P ara los desmemoriados de la memoria histórica, Miguel Ángel Blanco fue la víctima 778 de la banda terrorista; el primero con ejecución anunciada, un asesinato a cámara lenta. Fue una víctima singular por los efectos que produjo en la gente. Aquellos días de julio de hace 20 años, el pueblo se echó a la calle sin que nadie lo llamara, nuestro 2 de mayo particular con la Ertzaintza quitándose el pasamontaña. El Espíritu de Ermua fue la respuesta colectiva al chantaje a nuestra joven democracia. Que pronto se esfumó. Un espejismo fugaz. Para los olvidadizos que son legión, Txapote fue la rata que le descerrajó dos tiros en la nuca. Esta rata respira ahora en una prisión de Huelva de la que espero no sea trasladado en los próximos meses al País Vasco como se comenta, a cuento de no sé qué pacto, ni se le aplique doctrina Parot u otra ignominia parecida. No nos engañemos, no queda nada de aquel Espíritu; los jóvenes no saben quién fue Miguel Ángel y qué significó su muerte. Hoy tenemos un país más triste que aquel del 97, con más liberticidas en las instituciones. Eta no fue vencida. No mata, es verdad, pero renunciamos a una derrota total pagando el precio de una salida negociada. La consecuencia consiste en una especie de enfermedad moral colectiva que tiene a Bildu en el Congreso y en el Parlamento Vasco, a sus primos hermanos en Navarra y no se engañen, a sus compinches en Podemos, en las Mareas, que se han puesto de lado cuando no de espaldas en este homenaje y piden libertad para los asesinos; algunos socialistas que les han seguido deberían mirarse en el espejo y encontrarse de cara con el espectro de tantos compañeros muertos. Los que creen que Leopoldo López es un golpista, que los asesinatos de ETA tienen explicación política, son los que nos quieren gobernar, los traidores de Ermua. Vaya panorama.

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