Javier Vela, director de la Fundación Carlos Edmundo de Ory y poeta

"Los grandes discursos han tocado techo"

"Los grandes discursos han tocado techo"

"Los grandes discursos han tocado techo"

-¿Es la suya una fábula oída entre ruinas?

-Quiero pensar que no. Es cierto que a menudo concibo nuestra época como un estercolero por el que atravesamos esquivando deshechos, pero quién sabe qué pasará en el futuro. Después de todo, el presente es ya lo bastante amenazador.

-Utiliza en su último poemario un lenguaje tan plástico que sería como escuchar una canción en un idioma desconocido, que te dejas mecer por ella como si el ritmo explicara las palabras.

-No es descabellado. De hecho, he intentado que el libro desplegara una especie paisaje sonoro que el lector reconozca de manera sensible antes que inteligible. Es algo que he aprendido de la música. Pienso en las Drinking Songs de Matt Elliott, por poner un ejemplo, o en el Omega de nuestro Enrique Morente…

-Memoria, amor, sexo, muerte. Al fin y al cabo, de qué otra cosa puede hablar la poesía.

-De todo o casi todo, por supuesto. "El mobiliario del poeta es el mundo", dice Carlos Edmundo de Ory.

-Aunque también ha dicho que esta obra trata, si podemos emplear el verbo tratar, del carácter falsario de la memoria.

-El libro en su conjunto gira en torno a las trampas de la memoria y al modo en que el recuerdo nos truca la baraja, ese turbión de mitos y creencias que conforman nuestra noción de verdad.

-Inspiraciones del cine, la intimidad, la contemplación del sur y lo que está más allá del sur. Reflexiones acerca de la poesía. Usted mismo, vaya. Una autobiografía.

-Lo cierto es que no siento demasiado interés por la identidad ni por nada que tenga que ver con una visión unívoca del yo, porque lo autobiográfico queda siempre contaminado por el relato ilusorio que hemos ido construyendo a nuestro favor. Creo, como Piglia, que "no hay memoria propia ni recuerdos verdaderos" y que todo pasado es de algún modo incierto e impersonal.

-Hablando de inspiraciones. Un recuerdo a Nancy Cunard. Pegué un respingo. Claro, qué personaje.

-Fascinante, sí. Una mujer admirable en muchos sentidos. Su poesía aún no está editada en España, y su papel como editora merecería una revisión concienzuda. Pero, por desgracia, la posteridad parece haberse quedado con el cliché de la femme fatale que tanto gusta a los medios.

-Pequeñas sediciones. Un poema que me sorprende por su narratividad. Describe a los solitarios de hoy. Observa, por tanto, la soledad de hoy.

-Tiendo a creer que la tecnología, en rasgos generales, no ha hecho sino alejarnos. Pienso, por ejemplo, en las redes sociales y en cómo nos atrapan en su virtualidad, sustituyendo el grano por la paja e individualizando cada vez más nuestros hábitos. Para los proveedores tecnológicos, no somos sino meros consumidores; cuanto más tiempo estamos ante la pantalla, más rentables les resultamos.

-De hecho, está incluido en la parte que ha llamado Retrato de familia, donde, precisamente, realiza un retrato social de algún modo de ese hoy.

-Sí. No en vano, en esa parte trato de fijar lo que nos une como comunidad, aquello que trasciende nuestra esfera familiar y social, más allá del desencanto reinante, claro.

-Y que tiene en un poema ese broche tan turbador de cerrar los postigos de la casa a la que nunca regresaremos.

-Es la casa del ser, ese espacio mitificado por la memoria en el que a veces nos cuesta reconocernos. Como si cada vez que volviéramos de viaje, alguien nos hubiese cambiado los muebles de sitio.

-Es la hora de los dioses pequeños, dice en algún momento.

-Así es. Sabemos que los grandes discursos han tocado techo. Es la hora de la gente y sus pequeñas acciones cotidianas. La hora de sus modestas palabras, encadenadas a la distancia de un grito.

-Y en otra ocasión invita a que abramos la ventana y arrojemos toda razón por ella. Dan ganas a veces, la verdad.

-Desde luego. "Ninguna piedra sabe lo que piensa hasta que el río no la cambia de sitio", dice un proverbio persa. No es bueno aferrarse en exceso a nada, y menos aún a nuestras propias certezas.

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