprensible y peligrosísimo. Solos, sin marca, con tiempo para tomarse un café y después batir a Casto, Bedia primero y Ángel después recibieron sendos balones en las cercanías del área y devolvían los fantasmas del sorianismo al estadio.

Esta indolencia no era normal, nada tenía que ver este conjunto con la seriedad y el orden que Ramis había conseguido inyectarle en las últimas jornadas. Sin embargo, esto del fútbol es así. El Zaragoza parecía que se iba a comer el mundo en los primeros diez minutos y, en cuanto el Almería abrió los ojos, los maños se disolvieron. Por algo están los dos equipos como están. A los rojiblancos les bastó con el orgullo para poner las cosas en su sitio. Fútbol rápido, directo y vertical, nada de aburrir a las ovejas tocando en campo propio y sacando de sus casillas a su afición. Con las jugadas de toda la vida, esto es, balón al área servido primeramente por Puertas y luego por Fidel, a donde hace daño, Morcillo y Quique eran más hábiles que una desastrosa defensa maña para encarrilar la remontada antes del descanso. 2-2, la sensación era radicalmente opuesta a la inicial, camino a los vestuarios los jugadores y la afición veían que se podía voltear totalmente el resultado.

Lo normal es que esto hubiera ocurrido, puesto que el Almería había cogido carrerilla. Pero en un partido con tantos fallos, llegó otro más, una jugada de falta de inteligencia que puede dar al traste con el trabajo de todo el equipo. Con una amarilla en su haber, Fidel entra tardísimo a Ángel cuando el delantero se salía del área. Roja y falta peligrosísima. Otro volantazo en esta carretera del Cañarete que se había convertido el choque entre dos equipos nerviosos por estar en una zona de la clasificación que no se corresponde con su potencial.

Entonces llegó un ejercicio de coherencia. A diferencia de tantos puntos regalados con anteriodad, Ramis fue más práctico y prefirió conservar el empate con cabeza, a dejarse llevar por el corazón y dar facilidades para que te mataran a la contra. Fueron minutos de sufrimiento, entrega y hasta alguna ocasión más clara que las del Zaragoza. El punto sirve más a efectos de moral que clasificatorios

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