Deportes

Un brazalete abandonado

  • Inmolación del sentimiento rojiblanco, con una afición dividida entre el cabreo y la indiferencia, y un vestuario roto, que tiene un detalle muy feo

Cuando las cosas se fuerzan hasta el extremo, terminan saltando por los aires. Un chicle, una goma o un neumático cristalizado sin cambiar, es una explosión segura. A la grada del Mediterráneo le ocurrió esto ayer, aunque llevaba mascándose desde hacía muchos partidos, prácticamente una vuelta. Y lo que es más preocupante, el sentimiento rojiblanco, la gran obra que hay que atribuirle a Alfonso García en todos los años que lleva en el club, se ha resquebrajado. Después de muchas chinas, lo de ayer fue una pedrada importante que deja la cristalera dañada por muchos sitios, aunque se mantiene en pie por simple inercia.

La nueva debacle rojiblanca incendia un monte que nadie se había preocupado de limpiar de matorrales. Los desperdicios se iban acumulando debajo de los árboles, para que se notara menos. Mientras, la procesionaria se iba comiendo y desecando más si cabe el páramo. El 2-3 fue el rayo que prendió el secanal, abandonado y negado por sus propietarios, pero las nubes ya llevaban semanas y semanas avisando de que traían buen aparato eléctrico.

Por muchos esfuerzos e infinita confianza que le haya dado Alfonso García a Fernando Soriano, y éste a su vez al vestuario, el tufo que de ahí emanaba no era precisamente saludable. O no lo ha visto, o no ha querido meter mano el maño, que fue demasiado respetuoso incluso en la rueda de prensa cuando le pusieron el balón botando. A veces la elegancia roza el descrédito. El presidente sí fue más claro y mandó un claro mensaje: ahora llegará un entrenador nuevo y quien no reme, va a quedar señalado. El toque de atención llega tardísimo, sobre todo después de ver cómo los jugadores repudiaban el brazalete de capitán y lo tiraban a la banda, justo enfrente de donde estaba Grada Joven, cuando Corona fue sustituido.

Precisamente este colectivo era el más indignado de una grada tan harta, que no tenía muy claro si sentía respeto o indiferencia, puesto que ni silbaban pese al escarnio al que estaban siendo sometidos. Ni la iniciativa de no entrar hasta el minuto 12, ni los cánticos hacia un entrenador al que el grupo había abandonado entre las olas, ni tan siquiera tener enfrente a un rival condenadamente flojo, provocaron la reacción de unos jugadores que disputaron otros noventa indignos minutos más.

A la salida, ya con el míster cesado, algunos aficionados increparon a ciertos futbolistas. El hastío provoca situaciones tan indeseables como éstas, pero no es el camino. En la actual sociedad, la fe sólo se tiene cuando hay hechos que transmiten confianza y con Soriano se había perdido. Quien venga, tiene tanto trabajo físico y táctico, como mental.

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