Tribuna Económica

joaquín aurioles

La tasa turística y Luis Callejón

Tendría que haber escrito este artículo hace algún tiempo y, como en otras ocasiones, discutirlo posteriormente con mi amigo Luis Callejón, pero se me ha hecho tarde. Falleció hace dos días, dejándonos un poco más huérfanos de aquellos pioneros infatigables de la Costa del Sol y del brillante magisterio de sus experiencias personales. Supongo que discreparíamos ampliamente sobre el tema de la tasa de turística y hasta puedo imaginar sus razones, aunque también creo que, precisamente en estos momentos de doloroso silencio y en honor a su memoria, debo exponer algunas de las mías.

Básicamente defiendo la tasa turística porque el turista es usuario compulsivo y marcadamente estacional de equipamientos y servicios públicos que financia la población residente con sus impuestos. Además, cuando por problemas de congestión y externalidades los costes marginales se hacen crecientes, desaparecen las razones, en mi opinión, para liberar al turista, el actor central de la trama, de la responsabilidad de pagar por lo que utiliza. Imagino que mi amigo Luis habría respondido con contundencia que el turismo realiza una aportación indirecta y fundamental al fisco a través de las empresas turísticas, pero lo cierto es que sólo una parte de los servicios se adquieren a cambio de un precio (alojamiento, alimentación, ocio…), mientras que otros (seguridad, limpieza, iluminación, transporte, museos …) son gratuitos o tienen precios públicos.

Una segunda razón tiene que ver con su impacto sobre la competencia. La presión de los touroperadores hace que los empresarios del sector estén muy sensibilizados frente a la tasa turística, pero lo cierto es que se encuentra bastante extendida entre destinos urbanos europeos, aunque todavía resulte extraña en la cuenca mediterránea. Baleares y Cataluña son dos de las escasas excepciones, pero su prácticamente nulo efecto sobre las pernoctaciones viene a confirmar lo que se sospechaba: la demanda turística es bastante inelástica, es decir, insensible, a las variaciones en los precios. En este caso es probable que la crítica de Luis hubiese derivado por dos derroteros. Uno discutible desde mi punto de vista, relacionado con excepcionalidad de la bonanza en esta parte del Mediterráneo, debido a los problemas de seguridad en el otro extremo, y otro en el que seguramente estaríamos de acuerdo: la fiscal es la más cruenta, en términos socio-políticos, de las formas de competencia entre territorios.

Hay algunas razones más, pero finalizaré con una referencia a la elevada presión fiscal en Andalucía y, sobre todo, al esfuerzo fiscal (que se obtiene relacionando la presión fiscal con la renta per cápita) que realizamos. Coincidiría con Luis Callejón en la indignación frente al afán depredatorio de algunos políticos en materia fiscal, especialmente tras el nuevo fracaso para acabar con la discriminación en el Impuesto de Sucesiones. Puede que Luis aceptase que una de las particularidades más interesantes de la tasa turística es su reducido impacto sobre la presión fiscal, debido a que el sujeto pasivo en la mayoría de los casos (tres de cada cuatro) serían ciudadanos no residentes.

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