ANÁLISIS

Debate sobre el futuro de Europa

  • La UE vive, en el 60 aniversario de su nacimiento, una evidente crisis de identidad

  • Debe decidir qué quiere ser en medio de amenazas como el 'Brexit', los populismos y Trump

Imagen del 25 de marzo de 1957 que recoge la firma del Tratado de Roma, que dio origen a la Comunidad Económica Europea, germen de la UE.

Imagen del 25 de marzo de 1957 que recoge la firma del Tratado de Roma, que dio origen a la Comunidad Económica Europea, germen de la UE.

Los 27 jefes de Estado de la Unión Europea celebran hoy en Roma una Cumbre Europea con el doble motivo de celebrar el sesenta aniversario de su nacimiento y abrir un debate sobre el futuro de Europa. La UE se va a plantear qué quiere ser de mayor, cuando ya ha cumplido los sesenta años. Y lo va hacer en medio de la mayor crisis existencial de sus sesenta años de vida. Su larga historia de construcción ha tenido momentos de retrocesos y de avances, siempre coincidiendo con el estallido de una crisis económica. Paradójicamente, estos acontecimientos adversos han servido de estímulo para avances en la integración. Fruto de la Gran Recesión ha sido el nacimiento de la Unión Bancaria Europea.

Europa está acostumbrada a resolver los problemas, uno a uno, con vacilaciones y dificultades en la toma de decisiones, y siempre en el último momento, al borde del abismo. Así ha sido desde el principio, cuando sólo eran seis los estados fundadores. Ahora es más difícil, porque son 27 los que tienen que ponerse de acuerdo sobre el futuro de la UE. Y lo tienen que hacer inmersos en la mayor crisis mundial del último siglo. Ahora no se enfrentan a un solo problema, sino a múltiples, simultáneos y complejos: Brexit, populismos y xenofobia, terrorismo y crisis de refugiados, alto desempleo, crisis institucional, desafección de los ciudadanos, riesgo populista en las próximas elecciones, y amenazas de Trump al orden económico y político mundial. Ante una situación tan compleja el presidente de la Comisión Europea ha afirmado que Europa se enfrenta a su mayor crisis existencial.

Sobre la mesa tendrán, como documento base para la discusión, el reciente Libro Blanco de la Comisión Europea sobre el futuro de Europa. En él se plantean los cinco escenarios posibles: no hacer nada; dar un paso atrás y limitar la unión al mercado único; crear dos grupos de países que avancen a distintas velocidades; profundizar sólo en lo que haya unanimidad; y, por último, avanzar hacia la unión política, configurada por una federación de estados. La propuesta de la Comisión pone en evidencia la indefinición y la crisis de identidad en las que está inmersa Europa. La Comisión Europea siempre había hecho propuestas de avance en la integración conducentes, a largo plazo, a la unión política. Fue la visión inicial de los fundadores. Ahora, una Comisión Europea debilitada y dubitativa tan sólo se atreve a plantear una carta abierta de alternativas, alejadas todas ellas, menos una, del futuro europeo deseado por sus fundadores. Los líderes europeos piensan que el momento político y social no es el más propicio para grandes avances en la integración, ante la efervescencia de los nacionalismos y los populismos y el desencanto y desafección de los ciudadanos, castigados por el desempleo y la desigualdad.

Habrá que esperar a los resultados de las próximas elecciones de Francia y Alemania para que los líderes europeos se pronuncien sobre el futuro del continente. Si se produjese el acceso al poder de los partidos populistas en Francia, la alternativa de quedarse como estamos sería la más probable, y la de dar marcha atrás, preservando el mercado único de bienes, servicios y capitales y sacrificando el de las personas, el escenario optimista. Por el contrario, sin triunfan los partidos proeuropeos el debate sería sobre cómo avanzar en la integración: todos a la vez, o a dos velocidades. Hasta la Cumbre Europea de diciembre de 2017 no va a haber una hoja de ruta, y, como muy pronto, hasta las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 no va a haber ningún tipo de iniciativa o decisión oficial consensuada.

a dos velocidades.

Durante los próximos meses la Comisión Europea va a propiciar una serie de debates públicos, en un intento de transparencia, pedagogía y acercamiento a los ciudadanos. No va ser fácil convencerlos, tras varios años en los que los políticos nacionales han sido los principales causantes de su desafección a Europa, atribuyendo los éxitos a sus políticas nacionales y los fracasos a la Unión Europea. La paralización del proceso de integración de Europa sería la peor de las alternativas y el escenario más probable para su futura destrucción. Las dos velocidades es el modelo más pragmático, ante las grandes diferencias económicas, políticas y sociales de los 27 socios europeos. Pero no garantiza el futuro de la Unión, ni es aceptado por los países europeos del este y del sur. Es el modelo que desean Alemania y Francia y al que han invitado a sumarse, para conforman el pelotón de primera velocidad, a España e Italia.

No obstante, sobre este modelo de integración existen varias dudas. Más importante que ponerse de acuerdo en la velocidad es consensuar la meta, la Europa final que deseamos. Dudo que la Alemania (federalista) y la Francia (soberana) tengan la misma imagen de este último destino. Habrá que preguntarse también si España e Italia tienen el músculo y la preparación para soportar el ritmo del primer pelotón, si éste decide avanzar a gran velocidad. Habrá también que tener en cuenta el impacto de la velocidad y las decisiones de los países de primera velocidad sobre el resto del pelotón, que podría llegar a fragmentarse, dando lugar a una Europa de múltiples velocidades, cada vez más distanciados unos de otros. Por otra parte habrá que resolver la dificultad de una Europa a dos velocidades con un único euro, una única política monetaria y un único Banco Central Europeo. También hay que tener en cuenta que Europa ya avanza a varias velocidades: países que están dentro y fuera del euro y del tratado de Schengen. Sin embargo, las dos actuales velocidades de Europa no han propiciado una mayor integración y convergencia. El Brexit ratifica esta afirmación.

La UE se enfrenta al momento más difícil de su larga y laboriosa historia. Desandar lo andado sería el reconocimiento prematuro del fracaso del más exitoso experimento internacional de construcción de un espacio de libertad, democracia y bienestar social del último siglo. Los próximos meses serán de reflexión sobre lo logrado en términos de seguridad, crecimiento, democracia, paz y bienestar. Serán meses en los que se debatirá también sobre las causas de la desafección y falta de identidad europea de los ciudadanos. Habrá que reflexionar sobre por qué el éxito alcanzado con la consecución de Mercado Único no se ha repetido con la Unión Monetaria Europea. Habrá que debatir si es posible avanzar a dos velocidades en lo económico, en lo político y sobre todo en lo social. Una Europa cada vez más próspera es incompatible con una Europa cada vez más insolidaria y desigual. El gran reto de nuestros líderes europeos será refundar Europa sobre un nuevo gran pacto que recupere los valores que han configurado la Europa de la posguerra, que son los de la confianza, la solidaridad y la igualdad, la paz y la libertad, la democracia y el bienestar social.

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